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«Sin techo» en el corazón financiero

El distrito económico de Azca es también refugio de una colonia de indigentes. Se han instalado entre modernas oficinas, bancos y empresas

«Sin techo» en el corazón financiero FOTOS: josé alfonso

m. j. álvarez, c. hidalgo

Egiditus acaba de plantar sobre una pared su colchón, lleno de lamparones y frío como la piel de un muerto. Acaba de terminar su mudanza. Este lituano de 38 años será en unos días el nuevo inquilino, el número 13, del «poblado chabolista de Azca» . Sí.

Porque en medio del corazón financiero de la capital, entre las sedes centrales de numerosos bancos, centros comerciales, bingos, consultoras, rascacielos y los jardines Picasso, malvive una docena de personas, tan cerca y tan lejos del bullicio de bolsillos llenos del paseo de la Castellana. Sus chamizos de cartón no conforman ningún «skyline», pero ellos están allí. Siguen ahí. Aunque hubo otro tiempo en que el distrito financiero de Madrid era para ellos, como para el resto, un lugar de paso.

Si no, que le pregunten a Simón, un cubano de 40 años que llegó a nuestro país hace nueve años para trabajar como economista. Ahora vive de la beneficiencia. Cuando salió del «largo lagarto verde» antillano recaló seis meses en Rusia, para perfeccionar su especialidad profesional. Lo que vino después no se lo esperaba. Se le nota en su conversación entrecortada, como vergonzoso de su maltrecho destino. En nuestro país, llegó un momento en que se quedó sin empleo. Y acabó en la calle. En Azca. Lo que son las cosas.

«Hasta que hace 15 meses, hubo aquí una pelea entre jóvenes que hacían botellón. Me golpearon en una pierna y me dejaron tirado en el suelo. Pero pasó un cura y me ayudó. Él avisó a la ambulancia y me llevó al hospital. Cuando me dieron de alta, el sacerdote siguió ayudándome, llevándome a rehabilitación y a un hostal, para hospedarme. Ahora, estoy haciendo cursos, uno de cocina, para conseguir un empleo», narra Simón.

El caso de Egiditus es el contrario, porque él ahora vive en un piso, pero ultima los preparativos para regresar a la calle. Como el resto de casi todas las personas que malviven en Azca, tiene un discurso bastante coherente y amable; digamos que no responden al perfil, si es que lo hay (todo sea dicho), de «sin techo» : «Llevo diez años en España, y ahora estoy en una situación muy mala. No tengo apenas para comer y me he quedado sin trabajo. Era jardinero, hasta que el 25 de mayo de 2011 se acabó mi contrato. Antes, estuve seis años viviendo en la calle y ahora pago 250 euros por una habitación, con el subsidio que cobro de 400 euros».

Menú del día: flan caducado

No tiene empacho en decir que estuvo en un centro de ayuda a la drogadicción, para desengancharse del alcohol. Y lo consiguió. «En la calle es más complicado aún dejar la bebida» , añade. Su aspecto es totalmente aseado, se pone sus gafas para leer y nos cede su asiento. «Pese a todo, aquí vivo mejor que en Lituania, porque en mi país la situación es peor que en España. El trabajo es inexistente o pagan 200 euros», explica.

Los días son siempre días de hojalata, de comedor social en comedor social; de los baños públicos de Alvarado (a medio euro el cuarto de hora de ducha) a la puerta trasera de los supermercados, que es por donde se tira la comida caducada. Como la docena de paquetes de flanes y cuajadas, vencidos hace una semana, que será el almuerzo de hoy en el «poblado Azca».

Dentro de esta vida tan miserable hay algún oasis de optimismo. La convivencia entre ellos, y eso es lo que parece, es bastante buena, pese a que la mezcla de culturas de lo más dispar: lituanos, portugueses, rumanos, hispanos y africanos.

Abel salió de su Etiopía natal hace 11 años, cuando tenía 17 . Es el más charlatán y simpaticón del grupo. Llegó a Madrid haciendo escala en Italia, de manera irregular. Consiguió los «papeles» en la regularización masiva de 2005, y ha estado desempeñado numerosos empleos durante años, hasta hace tres, cuando la cosa achuchó más de la cuenta y se vio en la calle. «Mi familia era del bando derrocado hace 22 años por el actual dictador. Estábamos “señalados”, y decidí irme. Elegí España porque en aquellos había bonanza. Trabajé de mozo y viví en Tetuán, Usera y Pavones, donde pagaba 330 euros por una habitación. Cuando me quedé en la calle, pensé que iba a ser sólo por unos días, y mira... Esto es lo peor que hay, es insoportable. Siempre ando buscando algo para trabajar, y no trapicheo ni robo».

Y confiesa: «Prefiero vivir en Etiopía que en España, allí estaba mucho mejor. Me doy cuenta de que he perdido aquí mi vida, pero no puedo regresar sin dinero, porque a mi padre, en represalia, el Gobierno no le deja cobrar ninguna pensión».

Entre humedades y alguna que otra pedrada los días de botellón en la zona y la visita siempre violenta de neonazis, la vida pasa de mala manera. Pero persiste el sueño de salir del hoyo . O, como dice el rumano Marius, de 44 años y residente en la «planta superior» del poblado, «que caiga una bomba atómica sobre estos bancos y todos los billetes caigan aquí».

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