El helipuerto de la Torre Kio oriental: una sorprendente terraza para inaugurar el Open House
Con vistas impagables de media Castilla, Madrid y San Lorenzo del Escorial festejan del 21 al 24 las relaciones entre arquitectura, patrimonio y paisaje urbano
El Madrid brutal y oculto: ruta por unas construcciones de amor y odio
El cielo de Madrid, desde las alturas del edificio Realia - o The Icon- de las Torres Kio, la del este, por situarnos, es el mismo desde abajo. Ese abajo donde los ciudadanos se besan, se enfangan en conversaciones bizantinas, o donde simplemente salen a ... ganarse el día, que es mandato bíblico.
En pocas ocasiones se puede admirar la capital desde el helipuerto de unas construcciones que, en su momento, fueron símbolo de la modernidad matritense, e inspiración de los artesanos asiáticos de los llaveros por la calle Mayor. Los que recrean esa 'A' que no se cierra, surgida de la creatividad contra la gravedad de Philip Johnson (Pritzker en el 79) y John Burgee.
Este martes se ha celebrado allí la presentación del Festival Internacional de Arquitectura y Ciudad, Open House, novena edición que mostrará 125 edificios capitalinos, estudios de arquitectura, y que tampoco olvidará del 21 al 24 a San Lorenzo del Escorial, patrimonio de la Humanidad desde 1984 y orgullo de todo 'gurriato' que se precie.
De alguna manera, ha sido como darle una nueva vuelta de tuerca a las terrazas en altura, pero aquí con la sierra, pese a nubes de evolución, a tiro de piedra. Las lluvias pasadas y el atardecer tienen eso: acercan los contornos del Guadarrama frío.
Diálogo de acero y altura
Todo eso el festival, pero es que donde hay acero y altura, también hay ese cielo del principio del texto y el diálogo entre ambos (acero y altura). Ese espacio donde hay una de tantas rosa de los vientos, donde en situaciones urgentes toma tierra (o azotea) un helicóptero y donde pocas o ninguna vez se han besado dos enamorados.
Ya, arriba, las lontananzas. Los sitios no reconocidos y una ciudad en silencio, donde el único ruido ha sido el de algún flash y los sistemas de refrigeración. Más algún gemido de admiración por saberse en el «círculo de confort» señalizado para este tipo de tráfico aéreo.
Los chicos del catering no llevaban mal de altura, todo lo contrario, mirando sin mirar una sierra tan verde por los chaparrones que se diría Asturias. Eso si se ha puesto el ojo al noroeste, claro. Porque la dirección de las cabezas ha ido también hacia San Lorenzo del Escorial, el monte de Abantos, pico ultraprominente que dicen los entendidos, que se confundía con el sol, que se ha ido poniendo con parsimonia aunque se ha podido disfrutar lo que Madrid tiene de Sierra de Gredos. De crestas unamunianas.
Al sur, con la mirada al hondo sur, el centro geográfico de España, el Cerro de los Ángeles, un salpicado de vegetación entre lo que uno quisiera imaginar antes del mar.
Iba diciendo el encargado de seguridad, llegando al piso 24, el último antes de entrar en el helipuerto en puridad, que «difícil, difícil es saltar y planear» en plena Castellana. A nadie se le ha pasado por la cabeza tal estupidez, pero había que preguntarlo por curiosidad antropológica.
El Bernabéu y el Metropolitano se miran
Qué decir de la ciudad con este observatorio; el nuevo Bernabéu y el Cívitas Metropolitano que, a 115 metros sobre la altitud de Madrid, se miran y se mirarán sin mirarse a un tiro de cámara. O qué recuerdos de los chalets de Chamartín, con su estética de colonia cuando esta zona era las afueras y cuyas calles mantienen nombres de flores. El personal, entretanto, asintiendo a eso que dijo el poeta de España en Santander: lo bien que acaba Madrid. Un helicóptero policial ha sobrevalorado relativamente próximo, informado seguro de que cerca de ochenta personas andaban deambulando por un mirador inopinado. Un mirador por el que, en las mientes, salen tantos pintores. Velázquez, sí; pero también Antonio López conforme según en un instante la luminosidad fue la de una ciudad meridional, al sol del membrillo.
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El Pirulí era una miniatura. Estaban brillando los coches que iban hacia La Coruña, lentos en esta perspectiva.
Una experiencia nueva, para poner al hombre en su contexto frente al horizonte, y devolver al madrileño la noción de que tampoco vive en un erial. Ni mucho menos. Las cinco torres, tan cercanas, han tenido ciertos celos. Consta.
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