La peregrinación real que empieza en Madrid
La capital es el inicio oficial del Camino de Guadalupe, un recorrido histórico y devocional que transita parte del sur de la región con algunas sorpresas arquitectónicas
El camino en primera persona
Madrid, corazón de España, tiene también sus rutas de fe. Está, claro, la Xacobea, 676 kilómetros, que parte de la iglesia de Santiago, a la vera del Palacio Real y de la catedral de la Almudena. Un camino que se interna desde el ... secarral mesetario hacia el norte, que va haciéndose más verde mientras el cielo es más bajo. Pero Madrid es el inicio, el inicio real de otro camino más desconocido: el Camino Guadalupense que lleva desde la capital, como no podía ser de otra manera, hasta el monasterio cacereño de Guadalupe, patrona de Extremadura.
Es una ruta dura ahora, cuando la canícula, por eso se recomienda en primavera, conforme el paisaje se va adehesando de flores, y ya hay por la Casa de Campo no pocas querencias extremeñas, entre encinas y referencias en el callejero a aquella tierra.
El viaje de Madrid a Guadalupe, 257 kilómetros, comienza casi como el de la Alcarria de Cela. En este caso, no en la Casa de Guadalajara, sino en el Hogar Extremeño en plena Gran Vía, a la altura del número 59, donde todo es ya guadalupense. Allí atiende al caminante Elisa Paredes, natural de Madrigalejo, donde pereció Fernando el Católico por cuestiones que están entre la leyenda de la cantarida (afrodisiaco) y el paro cardíaco. Porque católico es el camino y Católica fue su esposa Isabel de Castilla, que también recorrió en varias ocasiones está vía.
El Hogar Extremeño expide la credencial del peregrino y Elisa explica la devoción guadalupense, o 'guadalupina', que dicen en México. La tradición, recuerda, era «dejarse la coleta durante un año, recogerla en un moño que se cortaba como ofrenda mariana».
A Elisa se le humedece la mirada entre réplicas en azulejo, o en cerámica, o en lienzos de la patrona de su tierra. El Hogar Extremeño es el principio oficioso, que no oficial de un camino que principia, en concreto, en la iglesia de los Jerónimos, donde a una talla de la misma advocación se le vienen presentando en tradición secular a los Príncipes de Asturias.
De alguna manera, en ese templo tan madrileño se vuelve a sentir la cercanía de Cáceres, aunque sea en la ensoñación viajera. En previsión inmediata, la instalación de un hito en el inicio, con todo lo que supone para el mundo de los 'instagramers'.
Los hitos, por donación, tienen un coste de 260 euros con recuerdo del generoso, así sea un particular o una empresa, que quedará en piedra para la eternidad. Más modesto es inmortalizarse en un hito kilométrico, por diez mil de las antiguas pesetas. Y es esta sensación artesanal, como de mundo por hacer, la que da autenticidad al camino y al caminante.
Sellar la credencial
Cuenta Diego Hernández Muñoz, presidente de la Asociación Fray Hernando de Talavera, que esta ruta ya fue utilizada por árabes, y por romanos, y «que en la Baja Edad Media fue la más transitada», aunque su apogeo llegaría en los siglos XV y XVI. En cualquier caso, el peregrino debe echar a andar, bordear el Museo del Prado, cruzar esa cañada real del paseo homónimo y desde el farallón de la Almudena ir buscando el fragor de la Casa de Campo. Diego confiesa con ilusión que «todo empezó» en 2015, cuando se dieron cuenta de la «necesidad de señalizar y facilitar al caminante la ruta». Ganar el cielo guadalupense pasa porque en numerosos establecimientos de restauración, incluso un supermercado, vayan sellando la credencial. Que busca «identificar al peregrino, diferenciándolo del turista». Lo que en Compostela y en Guadalupe es la máxima del 'devotiones affectu, voto vel pietatis causa'.
Aparte, la ruta lleva a Alcorcón, da un recodo a la la altura del palacio de los Marqueses de Valderas, y se va llegando, entre desmontes yesíferos a Móstoles. En total se han acumulado 27 kilómetros.
La segunda ciudad de la región es partida del segundo tramo con dirección a El Álamo madrileño, no el tejano. 19 kilómetros. Un paseo interesante y con contrastes entre la sequedad y los carrizos de un Guadarrama demasiado contaminado. Entre los poblados chabolistas y la urbanización de Parque Coimbra que consta de una calle dedicada a la propia Virgen de Guadalupe y que va paralela al camino. Y aquí sí que hay una parada bucólica a cuatro pasos de los asentamientos: se trata del conocido como Puente de Hierro, obra del ingeniero César Llorens Ceriola, que proyectó lo este viaducto para el antiguo ferrocarril Madrid-Almorox a finales del XIX y que cuyas obras serán acometidas por la empresa belga Braine Le Conte, que presentó un estudio para la construcción del Puente de Luis I en Oporto y que en España edificó el célebre Puente Internacional de Tuy, el que salva las aguas del Miño ya varón.
Otras aguas son estas del Guadarrama ya recalentado del sol de verano, pero a Llorens Ceriola no hay que negarle sus estilemas de hijo creativo de Gustavo Eiffel cuando el tren iba consolidándose en España. Y hacia el oeste. La estampa, de lo recóndito, conmueve.
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El peregrino toma entonces el llamado carril de la Zarzuela, que fue una antigua vía romana rumbo a El Álamo. Donde reposó en rogativas y una noche el cuerpo incorrupto de san Isidro. Y en el término de El Álamo finaliza la Comunidad de Madrid por el sendero que llaman del Cordel de Hormigos.
A quien quiera esperan las llanuras toledanas, las tierras de Talavera y la propia Extremadura. Aunque ese, ya, es otro negociado, otra jurisdicción, aunque el mismo camino. El que ha partido desde el Madrid elegante de los Jerónimos y ha paseado por el alma de la comunidad.
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