«¡Obedece, novato, y no llores!»
La última moda de las novatadas es emborrachar al «pardillo» y lanzarlo por un terraplén
Alberto no da crédito a lo que ven sus ojos. Lo malo es que luego le toca a él. «Estos tíos se están pasando» , dice bajito a otro chaval que estudia Derecho en la Carlos III. Son dos novatos y contemplan, aterrorizados, cómo a otro de primer curso le obligan a tirarse rodando por un terraplén. Parece una croqueta. «¡Y no llores!», grita desde arriba el veterano. La víctima ha llegado al final del abismo y sube con rozaduras en los brazos y una herida, que sangra, producida por el cristal de una litrona. Estamos en el campus de la Complutense . Las novatadas han vuelto al campus.
Como cada principio de curso, el ritual se cumple inexorablemente. Ocurría ayer en una explanada del recinto Complutense, justo a espaldas del colegio mayor «Jaime del Amo» y muy cerca del aparcamiento del Hospital Clínico controlado por los «gorrillas». Bromas de dudoso gusto, humillaciones, vejaciones y alcohol. Al final de la tarde, un macrobotellón cubría de basura todo el terreno.
«A la vi, a la va... negros, esclavos, y nada más» . Al compás de este conocido estribillo, veinte jóvenes, casi imberbes, suben la cuesta del cerrillo con la lengua fuera. El veterano les achucha para que no desfallezcan. No pueden más. Pero sí tienen fuerzas para ver a otros chicos y chicas que están de rodillas, con la boca abierta, a los que se obliga a tragar vermú, ginebra o vodka. A las seis de la tarde ya hay varios grupos de estudiantes congregados. Dos horas más tarde son casi dos mil. Hasta mediados de octubre, los novatos pasan por las «pruebas» llamadas de «integración». Las salvajadas y las vejaciones andan, este año, subiditas de tono pero los estudiantes no faltan a la cita . Dicen que es voluntario «pero el que viene, tiene que acatar las órdenes», comenta Raúl. Aquí, en este descampado, la tradición se cumple sin que ninguna autoridad —universitaria o policial— lo controle o lo evite.
«Algunos se pasan tres pueblos», nos decía Ana, que viene de un colegio mayor perteneciente a la Universidad Camilo José Cela. «Este es el punto de reunión de todos los colegios mayores del distrito universitario de Madrid», añade su amiga Olga, desencajada y a la espera de su turno para el sufrimiento. Las dos, como otros muchos jóvenes, están presenciando otro de lo más nuevo en esto de las las novatadas: hacer que una pareja, chico y chica, también se arrojen terraplén abajo. O que «jueguen» a pegarse como en un boxeo.
Tragarse el miedo
Las universidades no han logrado frenar las novatadas pese a endurecer las sanciones. Es más, en la práctica totalidad de los colegios mayores y residencias estudiantiles están prohibidas. Por eso, los jóvenes se van a los descampados para llevar a cabo sus rituales. Esta zona de Metropolitano es una de las famosas y concurridas. La que más.
Uno tras otro cumplen las órdenes del veterano. Sin rechistar. Una de las «putas nuevas» sube sangrando porque se ha arañado el antebrazo y se ha llevado por delante varias zarzas. Sus amigas le acompañan, asustadas, a «algún sitio para que la curen». «¿Y qué decimos?», se pregunta una de ellas.
Las opiniones de los novatos están divididas. O eso parece. A escondidas, algunos confiesan que es «una putada». Tal cual. Sin embargo, otros aseguran que «no es para tanto».
Tanto los colegios mayores como los rectorados madrileños han elaborado normas para prohibir estas prácticas. Está bien, dicen, una fiesta divertida o una broma con final feliz. El sufrimiento y la humillación, no.
La Universidad Complutense las tiene prohibidas «terminantemente» si «atentan contra la dignidad de los colegiales». Es «falta grave» que puede acabar en expulsión del centro, sin perjuicio de sanciones legales.
«A sus órdenes, veterano, a sus órdenes». Para Guillermo, que viene de Burgos, la novatada es un trámite que hay que pasar. Este año es el «esclavo» pero «el que viene, me tomo la revancha». Qué menos.
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