LAPISABIEN
Gran Vía de Su Persona
«Sánchez no pisa las calles matritenses y se ve que levita, en Falcon o en blindado. Da igual, si Iván Redondo quiere que Sánchez camine sobre las aguas, el Clark Kent del Ramiro de Maeztu caminará sobre las aguas»
Pedro Sánchez frente a la imagen de una mujer que representa la Justicia y las estrellas de la bandera de la Comunidad de Madrid
Pedro Sánchez le tiene inquina a Madrid. Y no se comprende. La comitiva por la que va y viene de Moncloa a sus asuntos lleva, quizá, la Guardia Mora de Franco, cinco forales, 20 mossos y algún carabinero de honor. La hipérbole no es gratuita, ... qué va, porque la comitiva de Pedro Sánchez da las horas en la Calle de Princesa junto a las señoras vacunadas que huelen a Álvarez Gómez. Tal ejercicio de propaganda eriza a los madrileños de bien, a los que las sirenas aún les aceleran los pulsos. Porque Sánchez, madrileño, odia Madrid. O al Madrid de las calles cachondas.
Sánchez no pisa las calles matritenses y se ve que levita, en Falcon o en blindado. Da igual, si Iván Redondo quiere que Sánchez camine sobre las aguas, el Clark Kent del Ramiro de Maeztu caminará sobre las aguas. Y si no, habrá sanchistas reciclados del nacionalismo cántabro que contarán este milagro de los panes y los memes.
Y, sin embargo, también hay un Madrid de Pedro Sánchez porque la ciudad le presta sus calles hasta los más vacuos. A Sánchez lo vimos salir del lago estancado de Dos Hermanas, y antes lo vimos llorándole al Follonero en una cafetería tuneada de Argüelles . Cuando alguien le dijo -a Sánchez- que fuera a recorrer España como un Labordeta pagado de sí mismo. Y engolado.
También está el Madrid de Sánchez saliendo de Ferraz cuando el PSOE tuvo el último momento decencia y la gestora de Fernández (los Fernández son muy amables en lo suyo) hacía lo que podía ante un partido horadado. La cuestión es que Moncloa ha conseguido algo en eso que llaman relato, y es que en el centro de nuestras vidas esté Sánchez: si sale por televisión, porque sale. Si no sale, porque no sale. Pero desde que giro el recuerdo hacia atrás aparece Sánchez, con su perro y su troteo por el pinarillo de Moncloa , que ya son ganas.
El sanchismo, tan gaseoso, es una niebla que no cesa. Es el smogg de la Capital en ese ir agitando la nada y la peor España. Se ha asumido a Sánchez como la mascarilla, y poca gente ha profundidazo en ese rechazo de Gabilondo a la alargada sombra del dependiente de Galerías Preciados. «Yo no soy Sánchez, soy Ángel Gabilondo» . Ahí quedó la única oposición al Rey Sol.
La Gran Vía no es la Avenida de Su Persona porque Sánchez odia a Madrid.