LAPISABIEN
La escritora
La escritora llegó del trópico con una navaja y una metáfora entre los dientes. El paraíso entra y entró en la esquina, en la otra esquina del charco
![La novelista en el primer día sin mascarillas](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/03/06/Karina-RP6OFk2qmUzgPzmRPMOY9HP-1200x840@abc.jpg)
La escritora llegó del trópico con una navaja y una metáfora entre los dientes. El paraíso entra y entró en la esquina, en la otra esquina del charco, era la ciudad que fue. La ciudad que fue de las riquezas a pie de calle y ... donde, desafiando a José Alfredo, la vida no vale nada.
Había que verla escribiendo de forma estajanovista en ese Madrid que quisimos ver tan suyo, leyendo lo que caía a mano. Ya, años después, después de un Madrid que la acunó, se le disolvieron algunos sueños como meros azucarillos; fue consciente. El primero, el de una generación literaria con la ilusión latina de que todo empieza por una generación. Por una generación lírica, que dijera cosas frente a las modas, que en ese momento se realimentaban en todos los sistemas informáticos posibles e imposibles (¿tuenti?). Todo se quiso cerrar en un almuerzo, un marzo menos frío que el presente.
El arribafirmante se sintió menos solo, y fue caminando por una Malasaña que no era lo que fue con la ilusión de las savias nueva en la escritura. Con un volumen de Roberto Bolaño en las manos como un conocido, viejo, al que debería volver.
Se había construido -la generación- en el almuerzo nervioso, joven, acuático; una nueva generación sin base, más que nada en relación a filias y bobias, y en contra de ciertas modas que no eran, en puridad, literatura.
Pasaron décadas de esfuerzo, de en una novela darlo todo lo que está ahí, en los pabellones de caza. En la primera novela, siempre en la primera, que es donde se exorciza una vida para empezar otra donde las estaciones se suceden. («Tengo un amigo de acento andaluz y ojos brillantes. Un amigo aficionado a las rubias y a la áspera genialidad de Paco Umbral. Un amigo que haría de su casa La Latina y remataría el mar por dos euros, si pudiera. Lo que él no sabe es que, de poner en venta el mar que tanto detesta, se lo compraría, sin duda, como lo haría alguien con un pescado a la baja, para ver si en el anzuelo del pez muerto encuentro la parte de mi fe que le falta a esta historia»).
Mil años después, en la cervecería alemana, la escritora me recordó la frase de Tuman Capote y el látigo («Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse»). Pero en mi caso ya era demasiado de noche y en el suyo los hados le son propicios.
Ahora, en la tercera tentativa, 'La isla del doctor Schubert', le toca triunfar, de nuevo. No conozco a nadie que lo merezca tanto como la KSB.
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