Broncas, peleas, avalanchas y ahogados el día en que la Casa de Campo se abrió al público
Historias capitales
La primera jornada atrajo a una avalancha de vecinos y se registraron hasta 45 heridos
Hallados restos del palacio original de la Casa de Campo de Madrid que enamoró a Felipe II
![Familias madrileñas, merendando en la Casa de Campo en los años 60](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/02/22/merienda-casa-campo-R0OntncbBkxScWcW7OIauEL-1200x840@diario_abc.jpg)
La Casa de Campo, ese enorme espacio verde de más de 1.700 hectáreas al noroeste de Madrid, fue durante siglos un parque cerrado para uso y disfrute de la realeza. Sus majestades cazaban allí, patinaban en su lago cuando se helaba en invierno, paseaban ... por sus pinares o se ejercitaban en distintas actividades como el tiro de pichón. Y así fue hasta que, el 20 de abril de 1931, un decreto del Ministerio de Hacienda que dirigía entonces Indalecio Prieto dispuso la cesión de la que hasta entonces era posesión real al Ayuntamiento de Madrid, y le hizo entrega de la misma al pueblo de Madrid a través de su alcalde, Pedro Rico, el 1 de mayo de ese mismo año. Un día de fiesta que muchos madrileños aprovecharon para acudir en tromba a su nueva zona verde. Y allí fue Troya.
Algunas publicaciones hablan de 300.000 vecinos que se acercaron hasta la Casa de Campo para disfrutar de lo que hasta entonces les estaba vedado. Muchos, muchísimos de ellos, entraban al recinto por primera vez, y la emoción y la alegría se fue desbordando por momentos. Hasta tal punto, que las crónicas hablan de actos de vandalismo, de parterres arrasados, de fogatas encendidas aquí y allá, de quien cazó a lo vivo algún conejo para echarlo a la improvisada olla, y hasta de algún amago de ahogo.
Lo cierto es que el pueblo llano tocó por primera vez lo que hasta entonces era sólo para uso y disfrute de los privilegiados. Algunos comportamientos incívicos, ayudados en parte por las botas de vino que se llevaron hasta el lugar y de las que se dio buena cuenta, calentaron los ánimos y dieron lugar a algunos excesos. Hubo varias reyertas, algunas con presencia de armas blancas y otras sólo a puñetazos; hubo quienes se subieron a los árboles para ver mejor el paisaje o por hacer una gracia, o tal vez rememorando a algún ancestro.
Disfrutaron hasta hartarse de las acequias, los puentes y arroyos, los numerosos parterres y todo lo que hallaron a su paso. Hubo meriendas con mantel de cuadros, música y bailes, y también muchos destrozos. Tantos, que de resultas de la jornada festiva -que algunos se tomaron como un jolgorio-, la crónica del ABC hacía balance de heridos y le salían 45, entre los contusionados, los que presentaban heridas incisas, los que se pasaron con la bebida o los que se bañaron sin respetar el tiempo debido y sufrieron los cortes de digestión con los que tanto nos asustaban las madres.
«Fue tan enorme la masa de gente que acudió a dicho lugar, que se hizo empresa bastante difícil el acceso por la entrada principal, la inmediata al paseo de San Vicente», decía el ABC. La presencia de la guardia cívica, la que tenía encomendada la vigilancia en la zona, era escasa, y por eso, aunque intentaron poner orden en aquel caos, no hubo lugar.
La afluencia de público fue enorme durante todo el día: no sólo por la mañana, cuando iban con las cestas de la merienda para pasar allí el día, sino también por la tarde, cuando abarrotaron los paseos principales, y en especial el entorno del estanque grande. El alcalde también se paseó por allí, suponemos que sorprendido por lo que veía. Había coches circulando, y también camiones abarrotados de ocupantes.
Al atardecer, las hordas de ciudadanos comenzaron a marcharse hacia sus casas, volviendo con ello la paz a la Casa de Campo -y a sus, suponemos, asustados animales-. Fue entonces cuando muchos cayeron en que habían perdido algo por el camino: desde la radio informó el alcalde Pedro Rico aquella noche de que en la Tenencia de Alcaldía se encontraban numerosos niños extraviados, a la espera de que alguien fuera a recogerlos.
La lista de heridos es extensa: en la Casa de Socorro se atendieron a 36 personas víctimas de incidentes y accidentes, y a Enrique Molina y Emiliano Escolar, dos «imprudentes que, después de comer, se sumergieron en el estanque grande», y tuvieron que ser atendidos por «congestión cerebral por indigestión». Los médicos de guardia, doctores Valenzuela y Tovar, tuvieron que hacer ese día un esfuerzo ímprobo para atender a todo el que acudía. Entre ellos un joven pintor de 19 años, José Martín Florez, con contusión lumbar; Fabián Gurumeta, de 25, con el ojo izquierdo a la virulé; Jesús Gil, de 19, albañil, con herida contusa en la región occipital; Pedro Nogueras, de 29, jornalero, con la boca y la cabeza rotas; Jenaro Peneo, de 21 años, carpintero, «herido en riña con dos heridas incisas en una pierna y otra en la región glútea». La lista sigue, entre luxaciones de hombros, alcoholismos agudos, lesiones de pie o codo, contusiones o ataques de disnea.
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Tras el accidentado estreno del pulmón verde, las autoridades llamaron al orden a los revoltosos, y el alcalde recordó que aquello se entregaba al pueblo «no para que lo destroce, sino para que en él halle instrucción, recreo y una fuente de salud».
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