Los vecinos de la Cañada Real, a la espera de su realojo: «Vivimos entre ratas, sin luz ni agua. Es inhumano»
Los habitantes del sector de Perales del Río narran su infierno en su peor verano tras diez meses sin electricidad por culpa de los narcotraficantes de la marihuana
![Una niña carga con un paquete de pañales en la zona más depauperada del sector de Perales](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2021/08/09/canada-rial--kZvG--1248x698@abc.jpg)
Imagine pasar el verano, a 40 grados, sin agua, luz, nevera, ventilador ni ducha, entre escombros, ratas y culebras. Usted, su pareja y con cuatro hijos. Pues así es como están malviviendo decenas de personas, no en el Tercer Mundo, sino a pocos kilómetros ... de la Puerta del Sol : en la Cañada Real Galiana . El peor verano de sus vidas, coinciden la mayoría de las quince personas entrevistadas por ABC.
Juan Ramón Vilches Cortés tiene 85 años y es el vecino más antiguo del asentamiento, concretamente en la zona del camino de Perales del Río. Lleva cerca de 40 años allí. Natural de la provincia de Jaén, se casó con una santanderina y compró una propiedad en Asturias. La vendió. «Todas las ‘perras’ que tenía, 20 millones de pesetas de esa época, en 1985, lo gasté aquí, porque en aquella época había buenas perspectivas , iban a hacer carreteras, con servicios», cuenta. Hasta que aquello quedó en un espejismo. Su mujer murió, su hermana (que vivía con ellos) falleció hace un mes y su hijo, que vivía en África, regresó al ‘hogar’ paterno tras sufrir un ictus, que le impide trabajar. Juan Ramón no puede vivir sus últimos años pagando un alquiler social «en un pueblo a 30 o 40 kilómetros»: «Estoy de abogados, tengo derecho a una vivienda en propiedad o a que se me indemnice».
Uno de los requisitos para poder acceder al realojo es demostrar que se lleva residiendo en la Cañada desde al menos 2011. Sin embargo, son muchos los vecinos que aseguran que, «tras pagar más de veinte años la contribución», el Ayuntamiento dejó de cobrarla justo ese 2011 . «Nos mandan el agua en camiones cisterna cada semana. Nos han quitado la luz, así que tuvimos que poner placas solares. Los 7.000 euros que costaron me los dejó mi sobrino. Pero no es suficiente: estoy sin nevera y televisión, no puedo poner el microondas ni la estufa. Estoy asfixiado de calor, bebiendo agua caliente del depósito. Tengo los huesos hechos polvo y estoy con lumbago. Hay ratas, culebras y de todo », denuncia.
El suyo es uno de los cientos de casos que atiende la Fundación Madrina ( www.madrina.org ), que ayuda a los más vulnerables del poblado, sobre todo a las familias con niños y madres adolescentes, que no son pocas. Sus representantes tienen cuantificadas 120 narcoparcelas , en muchas de las cuales se cultiva marihuana y que tienen la culpa de que la zona esté sin servicio de electricidad desde primeros de octubre pasado. Los vecinos están hartos de pagar justos por pecadores, puesto que en esta zona de Perales no hay narcotráfico, solo gente pobre. Como Miguel, un septuagenario que, con un ictus, vivía en una caja de cartón de 2x2 metros, al que Madrina consiguió que realojaran.
Familias y solicitudes
Los niños se resguardan de las ratas en las chabolas. Con los ancianos, son los que peor lo pasan y por eso la fundación les nutre de alimentos, pañales, leche y lo necesario para sacar a una familia adelante. Es el caso de Zaia Carache, marroquí de 37 años y que lleva 12 años en España. Está casada y tiene cuatro críos entre 5 y 13 años: «Antes vivíamos en Pinto. Nos quedamos sin trabajo y el dueño nos echó de la casa. Nos vinimos aquí en 2011». Para hacer la compra hay que recorrer 7 kilómetros y no tienen coche . Por eso la mayoría de los vecinos hace la compra «al día». «La vida aquí es muy difícil, solo tenemos dos placas solares. Cuando viene frío o lluvia no tenemos electricidad. Mi marido está trabajando, de albañil, y cobra 1.000 euros haciendo horas extra». Son beneficiarios de una de las viviendas de alquiler social, aunque aún no sabe cuándo les trasladarán. «Nos hace falta salir de la chabola. Muchas ratas y serpientes se meten en la casa . Vivimos con una nevera de gas y las dos placas solares que tenemos solo dan para dos bombillas y una tele pequeña».
La Comunidad de Madrid recuerda que, junto al Ayuntamiento, se firmó un convenio en 2018 para el realojo de los vecinos de la parte del sector 6 de Cañada Real, desde la incineradora de Valdemingómez hasta el término municipal de Getafe (Perales del Río). Un total de 130 familias ya residen en sus nuevos domicilios , de las 144 solicitudes recibidas que cumplen los requisitos. «Una familia está pendiente de trasladarse por una situación ajena a nosotros, si bien confiamos en que se traslade próximamente, y otras 13 están a la espera de que se firme el nuevo convenio para poder ser realojadas entre nosotros y el Ayuntamiento», recalcan.
«Mis niños lloran del calor»
El marido de Antonia Fernández Cortés, de 27 años, con cuatro hijos de entre 9 años y 7 meses, se dedica a la chatarra, como otros muchos en esta zona. Pero el negocio está fatal. Está deseando que les adjudiquen su vivienda y no quiere ni recordar el paso de Filomena, en enero, por el poblado: «A mi hijo de 2 años le salieron ronchones en el cuerpo por el frío». Entre escombros, calles sin asfaltar y asados de calor, ahora tampoco tienen agua. «Mis hijos lloran por el calor. Para asearnos, lo hacemos en un barreño. Vivir aquí es un infierno », dice, desesperada. Y asegura que no tiene dinero para el pago del alquiler social ni para la entrada que hay que dar antes del realojo.
![Zaia Cachare, marroquí de 37 años, prepara la comida con los productos donados por la Fundación Madrina](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2021/08/09/sector-canada--kFeG--510x349@abc.jpg)
En Perales, el agua deja de salir a las 10 de la mañana . «La culpa es de los delincuentes que viven en la otra parte del sector 6», insisten en el barrio, en referencia a los narcotraficantes: «Se ponen a jugar con mangueras y nos dejan a nosotros sin agua. Y no se les puede decir nada. A Conrado, de la Fundación Madrina, y a mí nos robaron a punta de navaja la leña que trajeron este invierno».
Los techos de cartón y madera son una constante en esa zona de la Cañada. En el mejor de los casos, son casas construidas con ladrillo dentro de parcelas comunes. Lucía Fernández Fernández, de 31 años, casada y con tres hijos menores asegura: «No duermes por la noche. Nos tenemos que mojar todo el rato. Anteayer, tuve que matar a una rata con un palo porque estaba entrando en la casa. Los niños no salen de la casa, solo cuando van a la escuela, porque no tienen amigos ni a nadie». Para hacer la comida se apañan con una bombona de gas y también se lavan con ollas. «Este es el peor verano de toda mi vida», sentencia.
El Covid hace estragos
Otro asunto es la pandemia. Curiosamente, quizá por estar tan apartados, el coronavirus comenzó a llegar en septiembre, en la tercera ola. Actualmente, la variante Delta está causando estragos, con bastantes lugareños infectados . ¿Cómo se confina una familia en una chabola? Imposible imaginarlo.
Mientras hablamos con Mari Luz Vargas Vargas, de 70 años, la Fundación Madrina solicita una ambulancia. Su marido ha perdido un ojo por una embolia y ella tiene el pie como una bota, inflamado desde hace una semana por la mordedura de una rata: «Llamo al médico y no viene».
Los testimonios se suceden, uno tras otro, con la misma problemática, que se ve acrecentada cuando se sufren enfermedades graves. También es el caso de Rocío Fernandez, de 44 años, que fue operada hace un mes de un mioma cancerígeno y, tras pasar 14 días en la UCI, tiene que volver a pasar por quirófano.
A Rebeca López, de 21 años y con estudios medios, le han rechazado el realojo. Antes vivía con sus padres, pero desde hace un año se ha independizado en otra chabola, en la misma parcela que su familia, con su pareja: «Si no nos conceden una vivienda, tendremos que hacer otra chabola donde podamos». Lleva en la Cañada desde los 3 años . «Cada vez hay más basura y las ratas son más grades. Han traído veneno y han fumigado los del Ayuntamiento, pero esto sigue igual. Vivir en una chabola de madera en agosto es lo peor. Esto es inhumano . Me da miedo formar una familia, porque esto no es vida, no le puedo dar esta infancia a mis hijos. Es un vertedero, un criadero de mierda. Y hay muchísima contaminación. Los olores cada día son peores, por la incineradora. Esto es insufrible», se queja la joven, que trabajó dos años limpiando en una residencia pero, con la crisis pandémica, se quedó en paro en abril de 2020.
Y damos con otra de las más veteranas en el barrio. A sus 63 años, Elena, que parece estar de vuelta de todo, lleva la mitad de su vida ahí. Cree que en 2011 les dejaron de cobrar el IBI porque les «daba un derecho», a la hora del realojo. «Este es el peor momento desde que llegué, de casualidad, desde Cuatro Caminos. Esto era un barrio maravilloso, pero ahora no hay quien viva. Por culpa de la dichosa ‘maría’». La tarde cae. Se va el día. La miseria se queda .
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