Aquella Malasaña del ilustre Pigüi
Bajo cielo
Llevaba una chupa de cuero desgastado que le quedaba grande. Su patria era la plaza de San Ildefonso, aunque por las noches se dejaba ver por la de la Luna
Malasaña, tan suya
![La Plaza del Dos de Mayo, con el monumento de Daoíz y Velarde, en 1985](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/20/34211589-RfUx2ZBXZdBF4GEkNoUdEeK-1200x840@diario_abc.jpg)
Madrid tuvo un ilustre vecino al que llevo demasiado tiempo sin ver. No importa si se llamaba Juan, Luis o Ramón. Todos le decían Pigüi. No medía más de metro setenta. Era rubio, con los dientes podridos y torcidos, los ojos azules y con la ... cara llena de marcas, como de adolescencia perenne o de una viruela pasada que le dejara de esa manera. Llevaba una chupa de cuero desgastado que le quedaba grande. Su patria era la plaza de San Ildefonso, aunque por las noches se dejaba ver por la plaza de la Luna. Siempre andaba con prisa el Pigüi. De un sitio a otro, como si cada recado que hiciera fuera de una extrema importancia. Como si se tratara de algo más, de una misión secreta.
De día se dedicaba a ayudar a las señoras mayores del barrio. Le trataban como a un hijo. Él tenía en todas ellas una madre, una abuela o una pena. Acompañaba al mercado de Barceló a las que le daban una buena propina en pesetas. También hacía la compra a las que ya le costaba subir y bajar escaleras. Pero siempre andaba Pigüi llevando las bolsas de una, dejando que se apoyaran en su brazo otras, o de aquí para allá con una pistola de pan o con algo de la ferretería. En cada gesto de solidaridad él buscaba una propina. Cien pesetas para que comas algo, hijo, toma estas doscientas por subir hasta el cuarto. Hasta una viuda que había en la calle Colón le daba quinientas de vez en cuando. Así, cada mañana, el Pigüi iba sacándose sus cuartos con cara de pillo ayudando a todos los que le daban algo a cambio.
A la hora de comer el Pigüi tiraba también de la generosidad de Madrid, que siempre tuvo un hueco para quienes lo necesitaban. Se comía un menú en el Sidi de la calle Colón o en otro de más allá. Bajaba hasta el Palentino de Pez a por su yayo o un mixto y después, cuando aún los niños bajaban con pelotas y nocilla a las plazas, el Pigüi comenzaba su turno de tarde, que estaba más cerca del hampa que de la estampa generosa de verle llevando las bolsas a las señoras. No había nada que él no pudiera conseguir. Muchos le utilizaban para coger un poco de chocolate. Otros, le pedían mandanga más de la seria. Y él que se iba torciendo al andar, de un sitio a otro, con el taleguito de ese o con la movida de aquél, sacando de cada gestión un algo, pasando las tardes yendo y viniendo como el mejor paisaje que tuvo Malasaña. No toleraba los atracos ni los vuelcos. Y sí, de vez en cuando, él también montaba algún que otro pollo y entonces le pedían que por favor se calamara. Se le hinchaba una vena en la frente y se iba lamentando por ahí, que si le arranco la cabeza al moro ese y no sé qué.
Pigüi tenía un hermano: el Pablito. Le faltaban dos piernas y a cambio consiguió tener dos brazos de atleta de tanto llevar su tronco sobre las muletas. Él pedía a voluntad. Aunque también se gastaba todo en caballo. Porque a él si le cogió. No como a Pigüi. Siempre fue muy avispado. Hasta para caer en esas vainas. Se ponía malo cuando veía que Pablito bajaba a San Bernardo para coger heroína en casa de un negro gigante que la pasaba en micras. Sólo entonces el Pigüi maldecía a su hermano. Su madre era prostituta. Se ponía de noche detrás de la Telefónica.
Alguna que otra vez se vieron, en el Moreno o en alguno de los antros que permanecían abiertos al alba entre vasos de tubo, humo y perdición. Pero el Pigüi fue también el que señaló a la policía en qué puerta vivía el cabrón que bajó al portal de Espíritu Santo a un genio de la música que se tropezó entre el dolor y el miedo. Dicen que la mezcla de una cosa y algunos calmantes fue el cóctel fatal. Pero el hijo de puta del camello en vez de ayudarle se quitó de encima el problema abandonando la agonía de esa estrella en el suelo de la calle. Por eso se ocupó de que lo supieran. Llevo tiempo sin ver al Pigüi. Y me molesta que Madrid pierda alguna de esas cosas que la han hecho de esta manera.
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