El Madrid de azoteas, palomares y bañadores
BAJO CIELO
Las palomas están quejándose del poco espacio que dejan los disfrutones de esta moda porque los altos tejados son ahora para visitantes y modernos
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La nueva moda de Madrid es disfrutar de sus azoteas, lo que los meos llaman 'ruftops' que suena mejor para aquellos que también dicen 'mitin' cuando se ven con alguien o 'col' cuando tienen que hacer una llamada. Y es que Madrid tiene esta ... forma de adaptarse a los nuevos tiempos.
Esta moda de apelotonarse en las azoteas la iniciaron los hoteles. Incluso me cuentan que hay rutas para ir de azotea en azotea como si fuéramos palomos y palomas vagando por el cielo de la ciudad. De siempre, por lo menos hasta hace bien poco, las azoteas de nuestra ciudad eran el sitio para colocar las antenas. Pero como hoy en día el personal lleva la antena en su bolsillo en forma de teléfono, esos espacios se aprovechan para que la gente beba viendo a la ciudad desde las alturas.
Para los que sufrimos de vértigo, lo de las azoteas es un espacio prohibido. Pero en una ciudad como la nuestra, donde el calor aprieta en verano con esa forma seca y violenta, subirse a la última planta de un edificio es una tortura digna de las mejores villanías medievales.
Hay opciones que cumplen todavía más con la inmundicia. Además de ofrecer un bar en el techo del hotel, abren piscinas para que, además de beber arriba del todo, también puedan darse un chapuzón. Madrid, de siempre, ha tenido su mar en los sótanos y cuevas que esconden sus edificios. De hecho, esos espacios eran el lugar con más humedad de la polis, puesto que los torrentes fluviales que circulan por debajo dejan ese anhelo mojado en una ciudad que se ha ido secando poco a poco.
Decía Gistau que las catacumbas de Madrid eran lo más parecido al mar. Pero ahora, con esa manía perpetua que tienen los empresarios madrileños de tenerlo todo, las azoteas se van llenando de agua, de baile, de cócteles y de trajes de baño. Recuerden que los bañadores son las personas que te bañan, por mucho uso que se le dé a la palabra ahora en las piletas de la ciudad.
A medida que nos hacemos mayores, al menos en mi caso, aparecen más distracciones que intentan ponernos la zancadilla. Una de ellas es sin duda la moda de las azoteas. En invierno Madrid es un viento helado que baja de la Sierra. No concede distinciones. Durante todos esos meses, el uso de las azoteas requiere de estufas, torres de fuego, jersey, abrigo, bufanda y manta. Como ya no existe ni la primavera ni el otoño, la ciudad pasa de los cinco grados a los cuarenta como quien pasa de una parada de autobús a otra. Así que, de la manta y el pasamontañas pasamos de golpe al traje de baño y la camiseta de tirantes.
Las palomas están quejándose del poco espacio que le dejan los disfrutones de esta moda de Madrid. Ellas se pasan el día en el suelo porque los altos tejados son ahora para visitantes y modernos, habitantes que se empeñan en creer que en las alturas uno puede sentirse bien. Restaurantes, bares, piscinas…; ninguna azotea queda a salvo del intento de Madrid de parecerse a Nueva York. Y todos esos bajos, las cuevas de siempre, del Candela, del extinto Clandestino, de las tabernas del centro, de los refugios del siglo pasado, se están quedando vacías por esa manía impostada de querer tocar el cielo de Madrid desde cualquiera de sus nuevas azoteas.
Una costumbre impostada
Uno podría pensar que podrían hacerse huertos ecológicos, tomateras, zonas verdes, no sé, cualquier cosa menos un bar en el que, por supuesto, te pegan unos sablazos por cada consumición que a uno lo lanzan directamente contra el suelo. Lo bueno que tiene esta moda, que algo deja, es que uno encuentra sitio para cenar o beber en cualquiera de los lugares de siempre. Mientras todos se suban arriba, lo de abajo quedará dispuesto para los que no tragamos con esta costumbre impostada.
Y así seguimos, en este Bajo Cielo que pretende contarles lo que va pasando en la ciudad. Recuerden que la mejor manera de estar en verano en Madrid es escondiéndose. Escondiéndose del calor, de los horteras, de los chancletas, de los planes de piscina y, sobre todo, de cualquier moda impostada que quiere quitarle a Madrid lo que ha sido siempre.
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