Las minas verticales de Madrid
BAJO CIELO
La vida se consume en pantallas mientras el algoritmo de la maldad sigue alimentando esos sueños de lodo bañados en oro
Le decíamos Bruce
Tiene ese norte de la ciudad un algo que no termina de colar. Allí se levantaron, hace algunos años, las cuatro torres que son ahora cinco, y que han llenado el barrio de esclavos de traje y corbata y chicas con tacones, que ... sueñan con ser algún día un lobo de Wall Street.
Nadie les ha contado que se quedarán en 'zorretes', o como mucho, en lobeznos, pues el tema de forrarse ha de pasar por miles de horas extra que se pagan peor que bajando al pozo en Pola de Lena.
En la era de los másteres, los que se forran son los que te los venden, y los precarios los chanquetes que aspiran a ser empresarios, pero aún no se dan cuenta que no hay sitio para tantos. Se perdieron las vocaciones por las aspiraciones. Uno ya no sueña con ser ingeniero para levantar puentes, ni médico para salvar vidas, ni abogado para ayudar al indefenso.
Lo que todos quieren es lo mismo y es forrarse para tener un coche más grande y una moral más pequeña. Cuando Madrid no era tan avariciosa, esta zona de la ciudad era un Bronx chulapo llamado La Ventilla.
Recuerdo una tarde en los noventa, en la que un amigo perdió su abrigo a manos de un 'hincho' al que seguimos hasta esta zona. Cuando vimos que se metía en su casa con el plumas del desplumado, le echamos valor y llamamos a la puerta para intentar razonar con él. Nos abrió la puerta una mujer de bien. Era una casa humilde, de una planta, añeja.
La mujer agarró del cuello a su hijo y le dio dos tortazos mientras él nos miraba con cara de asesino en serie. Recuperamos el abrigo y le llevamos una caja de bombones a la madre. La dignidad no tenía precio y los padres trataban de educar a sus hijos siendo padres y no cómplices de las tropelías que pudieran cometer sus vástagos. Hoy paseo estas calles y de aquellas casas bajas solo quedan mis recuerdos.
Todo ha ido vendiéndose al pelotazo del ladrillo porque la avaricia ha terminado con el sentido común y eso se contagia a todos los palos de una sociedad que quiere ser por mucho que no pueda. Hoy los referentes son unos musculados gilipollas que se forran a tu costa vendiendo humo de aspiraciones en formato vídeo en red social. Así nos va.
Entre los edificios de esta zona de Madrid sopla un viento serrano que deja el barrio desértico de almas. Todas se han vendido al diablo de la viruta y suben a las torres para picar el Excel de su derrota. El Madrid de los rascacielos fue la Gran Vía cuando la Telefónica, después la Castellana en esos ochenta de la cultura del pelotazo. Ahora se levanta dónde termina la ciudad y comienza la explotación, porque se fabrican sueños rotos con tintes de ser más canalla del que tienes al lado.
De Madrid al cielo tiene aquí un guion de tragicomedia. Y comprendo a Jesús Nieto cuando dice que esta Babel no muere pero sí nos mata. Tú que te pensabas que a Madrid se llegaba a tocar gloria y ahora resulta que es una marca registrada como tantas otras. Qué diría Galdós de estas injurias, qué nos queda que no sea una franquicia.
Los canarios tienen vértigo a las alturas, por eso no hay alarmas cuando todo está a punto del derribo. La estación de Chamartín es el retraso de una sociedad que ha perdido su puntualidad y que mira de lado estas torres donde habita el Mordor de nuestro futuro.
Quién nos iba a decir que los monos azules de obra son ahora trajes de corte italiano, un bolso de marca y un patinete eléctrico que se aparca en la puerta del gimnasio.
Hace frío aquí entre las torres. Será por su cercanía a la sierra. O quizá porque la vida se consume en pantallas mientras el algoritmo de la maldad sigue alimentando esos sueños de lodo bañados en oro.
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