Terraceo entre nubes y sin miedo al Covid: «Han subido las ventas en las azoteas»
Los rincones elevados de la capital viven su mejor momento gracias al buen clima, la flexibilización de las restricciones y las ganas de recuperar la normalidad
Nuevos horarios en los bares y establecimientos de ocio en Madrid
Sentado en un taburete, Antoine desconectaba el martes del trabajo ante una vista de halcón de Madrid . El sol de la tarde se desparramaba sobre su cerveza con tequila y los castizos tejados a su alrededor, vigilados por un puñado de figuras mitológicas, esculturas ... que forman parte del patrimonio artístico de la capital y que pasan desapercibidas en las alturas. «Con este sol no puedo no venir», reía este joven de 28 años, jefe de producto de una empresa francesa, que nació en Lille, al norte de Francia, y reside desde hace dos años en la Plaza Mayor. El martes le acompañaba un compatriota a uno de sus planes imprescindibles en una de las azoteas de moda de la ciudad. Allí arriba, la crisis sanitaria se diluye en copas de balón .
Desde que arrancaron las buenas temperaturas, acompañadas de las medidas flexibles para la hostelería auspiciadas por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso , las terrazas entre las nubes viven su época dorada. Madrid tiene azoteas para todos los gustos: jardines ocultos a los transeúntes, tranquilos refugios del bullicio callejero, miradores aderezados con música chill. Incluso entre semana se forman colas a las puertas de las más solicitadas. «El 'rooftop' Radio (en la plaza de Santa Ana) estaba cerrado, así que hemos venido aquí», comentaba Antoine sobre su elección, Picalagartos , la cumbre del Hotel NH Collection Gran Vía.
Nueve plantas más abajo, una cola de jóvenes guapos aguardaba su turno. «Siempre está así, de lunes a lunes» , garantizaba uno de los camareros, arriba, entre comanda y comanda. En un solo día del fin de semana Picalagartos recibe alrededor de 500 personas. El martes, la terraza del restaurante en la octava planta estaba reservada al completo. «Antes subían muchos solo a hacerse la foto. El hecho de que la gente que venga ahora tenga que sentarse, tenga que consumir, hace que la facturación no haya bajado tanto», explica Pablo Hernando, un hombre atractivo, de 57 años, enfundado en una camisa de palmeras. 'Walkie-talkie' en mano, no sabe especificar cuál es su cargo, pero si Picalagartos está lleno es, en parte, gracias a su «potente agenda» de contactos, donde figuran nombres como Antonio Banderas , Mario Casas y los actores que saltaron al estrellato con 'Élite', la serie de Netflix, Álvaro Rico y Dana Paola. Aunque las celebridades no son el único reclamo.
La empresa Azotea Grupo, dueña de otras vistas privilegiadas, como la azotea del Círculo de Bellas Artes, inauguró Picalagartos hace tres años, al mismo tiempo que colocaron el último guardián petrificado de las alturas de Madrid , el dios Atlas, en una de sus esquinas. Pablo Hernando entró entonces como 'host' con una misión: «Tienes que intentar hacer que la gente se sienta como te gustaría a ti, la hostelería es eso». Trato exquisito y 'gin tonics' a partir de 12 euros. Solo existe una norma que recuerda el Covid-19 : no se puede fumar. Aun así, Hernando confiesa que acompaña a algunos clientes a zonas más apartadas donde pueden encender un cigarrillo sin bajar a la calle. Sobra el aire libre.
Reservas completas
Doña Luz se encuentra después de atravesar un estrecho portal en la calle de la Montera y montar en el ascensor al final de un oscuro pasillo. «¿Tenéis reserva?», es la pregunta de bienvenida, seguida de toma de temperatura y rocío de gel hidroalcóholico. «Esta es nuestra favorita», aseguran Beatriz y Nuria, dos mujeres que se dedican a la asesoría laboral y que el martes sacaron sus vestidos primaverales para el atardecer. No hay miedo al patógeno . «Con el buen tiempo... es lo único que se puede hacer», dicen. La terraza de Doña Luz abrió el año pasado, pero la pandemia no ha sido el mazazo esperado para este céntrico rincón.
Desde el balcón de Doña Luz se atisba la sede del Ejecutivo madrileño, en la Puerta del Sol. Al fornido director del restaurante, Decio de Carvalho, le gusta su vecina y su apuesta por abrir la mano con las terrazas. «La facturación no ha bajado prácticamente nada» , informa, «el tema Covid nos ha ayudado muchísimo a todas las azoteas, han subido las ventas mientras que en los restaurantes han bajado mucho». Los viernes, sábados y domingos todas las mesas de Doña Luz, con un aforo actual de 140 personas, están reservadas con dos semanas de antelación. Y sin vender ni un solo chupito.
El público de Doña Luz es distinto al de Picalagartos. «Casi todas las azoteas apuntan a jóvenes de 18 a 22 años, nosotros intentamos ir un nivel por encima», señala De Carvalho, «la prioridad ha sido la cocina, no el copeo». En lugar de chupitos, Doña Luz ofrece un viaje culinario , desde arepas venezolanas hasta niguiris japoneses, así como 18 cócteles de autor. También un escondite donde poder desterrar los problemas de abajo.
El primer día de libranza en la última semana de Iker terminó con un mojito en una plataforma circular suspendida sobre la plaza de Santo Domingo . Desde la cima del hotel homónimo se vislumbran otras azoteas y sus ocupantes. Iker es cirujano y ha estado en las tripas de la pandemia. Todas las mesas que le rodean están llenas y el crepúsculo arranca destellos multicolores de las copas de cristal. Algunos grupos superan el límite máximo de seis personas, que a partir del lunes podrán ser ocho. El sanitario opina: «El problema no es la hostelería, es la gente que no cumple las normas».
Junto a una de las mesas concurridas de más y sin detener sus quehaceres, el responsable de restauración del Hotel Santo Domingo , Francisco González, se excusa. «No, no, esto no es lo normal... Es algo puntual. Ahora son momentos puntuales, mientras que antes estaba más repartido», insiste, mientras la cola de jóvenes a la entrada se alarga a las 19 horas de un martes. En la plataforma circular, Débora, boliviana de 25 años y empleada en una tienda, entiende las ganas por recuperar el ocio perdido . «Poco he salido por el miedo a que se contagie la familia, pero ya todo el mundo está cansado de estar encerrado», justifica.
Una de las últimas en incorporarse, hace menos de un mes, es la terraza que corona La Casa Encendida . El ambiente es relajado, no hay música y apenas cabe una treintena de personas. Una pareja pide un zumo de zanahoria y un batido de fresa y dos amigas charlan junto a una niña. Este espacio cerró hace seis años, pero el centro cultural quiso retomarlo y llamó a dos antiguas trabajadoras. Mónica Suárez y Ana Rosa Ruiz son las encargadas de resucitarlo y, tras una primera semana «regular», la terraza de La Casa Encendida ya está en la rueda. «La gente lo que comenta es que se ve muy íntima, hay distancia entre las mesas y puedes hablar sin que te escuchen y, sobre todo, porque hay mucho verde», describe Mónica Suárez. «Es lo que a mí me gusta», sonríe bajo la mascarilla. La nueva normalidad está a varios metros sobre el asfalto.
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