La pisabién
Pinta de bendito
Quizá le hable cuando me lo cruce. Cuando toma ese anís o lo que sea que toma muy de mañana
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Lleva unas gafas de otro tiempo, camisa a cuadros. No dice nada, lee lo justo sacado de la biblioteca municipal, y siempre está en calle, con tranquilidad de otros tiempos y de otras ciudades más al norte. Quizá lleve una viudedad de esas que no ... se van en la vida. Si juega el Atlético se entretiene más. Es educado con ese protocolo que tienen los tipos que viven solos. En el barrio no se le conoce nombre, y al que le da lo mismo. O quizá no tanto si dejan de verlo en el paisaje urbano. Yo veo su camisa a cuadros, el pelo, quizá teñido de marrón tristeza, y un ajetreo solo de bolsas en el mercado. Tiene rostro de buena persona, de dejar el paso en el metro. Debe hacerlo. Seguro.
Está en el punto justo entre el saludo y ese gesto, tan madrileño, que es asentir como a quien se conoce cuando tampoco hay argumentos para el saludo; mucho menos para el abrazo.
A veces se monta en un coche de ésos que parece que contaminan, y debe ser su hijo quien lo recoge. Tampoco se saben los días de esa visita familiar. Me recuerda aquel poema de 'Mujer con alcuza' de Dámaso Alonso y aquellos versos: «Acercaos: (...) no nos ve./ Yo no sé qué es más gris,/ si el acero frío de sus ojos, /si el gris desvaído de ese chal con el que se envuelve el cuello y la cabeza,/ o si el paisaje desolado de su alma».
Y el paisaje desolado o no, es el mío cotidiano. Lleva pinta de ser un bendito. Quizá le hable cuando me lo cruce. Cuando toma ese anís o lo que sea que toma muy de mañana. Cuando va a pasar, ya digo, la mañana.
La mañana solo. Caminando Madrid. Como Machado.
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