La madre de los gatos callejeros
BAJO CIELO
Cuando falte, la ciudad perderá mucho más que a una señora que da de comer a los gatos de El Retiro. Madrid sigue Madrid mientras también siga Sisita
¿Quién da la vez?

La sureña del parque de El Retiro, en Mariano de Cavia, ha sido siempre territorio de vecinos y familias. Hubo un tiempo que entre sus arbustos se escondían chaperos y Chirbes, pero hoy tiene más perros que niños, por aquello de ofrecer el único patio ... en el que los canes ladran sueltos mientras sus dueños discuten. También es la zona que Sisita visita a diario, aunque quizá se llame Teresa, Carmina o Lucía, pues no contesta cuando le preguntan.
Sisita arrastra un carro de la compra lleno de latas y tarteras de plástico. Es huidiza y desconfiada, también vieja, chata, huraña y lejana. Cuando aparece, sisea desde la esquina del Poeta Esteban Villegas provocando que, felinos de todo pelaje, abandonen sus escondrijos en los matorrales. Lleva un pañuelo en la cabeza y viste un delantal con bolsillos mientras alimenta a un ejército de gatos que maúllan al verla. Coloca en el muro del parque distintos cuencos; mira hacia los lados alertada, como si estuviera vendiendo hachís, y rellena los platos al toque de pasar revista a los gatos que se estiran cerca de ella. Los acaricia, los agarra para verles la tripa y mete el brazo entre los barrotes de la verja evitando que sus patas tropiecen al sacarlos. Sisita los maneja como a neonatos. Como si fueran una prolongación de su mano. O de su pena.
Sisita cambia de horarios porque huye de una patrulla que la persigue. Es una asociación animalista, o eso dicen. La dirige una mujer que a veces lleva un parche en el ojo derecho que va desmontando los comederos que Sisita deja por toda la manzana. La primera vez que se toparon pensé que solo una saldría con vida. Los vecinos evitaron la tragedia. Una dice que está prohibido dar de comer a los gatos abandonados, que es un error de manual pues se van reproduciendo dejando las calles de Madrid atestadas de felinos. La otra dice que todo está prohibido y que a ver qué haría ella si la esterilizaran también. Es la única vez que escuché hablar a Sisita. Después de aquella tarde, las dos mujeres van rotando y cuando llega una, la otra ya se ha marchado.
Sisita es dickesiana; la del parche más basta y previsible. Lleva un esquilero porque trata de atrapar a los gatos para llevarlos a un refugio que Sisita piensa es un campo de concentración. No sé cuánto hay de cuidar a los gatos o de cuidarse a sí misma, pero por mucho que Sisita deje el muro del parque hecho unos zorros, la prefiero a ella, pues ha ido adoptando un comportamiento parecido al de los gatos que da de comer. Es sigilosa, huidiza y últimamente aparece de noche, cuando no corre el peligro de que la atrapen a ella también.
Hay algo fascinante en el comportamiento de los gatos pues trabajan para ayudar a sus depredadores. Comen poco y dejan el resto para que sus cazadores también se alimenten. Por eso puede que Sisita también deje pistas para que la del parche la termine cazando. O quizá sea que le divierte el hecho de tener un enemigo tan íntimo que la necesita para sentirse cazadora. Es curioso que los gatos de El Retiro tengan en esta zona de perros su hogar. O quizá sea precisamente por eso, porque está lleno de canes y les atrae estar cerca del peligro. Como a Sisita. Esto me lleva a preguntarme cuánto necesita un odiador a su odiado, un extremo al otro. Creo que nosotros también necesitamos al polo opuesto para seguir teniendo una razón a la que detestar, un alguien a quien rechazar.
Esta mañana he vuelto a ver a Sisita, temprano, cuando el sol no tenía fuerza. Estaba a salvo de la patrulla del parche. Ella también me ha visto, pues éramos las dos únicas personas en la calle a esas luces. Es extraño que Madrid, tan llena de gente, despierte a veces vacía. Pero sigue completa porque está Sisita. Quizá, cuando falte, la ciudad perderá mucho más que a una señora que da de comer a los gatos callejeros. Ya no tendrá sentido su rival del parche, ni los felinos, ni el carro de ruedas, ni los operarios de jardines que recogen los restos de comida del muro, ni el resto de vecinos a los que tanto molesta. Madrid sigue Madrid mientras también siga Sisita. O Teresa, Carmina, Lucía, o como quiera que se llame.
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