LAPISABIEN
Sobre el Gijón, con memoria
Dejé que el amor a las letras y al Café se fueran enfriando
Milagro de frescor
![Interior del Café Gijón](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/15/cafegij-RsKqoOnmyhQXTepB6HQEOXN-1200x840@diario_abc.jpg)
La primera vez que como 'el otro' llegué al Café Gijón, se había adelantado el invierno. Entraba relente por el paseo de Recoletos, y había salido esa mañana de la provincia marinera. En tren, siempre en tren.
Era para una mesa redonda ... pagada, al fondo. Andaba por ahí Pepe Bárcena, camarero y poeta, y Ángel Antonio Herrera y hasta Ramoncín. Era un bolo, mi primer bolo en Madrid, y me invadía una extraña felicidad.
Aún lucía pelo, era joven, y fue la primera intentona de la conquista de Madrid. Me acompañaba un escritor navarro, Iban Munárriz, y algo telúrico había en el Café. Fui, después, ya instalado en Madrid, yendo y viniendo al Gijón, espaciando las visitas. Dejando que el amor se fuera enfriando; el amor a las letras y a los tótems del local.
A veces Raúl del Pozo nos llevaba al café, en festivo, a darnos de comer y a presentarnos ese «campo de concentración» que es como él llama, amistosamente, a esta capital. Yo, al Gijón, le debo cosas, claro que sí. Saber, por ejemplo, que el templo de la cultura permanece. Así, en las tardes oscuras, aparecía yo por allí con mi Tito Miguel para arreglar el mundo. Entonces cambiaba el escenario, el Gijón se vestía de Gijón, y salían a relucir nombres. El de Perico Beltrán, sin ir más lejos, aquel renacentista que hizo todo e hizo de todo. Y el nombre de Cela, claro, que siempre envolvía el ambiente de cachonda sobriedad, de sobriedad cachonda, y ahí sigue, como Umbral, en su retrato.
Al Gijón, se ha dicho, voy intermitentemente. Después de una cerveza o un café, salgo con melancolía de amigos idos, como mi llorado Matías Antolín, y se me viene a las mentes el chisgarabís que era yo asomado, después de un viaje en autobús, a los ventanales.
La melancolía es que es así: te saca de los cafetines y la ciudad, sea el lugar que sea, pierde los contornos y se va a dos décadas atrás.
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En el Gijón, una vez, vi cómo un poeta quería ser Baudelaire y salió toreando a los coches de Almirante. También allí un escritor de Huelva, gigante, mandaba las prosas más madrileñas a su ciudad natal y poco le faltaba para pedir recado de escribir.
Poco he hablado del Gijón, y quizá sea porque lo sabemos puerto seguro después de salvarse hace unos años. El Gijón se sabe que inspira, y la Gran Vía da un tema para escribir. En ese paseo de Madrid, el de Gran Vía al Gijón o viceversa, está el fantasma de mí mismo.
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