CARTAS AL ALCALDE

El Joy, templo insomne

El local era como el Bernabéu del cubata, Las Ventas del ligue

Cajero con mendigo dentro

Pepe Sancho, María Jiménez o Luis Escobar entre otras personalidades en una fiesta en el local ABC

Ángel Antonio Herrera

El Joy sigue ahí, alcalde, como un monumento de la arqueología festiva de un Madrid que no cesa. La cátedra de la golfemia, en los ochenta, fue el Joy Eslava. En los ochenta, y después. El Joy se lo compró Pedro Trapote a ... Luis Escobar, marqués de las Marismas del Guadalquivir, en el 79, cuando era un teatro, con un millón de pesetas de señal.

El gentío de provincias, y de Roma, venía a Madrid a ver La Cibeles, y a ver el Joy, que era, y es, el Bernabeu del cubata, las Ventas del ligue. Inauguró este sitio la juerga insomne, enseguida tan madrileña, porque fue la primera discoteca que abría todos los días de la semana.

Siempre ha tenido una mitad de farmacia de botillerías de urgencia, para los que frecuentan el alba en lunes, y una mitad de gran templo de celebridades internacionales, empezando o acabando por Roger Moore, Stevie Wonder, o Julio Iglesias, a los que yo he visto en las gradas, todos con coro emocionante de muchachas de dorada tribu lejana, porque de Burgos no eran esas minifalderas, la verdad.

El Joy tuvo aparca, alcalde, porque la calle Arenal no siempre fue peatonal, y ahí llegaban en limusina los toreros o los jeques, como bajándose en marcha de un yate que paraba un momento en la puerta siempre pululada del local, entre el pórtico de iglesia de gánsteres y la gruta de oro de las guapas de paso. Las copas siempre fueron caras, y el alterne internacional.

En los ochenta, y en los noventa, era el sitio puntero para todo acontecimiento del cine, o la moda. He visto a Tierno Galván pidiéndose un anís, y a Rafael Alberti fascinado con las gogós andróginas, que eran las sirenas del cielo del garito, pero sirenas con buenas piernas, y vestidas sólo de spray. Cuando era teatro, allá en la prehistoria del 1870, sonaban las sinfonías de Beethoven, y después fue nido del teatro de variedades.

Siempre ha tenido balaustradas doradas, y muchas plantas de laberinto, con lo que siempre triunfó de cruce de retiro de adúlteros y parque de atracciones. He visto por ahí a Claudia Schiffer borracha de Solán de Cabras, y a Sabina piropeando en endecasílabo al corazón de una peluquera. La azarosa noche castiza, ahí, hablaba todos los idiomas. Aún lo habla.

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