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El enigma de Tarteso y su misterioso final, en la primera exposición en España sobre esta cultura

Una cultura envuelta aún hoy en el más absoluto de los misterios, descubre algunos de sus secretos en una exposición única que acaba con la reproducción de la hecatombe que le puso fin

Hallan en el Turuñuelo la primera decoración arquitectónica de Tarteso 

Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico regional y comisario de la exposición sobre Tarteso, en la reproducción de la 'hecatombe' final GUILLERMO NAVARRO
Sara Medialdea

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Hubo una civilización que se desarrolló en el suroeste de la península ibérica, en torno al Guadalquivir, en el tiempo en que Homero escribía la Odisea, hacia el siglo VIII a.C. Y que entró en crisis y desapareció cientos de años después, tras destruir ritualmente sus principales edificios. Qué fue el enigma de Tarteso y cómo vivió esta cultura sus últimos días es el objeto de la exposición –sorprendentemente, la primera que se hace en España sobre el tema– que acaba de abrirse en el Museo Arqueológico y Paleontológico Regional, en Alcalá de Henares. Un viaje en el tiempo que termina con la fascinante recreación del banquete funerario que acabó derribando, piedra sobre piedra, el santuario palacial de Turuñuelo.

Para los griegos, Tarteso estaba ubicado en los confines del mundo conocido. Se le ha relacionado con todo tipo de leyendas, desde la presencia de Gerión, el monstruo de tres cabezas cuyos bueyes robó Hércules para cumplir su décimo trabajo, a los mitos de Gárgoris y Habis, que ilustran su origen.

Ese mundo ignoto, según el arqueólogo y director del museo, Enrique Baquedano –también comisario de la exposición, junto con Sebastián Celestino–, fue en realidad una rica cultura que se desarrolló por la fusión del mundo indígena y el de los fenicios que visitaban la zona, atraídos por su riqueza en metales preciosos. Los fenicios trajeron asnos, gallináceas y un alfabeto, y se llevaban a Sidón y Tiro los metales de la península.

A través de diferentes salas, y amenizado con las expresivas ilustraciones de Albert Álvarez Marsal, se va descubriendo cómo nació y creció la cultura tartésica, y de qué manera llegó a su abrupto final.

Considerada por muchos autores como la primera civilización del Occidente europeo, Tarteso –el nombre utilizado por consenso de la comunidad científica en 2011– sigue rodeada de misterio: es una de esas 'edades oscuras' de la historia que continúan entre sombras. Para intentar arrojar luz sobre el mismo, el Arqueológico Regional (en Alcalá de Henares) ha conseguido reunir por primera vez un número muy importante de piezas únicas, generosamente prestadas por distintas instituciones, y transportadas con todas las medidas de seguridad imaginables.

Imagen principal - Arriba, el mayor caldero de bronce que se conserva, procedente de Casas del Turuñuelo. Abajo, dcha, bocín de bronce con forma de cabeza de felino, del carro de La Joya. Izq., joyas de oro tartésicas.
Imagen secundaria 1 - Arriba, el mayor caldero de bronce que se conserva, procedente de Casas del Turuñuelo. Abajo, dcha, bocín de bronce con forma de cabeza de felino, del carro de La Joya. Izq., joyas de oro tartésicas.
Imagen secundaria 2 - Arriba, el mayor caldero de bronce que se conserva, procedente de Casas del Turuñuelo. Abajo, dcha, bocín de bronce con forma de cabeza de felino, del carro de La Joya. Izq., joyas de oro tartésicas.
Piezas únicas Arriba, el mayor caldero de bronce que se conserva, procedente de Casas del Turuñuelo. Abajo, dcha, bocín de bronce con forma de cabeza de felino, del carro de La Joya. Izq., joyas de oro tartésicas.

Desde los primeros estudios sobre esta rica cultura, realizados a comienzos del siglo XX por Jorge Bonsor y Adolf Shulten, mucho han cambiado las hipótesis sobre Tarteso. Pero el punto de inflexión lo marcó Juan de Mate Carriazo cuando descubrió el tesoro del Carambolo, una impresionante colección de piezas de oro localizadas en 1958 a 3 kilómetros de Sevilla.

La cultura tartésica se extendió primero en torno al Guadalquivir, para moverse más tarde, en el siglo VI a.C., hacia el Guadiana. Un desplazamiento de su núcleo que trajo consigo el auge económico y cultural de la zona, y potenció esta cultura hasta llevarla a su esplendor. Así, hasta que llegó a su definitivo final, en torno al siglo V a. C, cuando la comunidad al completo se embarcó en la ingrata tarea de destruir todos los grandes edificios que jalonaban el río, por causas que aún se desconocen.

La muestra cuenta con piezas estrella, como las cerámicas procedentes del museo de Carmona, decoradas con motivos orientalizantes como flores de loto o grifos. O los ajuares del yacimiento de La Joya, en Huelva, una necrópolis con restos del 'carro de La Joya', que incluye un cubo de bronce del eje del carro, con forma de cabeza de felino.

Los tartesos vivían primero en poblados con estructuras circulares y luego rectangulares. Realizaban en sus cerámicas decoraciones incisas o con digitalizaciones –con la marca de las yemas de los dedos–. Realizaban ceremonias como arrojar los cuerpos de los guerreros muertos en la batalla en la ría de Huelva, ataviados con sus espadas de lengua de carpa; de ahí que se encontraran depósitos con cientos de estas armas al dragar la zona.

La piel de toro

Al Arqueológico de Alcalá han llegado joyas de oro de la época procedentes del Museo de Lisboa; vasos de pico de pato, lucernas, o lingotes de metal con forma de piel de toro, en homenaje a la península.

Pero lo más espectacular tal vez sea la parte dedicada a esos últimos días: a lo que ocurrió en en santuario palacial de Turueño, en Guareña (Badajoz), un descubrimiento que «ha cambiado la visión del mundo tartésico», dice Baquedano.

Allí se ha realizado una reproducción a tamaño real del lugar, con los restos de lo que se encontró: la definición exacta de una hecatombe, un banquete al que siguió el sacrificio de cerca de 50 grandes animales–sobre todo caballos y bóvidos–, cuyos restos fueron colocados armónicamente cruzando sus cuellos. Luego, lo quemaron todo, lo derribaron piedra a piedra y lo cubrieron con arcilla, creando un montículo bajo el que quedó, perfectamente conservado, lo que a día de hoy continúa siendo el mayor misterio de Tarteso.

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