CARTAS AL ALCALDE
Guaguancó en el foro
Hoy la música cubana en Madrid se nos desquicia en reguetón
Viudas sin papeles
Hay una Cuba en Madrid, alcalde. Hay una Habana de canciones o películas por estrenar y bares por visitar, o revistar. La Habana es una dulce fiebre que no se cura, y no sólo para los cubanos, sino también para nosotros, que fuimos allí ... un día, y de algún modo todavía de allí no hemos regresado. Somos, unos y otros, unos nostálgicos con mucha marcha. Somos unos marchosos a los que nos va la nostalgia.
El guaguancó, o la salsa, o el chachachá también rebrota en Lavapiés. A Benito Zambrano le distinguieron su 'Habana blues' con algún Goya, y en un tiempo no remoto sonó mucho Lena Burke, nieta de la incalculable Elena Burke, una cumbre del bolero, a la que apadrinó con claro orgullo Alejandro Sanz. Lena canta con voz de plata ardiente y toca el piano con talento sobrante.
Antes de Zambrano, La Habana se nos hizo propia con aquella película demorada, sentimental y luminosa, 'Fresa y chocolate', de Tomás Gutiérrez Alea, donde saludamos para siempre al actor Jorge Perugorría. Ahora está en lo alto de la moda Rubén Cortada, que lleva barba de navegante de póster y el swing de los morenos de ojos verdes.
Hoy, la música cubana en Madrid se desquicia en reguetón, como en La Habana misma, pero la aorta de la música cubana es el bolero, y el son, aunque prospera más el repertorio de Gente de Zona, que son el ajetreo para el relajo en general. Eso, y los talentos líricos de Pablo Milanés o Silvio Rodríguez. Lena Burke va ahora haciendo faena por Miami, pero a Madrid nos llegó joven, en una belleza despeinada, y se notaba que vive en artista. Es lo contrario a una ninfa de Operación Triunfo, por abreviar.
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El mismo Sanz nos avaló un día a Pancho Céspedes, y luego avaló con emoción a Lena, que vino para quedarse. Hay una Habana siempre por Madrid, alcalde, con sus garitos orquestados de penumbra y sus mulatas locas de colores.
Sol tiene un laberinto de estos sitios. Y los fines de semana aquello es un graderío del Tropicana, un recreo con daiquiri, mientras suenan las canciones de allá, cruce de contento y lujuria, de desmadre y trompeta. Más la cuota competente de ombligos bailando en su salsa. Hechizadamente.
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