LAPISABIEN
La pasión esférica
Los estadios son adrenalina que, ahora, baja contaminada
Romerito, lo breve, si breve

Hace tiempo que no voy a los estadios. El día del derbi de la vergüenza, las cafeterías y los bares rebosaban de un fervor que se me ha caído. Antes el fútbol era un motivo más para pasar los tristes domingos tristes (sic) ... en la ciudad. Ya ni eso.
Quienes me conocen me hacen madridista, y lo soy. A ratos. A veces vuelvo a la fe; a veces pienso en Chendo y en Michel como un Faro de Alejandría de un tiempo y de un país. Pero se me pasa cuando se abren las puertas del metro. Y ya pienso en un fiscal general o en una rubia.
Digamos que, cuando me he desapasionado del amor de verdad, las demás pasiones desaparecen por sistema. Siempre se le ha pitado al árbitro en Celtiberia y en Maracaná con una procacidad sana que era devuelta por el colegiado, de nombre compuesto y opositor a notarías por lo común; siempre se ha aplaudido a un rival, pero estas locuras racistas en un momento en que el fútbol empieza, tristemente, a languidecer frente a otras distracciones, me lleva a pensar en que lo del racismo en mi estadio, como en otros, es un síntoma de la España que me han dejado en la que los estadios son, siempre, una terapia de adrenalina que viene últimamente contaminada.
Yo no sé qué culpa pueda tener Yamal de que su padre sea un 'piernas', un «golfante» en palabras de Ángel Antonio Herrera, pero sí sé que la penúltima vez que acudí al Bernabéu fue para darle el adiós a Raúl. Y era otro y el mismo Bernabéu.
Yo también he llevado la camiseta de Casillas como ropa casual, aunque ahora vaya con gorra de los Nets y polo por las calles de la ciudad. Y quisiera volver a apasionarme, claro. Quisiera el metro convertido en una fiesta de colores, el hablar, siempre de lo mismo, con el compañero de abono. Esa tertulia en la que la cuestión de Estado sea una moviola y vacilar y que me vacilen a la hora de los churros y el café mañanero. Hay muchas cosas del fútbol que se me van perdiendo.
Con todo, hay esperanza ahora que mi compañero de piso va al fútbol de los chavales en esos campos de césped artificial que quedan por donde Dios perdió el mechero. Se sienta en el hormigón en busca de una pulmonía.
Mi ambiente, por otra parte, es del Atleti, con lo que una conversación sobre Luis Rosales acaba derivando en el llorado Luis Aragonés. Petón me llevó a la presentación de mi último libro a Ovejero, y dijo que sufrí una «epifanía atlética». Ahí algo cambio, o pudo cambiar, pero el artista que es uno andaba con el show y no para disquisiciones.
En esta Roma del fútbol que es Madrid, creo que hago mal en dejar de lado una de sus patas.
Aquí se vende Prado y Bernabéu y sol. Quisiera no perder ninguno. En estos días que ha llegado el frío de repente, pienso así. Qué le vamos a hacer. Recuerdo a Pepe Domingo y sonrío.
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