Plaza Elíptica
Hora punta en el punto negro
Es una estación de Atocha más obrera, un entrecruce de viajantes de Toledo y de inmigrantes arraigados que buscan su sustento
La plaza tiene un nombre, Fernández Ladreda, de los Fernández del Régimen, que debieron ser unos cuantos. La plaza la llaman Elíptica en lo consuetudinario y en el intercambiador, aunque hay que subirse a las alturas del Colegio San Viator para ver la elipse supuesta. ... En el mentado colegio, los mástiles están sin bandera quizá para evitar lo negro del humo que vienen contando los medidores de dióxido de carbono. Porque en esta zona, en esta Atocha obrera, la contaminación de los coches es cosa a tener en cuenta . Tanto que el Ayuntamiento, en breve, va a restringir el tráfico rodado en un ‘revival’ de Madrid Central sin ser Madrid Central (Estrategia Madrid 360). O dicho en plata, que hay que limitar que en hora punta por aquí pasen una media de 7.500 turismos con sus respectivas emisiones. Eso es lo factual, evidentemente, pero en este puerto seco de Madrid decorado por una fuente con árboles que reviven a Filomena, por un bingo cerrado y un termómetro que marca entre 40 y 44 grados, la vida tiene otro ritmo. La de los inmigrantes que buscan trabajo junto al mojón kilométrico de las antiguas carreteras, la de los clientes que buscan los berberechos del Yakarta, la de los ‘bolos’ —toledanos— que van y vienen de la Ciudad Imperial en el bus rápido. O en el lento.
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En la barra del Yakarta, cuando se pregunta sobre la medida del Consistorio, la respuesta es unánime: «En las Escuelas Aguirre (Casa Árabe) también contaminan lo suyo». O más allá, Juanma abunda en una idea que comparten los parroquianos: «Éstos quieren recaudar cuando lo que deberían hacer, si tan ecológicos son, es ponernos autobuses ». Por pedir que no quede, que hay un vago paisano de la familia de Villacís que nos muestra una foto con la vicealcaldesa y quiere un autocar desde cierta parte de Ávila a Plaza Elíptica.
También hay quien cree, como Hipólito, «muy jubilado», que ya no le «contamina nada». Se coincide en el afán recaudatorio del Ayuntamiento y nos indican que vayamos a fotografiar el medidor de contaminación, que es un poco un Gargallo suburbial . El medidor tampoco dice gran cosa a los profanos; acaso que está allí y que el vecindario lo considera y asume un elemento más del paisaje. Como las mesas de ajedrez llenas de latas vacías de Mahou verde, como el paraguas que dejan en esas mesas de ajedrez del parquecillo. Como que esta zona exacta de Madrid sea el verdadero Kilómetro Cero de los ‘currelas’.
Furgonetas para un jornal
A la vera del medidor, un grupo de inmigrantes amabilísimos, con papeles y sin papeles, con más madrileñía que muchos, se dejan retratar. Ahí anda José Aldo Reyes, con tres hijos, bromista y que lleva veinte años en España y que entiende que la limitación del tráfico rodado les puede limitar mucho, que «en la Plaza Etílica (sic)» esta medida «puede perjudicar a muchísimas familias de la zona, que están aquí por eso». Y ese «eso» son las furgonetas de constructores que les aseguran un jornal que, aún así, no da para pagar alquileres que rondan «los 1.200 euros».
Es verdad que huele a gasolina retestinada, pero en una urbanización de cerca crece un pinsapo, que es abeto que tolera mal la sequía, la contaminación y las altas temperaturas. El grupo de inmigrantes se toman bromas entre ellos, hay hasta un mexicano, Mario, para el que la «boina de Madrid le vale madres». Piden que contemos, y el periodismo es transparente, que a los «latinos nos mezclan, nos castigan por unos pocos malos». También que en esta zona de Madrid, que semeja las plazas grandes de los pueblos de Andalucía y Extremadura cuando el vareo de la aceituna y los señoritos recogían mano de obra, «los vecinos, que ya se opusieron a la llegada del metro, hoy critican que nos busquemos el pan».
Pasa un coche de la secreta con la sirena a la derecha y alguien grita «ahí van los de los tuyos». La rotonda de Plaza Elíptica semeja, con las ‘furgonas’ de las empresas de mensajería, una ‘chicane’ de Fórmula 1. El autobusero del 81, el bus que va a Oporto, lleva un rictus tensionado. La plaza da una sensación de vértigo, de velocidad, amortiguada por una floristería que ha tenido que ver topetazos de aúpa.
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