Una 'marina' con mensaje encalla en la estación de Príncipe Pío de Madrid
El artista cántabro Okuda San Miguel reflexiona en el céntrico enclave sobre la salud de los océanos a través de una efímera instalación
De la calle a la galería, el ascenso del 'Messi' de los murales
La Geometría universal, el lenguaje de los océanos, el surrealismo y las marinas más personales pasan desde este viernes y hasta el sábado a la tarde por la entrada del centro comercial de Príncipe Pío. Todo dentro de un cubo, una ... figura tan del común que según su 'intérprete', Okuda San Miguel, hay que reformularla con una «piel nueva» para recordar algo así como a un «pez universal». O a unos peces universales.
El pez, símbolo primero del cristianismo, equivale en la nomenclatura creadora de Okuda a una transmisión del mensaje que él y su fundación Colouring the World junto a MSC (Marine Stewardship Council), difunden en pos de unos océanos limpios. Yendo a lo esencial, se trata de un cubo donde lo externo protege a lo interno. Y viceversa.
En su exterior, la imaginación puede ver desde peces vivos y de colores hasta garfios. Surge esa pareidolia de contemplar un pez esquematizado desde la distancia hasta un festejo de triángulos a menos de un metro de distancia.
Okuda San Miguel, reconocido internacionalmente como artista de la calle, es, asimismo, ideador de fallas, responsable de la dicha de la cuatricomía en aquellas esquinas tiznadas del color de la tristeza en fachadas de medio mundo. Confiesa a ABC que lo que le enseña estos días a los madrileños tiene un pie «en las pinturas infinitas de Escher» pero también, y con humildad, en todo ese saco de imágenes de tempestades, de mares calmos, de quien se ha criado en un restaurante de pescado en Santander.
Pensar, lo que se dice pensar, sí que tuvo que pensar en cómo transmitir la verdad del Océano y lo primordial de su conservación a sus hoy vecinos de tierra adentro. Principalmente, su esfuerzo creativo, en la instalación que nos ocupa, es el de «devolver el color al mar». Un esfuerzo de todos que va, ya, casi en el descuento.
Okeda es autor de mar, habla y crea con memoria de salitre y nostalgia de horizonte. Ama a un mar que, pese al tópico de los poetas, «no es el reflejo del cielo, sino mucho más colorido». Su vida es un peregrinar, mientras crea, en busca de playas. En el altar de sus maestros cita a El Bosco, que pintó siempre en un estado alterado del alma.
Los viejos marinos cuentan que el infinito de la navegación genera monstruos, como la razón: por eso sabe Okuda que el océano inspirador le llega «siempre cerca de las nubes». El cielo le trae una imagen marcada a fuego sobre la relación, sana, entre el hombre y la mar: la de «las playas de Mozambique», donde los vernáculos salen a captar los frutos del mar con el agua por las rodillas. Allí ha visto, lo dice sin jactancia, los propios «cuadros de Salvador Dalí». Él encuentra las musas del desierto en el mar, si es que acaso no son los mismos escenarios para quien captura la inmensidad.
Vuelve Okuda a hablar de El Bosco, mientras los paseantes se preguntan por el cubo 'intervenido' en cuyo interior cinco paneles, cinco, con diversas temáticas y un QR al respecto, informan sobre la necesidad de «más vida en el océano», «de más opciones de consumo» en defensa de la pesca sostenible. También el cubo explica la importancia de la investigación y lo que supone la sostenibilidad de una explotación marina razonable para las pequeñas comunidades.
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A él, aunque ande por secano los más días, le remueven las entrañas esas jornadas de temporal «con las mareas de septiembre y las de febrero»: cuando «el agua sube tres veces la altura de los acantilados».
No se le va de la reflexión efímera sobre su producción la cántabra «Playa de los Caballos», allá donde también se topa con el ángel creador.
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