Un Madrid detallado con cartabón y sin drones
El libro 'Madrid, cartografías de la historia' presentado ayer en el Colegio de Arquitectos permite un recorrido por la ciudad que fue
Una lectora ojea el voluminoso libro
Dijo Francisco Umbral que Madrid, en tanto que este pueblo fue ciudad de aluvión, lo hicieron –a Madrid– entre Sabatini, Carlos III y un albañil de Jaén que pasaba por aquí. De modo que desde el plano de Teixeira, donde más o menos ... nos identificamos, la ciudad ha ido avanzando. Con sus ya dichos aluviones, sí, pero también con sueños como los de la ciudad jardín del plan castro, los bulevares, y un empecinamiento por traer el verde a la mitad de la Meseta que persiste a pesar del yeso del sueño de gran parte.
Ayer mismo, en la inauguración de la 'Estructura de Hexágonos de Corrales y Molezún' que precedía en el Colegio de Arquitectos al libro 'Madrid, cartografías de su historia', el alcalde usó un término curioso, el de «la ciudad inacabada» para Madrid que tiene resonancias futuristas, lorquianas, con eso de que la villa de la Alhambra, Granada, sólo tiene salida por las estrellas. Sea como fuere, los autores del libro, Francisco José Marín Perellón y Javier Ortega Vidal, ajenos a ese concepto de «ciudad inacabada» por lejanía de cualquier vía de comunicación, insistían en «la centralidad en las cuatro fajas peninsulares». En el esfuerzo, claro, de que la Corte, todo lo «decisión política» que se quiera, está, en palabras de los autores, en el «epicentro de las cuatro fajas». Cierto, también, que las primeras imágenes que se tienen, al menos desde el orbe cristiano, ilustran una ciudad pastoril.
Es curiosa la primera 'fotografía' de un flamenco, Vermeyen, «un encuadre parcial de la ciudad», con el «Alcázar como protagonista» y la Casa de Vargas, el señorito de san Isidro, en un primer término.
Se le llamaba el «Castillo de Madrid» y en la que quizá sea la primera imagen moderna de la ciudad hay unos valentones distraídos en algo similar al juego de los bolos. Más allá, es, y así lo insisten los autores, que «la primera traza general de Madrid» es de Antonio Mancelli en la primera mitad del siglo XVII. Ahí ya aparece la ciudad como «Villa(...), Corte de los Reyes Católicos de Espanna». Y un detalle, un oso abrazado a un manzano y un Manzanares con una isleta central un poco más abajo de «la Puente Segoviana» donde el ilustrador cifra arboledas. Antes de Mancelli, acuarelas, como las de Anton van den Wingaerde, pintor de batallas de Felipe II que intentó sublimar todo con el pincel y destacan no solo las murallas, también el torreón de San Pedro el Viejo. Aparte la cartografía, la edición de lujo del libro permite ver la fascinación de los ilustradores cortesanos con el Palacio del Buen Retiro, en las que primorosamente se dan magnitudes veraces del conjunto.
Mapa y arte
Ya es en Amberes, sostienen los autores, Teixeira da a la luz un plano más o menos reconocible de la ciudad. Insisten en que, aun en el plano, ya van notando «el declinar» de España pese al «esplendor cartográfico de la Villa de Madrid». Y la comparación con 'Las Meninas' no puede ser más exacta. El plano de Teixeira sería jibarizado por los soportes de la época, pero ya están con exactitud situadas las arterias de la ciudad que no pasaba de villorrio.
El siglo XIX llega con el cientificismo y la querencia por la exactitud, Nicolás Chalmandrier detalla un «Plan Geométrico e Histórico». Cierto que pintores, aún, bajaban a la otra orilla del Manzanares con lienzos que, más allá de la veracidad, guardan una nostalgia de los atardeceres de Toledo.
Quizá todo se profesionaliza con el plano de Tomás López, «con calidad en la representación y aparato crítico». Y ciertamente se le ve el trazo geométrico sugerido, «y quizá» sufragado, de Floridablanca. Carlos III, pues, que viene a higienizar la ciudad como inmortalizaron Ana Belén y Víctor Manuel. Y luego, claro. La ciudad 'goyesca' que se adivinaba desde la Quinta del Zorro entre abanicos. Y los franceses, que ya pintaban al piedemonte de Madrid, con sus cotas, cuando Napoleón se quedó en Chamartín.
Hasta hoy
El siglo XIX trae maquetas de la ciudad, como la de León Gil de Palacio. Todo ya hacia las alturas. Pese a ser capital chata en el decir de algunos viajeros románticos, siguiendo el signo de la época, para los cuales Madrid era una estación intermedia entre Hendaya y Granada.
En el XX, siempre, la exactitud dando el nombre exacto de las cosas. Pasó la Guerra, los frentes. Y un paréntesis que tuvo mucho de delineaciones de tierra y alcance de bombardeos. Hasta que en el 1945 un Plano de la Villa refleja que el extrarradio sería absorbido.
Madrid ha crecido, y ya existen programas de geolocalización en lo cotidiano. El libro acaba con unos lienzos de Antonio López. Tan reales que dan miedo. Hay que conocer a Madrid como la ciudad de la cartografía mágica, la que según Marín Perellón goza de un paseo del Prado que es paradigma primero de las «alamedas arboladas en Europa y en toda América».
El Paisaje de la Luz, ya estaba allí.