Madrid se come de noche
bajo cielo
Muchos negocios cierran su cocina de madrugada; un asiduo de la noche puede tomarse un solomillo o un plato de pasta hasta bien entrada la mañana
La absurda plaga de lo minimalista

Antes, Madrid tenía dos o tres platos que tomarse de noche. Los espaguetis o fabada de Lady Pepas, el sevenileven de Mejía Lequerica y una docena de chinos que se sentaban en Gran Vía sobre unas cajas de cartón cargadas de arroz con pollo ... o tallarines. Poca oferta más. A lo sumo, se montaba una parrilla en la calle Barceló con bocatas de panceta, chorizo, morcilla o lomo. Los que se zurraban la porra apenas comían, pero muchos otros engullían cualquiera de estas opciones en un centro que no se acostaba nunca. Isaac, el dueño del primero, tenía paciencia infinita y la costumbre de pedir contraseña antes de abrir la puerta a cualquiera. Si uno llamaba muy cocido se limitaba a cerrar la mirilla desde la que observaba el percal. Luego resultó que las carreras de caballos le pirraban tanto como a nosotros su reino. Al fondo de la sala un escenario esperaba talento. No admitía a cualquiera. Pero el ambiente era familiar, personas que se conocían y donde siempre averiguabas un nuevo intento de dos comiéndose a besos. El sevenileven era como hoy una hamburguesa aplastada. Más guarro. De ir con la cuadrilla. Lo mismo te tomabas una napolitana que llevaba tres días bajo el mostrador, que un Tigretón con cerveza. Pero siempre cogía de paso y vendían tabaco. También era el recurso para cargarse de suministros ante un fin de fiesta en alguna casa.
Lo del arroz con pollo le encantaba a Fernando. Cada media hora vendían tantas raciones que tenían que recargar en las cocinas de los pisos cercanos. En Valverde había uno. Lo sé porque un día nos dijeron que en cinco minutos tendríamos raciones recién hechas y nos dio por seguirle hasta el mismísimo portal. Como quienes se colocan en las fiestas en la puerta de cocina de los camareros. Como quienes se colocaban en las puertas de los baños por si acaso.
Hoy, sin embargo, los chinos prefieren el negocio del menú del día y de las máquinas tragaperras. Isaac se murió y el sevenileven vende lo mismo que antes. Aunque nosotros ya no lo necesitemos. También se ha llenado la noche de oferta, por lo que los noctámbulos tienen las mismas cartas de manduca, de noche que de día. Hay una tendencia salvaje hacia las porciones de pizza. También kebabs. Lo mismo ocurre con muchos negocios que cierran su cocina de madrugada, por lo que entre música y servilleta, un asiduo de la noche puede hoy tomarse un solomillo o un plato de pasta hasta bien entrada la mañana.
Muchas noches terminaban en el Brillante. Siempre venía mejor el de Luchana, pero allí sigue en pie el de Atocha. Lo de los calamares a las siete de la mañana era todo un desafío. Yo siempre fui del de salchichas del país con queso. En su barra se mezclaban taxistas desayunando con juerguistas, madrugadores y todo tipo de personajes exóticos de ese hampón de las primeras horas. Ese Madrid me gustaba. Aunque a esta edad prefiera a todas luces acostarme antes.
Hoy uno puede tomarse unos churros con chocolate en San Ginés a la hora que le dé la gana, lo mismo que las cocinas de muchos restaurantes cierran a las tres y cuatro de la mañana. Tacos mejicanos, comida tradicional, pasta o las delgadas papizzas, se exponen para que entre cubata y cubata uno pueda reponer y empapar el alcohol en miga de buen hacer. Porque la oferta de esta ciudad no se termina nunca. Y eso es digno de celebrar.
La noche de Madrid es un día más con la luz apagada. Hay de todo porque las personas que la viven y la gastan eligen las horas de quemarla a su antojo. Pero mucho ha cambiado su carta que, en cien años, ha pasado de la media tostada que se permitían los escritores de la bohemia a hamburguesas ganadoras de campeonatos mundiales. Porque todas las hamburguesas de hoy han ganado concursos. Como algunos escritores que acumulan trofeos adjudicados por sus buenos amigos, jurados de ese lagar de intereses que son los galardones con poca viruta de premio.
Madrid se come de día y de noche, porque la ciudad perdió el reloj que la ordenaba hace mucho tiempo. Pero es una de sus mejores cosas. También pueden elegir y llevar una vida más normal, de sol a sol, como los franciscanos o los animales del monte. Pero les aseguro que es una vida mucho más aburrida.
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