Historia íntima de los últimos palacetes de Madrid
Mapfre presenta un voluminoso libro de una de las casonas, de tantas que hubo en el hoy Paisaje de la Luz, firmado por el genealogista Ignacio Pérez-Blanco
Madrid pudiera haber sido un París en la Meseta si no hubiera pasado por medio la Guerra Civil, ni arquitectos complejos que creyeron que crecer en alturas era crecer en modernidad. Esos que entendieron en el vidrio un nuevo amanecer. Y no acertaron en ... demasía.
Desde el plano de Teixeira hasta hoy, la ciudad ha crecido, ya se ha dicho, con sus arrabales barojianos, sus caserones de clase media y ya, en lo que nos interesa, andando el siglo XIX y principios del XX, esos palacetes del paseo del Prado y la Castellana que tenían algo cantábrico, fresco, de estilo algo indiano en mitad del secarral matritense.
Pero la teoría del palacete madrileño es un patrimonio ya medio desaparecido con algún recuerdo de lo que fue y lo que fuimos. Con unas palmeras acompañadas con abetos nórdicos: la mezcla de Madrid.
El neoclásico Palacio de Eldualyen, donde estuvo la sede de la Embajada de Cuba, es una de esas construcciones que le dan Madrid un perfume de elegancia, aunque el paseante, en sus quehaceres, no le vaya echando cuentas, quizá por la estrechez de las aceras.
Su historia, que arranca a andar en 1881, es la historia de ese Madrid no tan lejano en el tiempo y en el espacio. El Palacio de Elduayen, sede de la firma Mapfre, está, como los pocos que quedan, dignificando el paseo de Recoletos. Con una acera que desmerece la mirada a lo alto y al detalle.
El humo de los puros
El palacio es un capricho -en Arquitectura no hay caprichos, hay Urbanismo- en el año de gracia ya mentado de 1881, en pleno sagastanovisno, cuando José Eldualyen y Gorriti, político, marqués del Pazo de la Merced, hacedor del tren a Aranjuez, hombre de plurales inquietudes, gobernador del Banco de España y hasta ministro de Ultramar, decide edificar el edificio encargando el edificio al arquitecto Miguel Aguado de la Sierra. Fue conocido en los ambientes por construir la sede de Real Academia Española de la Lengua. Y lo hizo, además, innovando en la construcción: mezclando la doble ocupación del inmueble. Por una parte, la zona noble; y por otra, un espacio para alquiler de viviendas en el resto del edificio.
![Imagen principal - Arquitectura interior del edificio. Nótese la grandiosa de las lámparas](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2022/12/18/palciete-U17587000352dzl-758x470@abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Arquitectura interior del edificio. Nótese la grandiosa de las lámparas](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2022/12/18/Iaplacetedos-U56178320436sSl-464x329@abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Arquitectura interior del edificio. Nótese la grandiosa de las lámparas](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2022/12/18/pi-U22072044354SLs-278x329@abc.jpg)
Su relato, el de palacio de Elduayen, tal y como recordó el alcalde Almeida, es una visita por el poco «patrimonio» que dejó intacto o 'de aquella manera' la Guerra Civil, pero también del ansia de reconstrucción de la aseguradora, «que la lleva en su ADN». La restauración de esos frescos y artesonados que la Fundación Mapfre se ha encargado de rehabilitar, «quitando el negro de los puros» de las reuniones que allí tuvieron lugar mientras por los ventanales caía la noche. Y se hablaba de finanzas, política, chascarrillos y lo que entonces era el todo Madrid.
Pero ahí sigue el palacete, siendo un anejo al Café Gijón y formando parte del llorado sotanillo del Café Teide y sus fantasmas, terrenos donde quizá bajaban Pepe Hierro, Paco Umbral, Cela, y coincidían con un ordenanza de la parte de Sanabria o la Juventud Creadora y su tertulia O con César González Ruano pidiendo el recado de escribir antes de abandonar para siempre el Gijón e instalarse en el Teide. Con la visión de futuro de que allí, a la verita de la Biblioteca Nacional, del Prado, Madrid iba a tener su Paisaje de la Luz, patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y nadie lo podría adivinar. Ni el propio Ruano, «al que tras dos cafés como alimento en el Teide se le ponía La Cibeles del revés».
Platero y Madrid
Aparte de la Historia (en mayúsculas) de España, del «no pasarán» al «ya han pasado», va andando el tiempo. Pasaron los tiempos de «los rojos no llevan sombrero», y en los aledaños del Café Teide y del Gijón las dos Españas se reunían. Y arriba, en el Palacio de Elduayen, algunos años antes, trataban de recuperar las cuentas y el corazón del país. Años antes se habían juntado allí, entre estatuas, tapices y maderas, dos malagueños que tendrían el empeño, a su modo, de ser próceres: el Marqués de Salamanca y Cánovas del Castillo. Porque como narra el voluminoso libro 'El Palacio de Elduayen', quizá se puedan escuchar los pasos de esos cráneos privilegiados a los que se refería Valle.
Sin seguir una narrativa en esta crónica, que sería lo fácil sobre este edificio de cuatro plantas, hay que recordar que en sus instalaciones se imprimió en 1914 la primera edición de 'Platero y yo', dos moguereños ilustres en el centro estresante de Madrid.
Ignacio Pérez-Blanco y Pernas, en fin, da fe de sus acontecimientos y sus moradores en un libro completísimo. Lo señaló el regidor, el pasado miércoles, que se comprometió a no tirar esos palacetes que son tan nuestros.
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