La Mafalda de Quino se empadrona en Madrid, donde su autor fue «tan feliz»
La estatua del personaje está fijada a un banco del paseo central de Matadero
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![Marta Rivera de la cruz contempla la escultura de Mafalda](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/28/1487960747-Ro1QHFTUzisCV3b2rYRoowK-1200x840@diario_abc.jpg)
Confesaba Joaquín Lavado Tejón, Quino para la posteridad de ese género literario híbrido y esclavo de la historieta, que él siempre sintió que Mafalda «era y no era él»; que la niña, insistente y soñadora, que quería trabajar en la ONU, lo dejaba ... agotado, rendido.
A Quino le sacó esa confesión Joaquín Soler Serrano, cuando aquella televisión. Era el pago por ser padre de una criatura que nació para vender lavadoras en la publicidad periodística de la Argentina, y acabó siendo un símbolo, quizá el más querido, de eso que llaman la argentinidad. El mismo que desde ayer anima el paseo de Matadero de la Arganzuela.
Pero Mafalda, esa mejor amiga de Umberto Eco, que en palabras de la editora de Penguin Random House, Pilar Reyes, citando al propio Eco, «odia la sopa y adora a la filosofía», se nos ha hecho madrileña; del Matadero, de la Arganzuela: acaso porque Quino, tan meditabundo, pasaba largas temporadas en esta ciudad, que es la más cercana a sus raíces malagueñas entre Fuengirola y Mijas.
Quino «fue feliz en Madrid». Sabía el nombre de sus farmacéuticas en sus estancias intermitentes en la capital: «Encarna, Matilde, Irene y Cuca». Zona de Don Ramón de la Cruz. Ha sido la propia editorial la que ha generosamente puesto a Mafalda lo más cerca posible de sus 'abuelos gallegos (malagueños)', y así se le dijo a su sobrino Guille Lavado, que cayó en la cuenta y soltó una sonrisa tierna y doméstica. La respuesta: «Le hubiera encantado».
Mafalda vino a Madrid en avión, veloz por las corrientes, y se tapó los ojos con una mascarilla para evitar el 'jet lag' y el sol de la ventanilla. Mafalda se ha hecho madrileña si no lo era de antes. En el puente aéreo, la delegada municipal de Cultura, Marta Rivera de la Cruz, entre tantos vídeos, la vio «a punto de contarnos algo». Quino, tan tímido, dejó que fuera el escultor porteño Pablo Irggmann, quien la inmortalizara y en él reside el encargo de poblar el mundo de este Cid inverso de cabellera inmensa y apotegmas a voces que es Mafalda.
Ella refulgía al sol que precede a la Dana, con una luz que no dejó ver bien un video del traslado de la niña desde Buenos Aires a Barajas. Ya, entonces, todo el mundo quiso fotografiarse junto al mito. El que según el sobrino de Quino, Guille Lavado, despertaba «simpatías transversales».
En un aparte, emocionada, Rivera de la Cruz revelaba la «lectura familiar y transgeneracional» de Mafalda en su familia. El material inmortal que recubre la estatua, «resina epoxi» según su autor, era acariciado. Ideado para durar.
En el banco de Mafalda hay sitio para pensar, para el psicoanálisis o el beso; y para salir de allí queriendo cambiar el mundo como la niña. En el acto también participó el embajador de Argentina, Roberto Bosch.
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