Corralas, de la memoria feliz al 'piso patera'
Este símbolo del casticismo, famoseado por la zarzuela, subsiste entre la esperanza, el escepticismo y la resignación de los vecinos

La corrala ha estado ahí desde que Madrid es Madrid, ha formado parte de su idiosincrasia más auténtica, ha sido rehabilitada y a lo largo de la Historia (con mayúscula) ha visto de todo mientras la ciudad, con su expansiones y sus epidemias, ... iba creciendo más hacia lo ancho que hacia lo alto. Corrala , según la Real Academia, es «en Madrid especialmente, casa de vecindad antigua constituida por viviendas de reducidas dimensiones a las que se accede por puertas situadas en galerías o corredores que dan a un gran patio interior».

La definición que da la RAE no puede ser más exacta en lo arquitectónico de uno de los sostenes del casticismo. La corrala no es exclusiva de Lavapiés , como recuerda el arquitecto Pedro Farfán, si bien es en esta zona donde se conservan las más puras. Quizá las más famosas sean las de la calle de Arniches , conocida como El Corralón (hoy sede del museo de Artes y Tradiciones Populares), la que hay entre los números 3 y 7 de la Ribera de Curtidores, o la muy fotografiada de Mesón de Paredes. Y más hacia el norte, la de la Posada del Dragón , en la Cava Baja, edificada por mandato del Marqués de Cubas.

La corrala no solo es una manera de edificar basada en la disposición de la antigua fonda castellana que surge entre el XVI y el XVII ('El Quijote' las describe perfectamente). Un modelo de entender el espacio que a su vez es una adaptación constructiva de la disposición del patio árabe que, con características propias, se da también en Andalucía. Es también, como insiste Farfán, «una forma de sociabilización, lo que ahora llaman el 'coliving'». De alguna manera, y si seguimos al arquitecto, la corrala, que tuvo su origen en el alojamiento que se le prestaba a quienes tenían que estar de paso en la ciudad para vender sus mercancías, pasó a ser residencia estable de madrileños y foráneos. Con sus «pros y sus contras».

Farfán, pese a la estigmatización de la corrala, apunta varios aspectos fundamentales: « El Rastro no existiría sin la corrala» y, «pese al tópico», se trata de edificaciones que han evolucionado a lo largo de la Historia con cierta «riqueza arquitectónica». En ellas se emplearon con pericia «el tapial (tierra comprimida) o el adobe», materiales «económicos y nobles» con los que él ha acometido «actuaciones quirúrgicas» muy diferentes a la filosofía de reconstrucción del último tercio del siglo pasado. De hecho, Farfán participó en la rehabilitación de la corrala-palacio de la calle del Oso «que pudo seguir los planos de Pedro Ribera» y ser la canonjía de la cercana iglesia de San Cayetano .

El amor de Pedro Farfán por el espíritu de la corrala da muestra el hecho de que en una de ellas situara su estudio y aún rememora con nostalgia «el buen rollo con las vecinas», o que fue zona de ensayo de los grupos de la Movida o escenario de «fiestas flamencas en el patio central. En sus patios se desarrollaban todo tipo de actividades menestrales: desde el herrero al guarnicionero. Y se respiraba humanidad».

Hablamos del espacio donde se crió Francisco Álvarez, doctor en Economía, que rememora el «frío», el «baño común en el patio con un agujero» para desaguar o «que por las noches las ratas se hacían las dueñas del lugar». También, eso sí, que cuando llegaban –como ahora– las fiestas de La Paloma, el vecindario se volcaba en servir limonada a los viandantes.
La esencia en fuga
No todo es memoria feliz de la corrala –o el corralón, hay dudas sobre la terminología en Lavapiés–. En la de Mesón de Paredes, Mercedes y su hijo Israel (cuarta generación de la corrala) se quejan del calor, de cómo el barrio ha ido perdiendo la esencia desde cuando, «antes de Gallardón», se representaban obras de teatro, y hasta actuaron en « un tablado del patio Rafaela Aparición y Miguel Ligero». Cerca de allí, entre cintas de Jorge Cafrune y una bicicleta tuneada, atiende en su casa Paco el del Rastro. Paco trabaja en la artesanía «de la napa y la piel vuelta», y tiene su taller en un bajo de la corrala de Rodas («el peletero, no el Coloso»). Suya es la idea de montar una escuela-taller para trabajar la piel en el corralón y renovar un «centro urbano muy incómodo», que ha pasado «del ambiente familiar a los pisos patera». Porque la corrala, como todo en Madrid, es una cosa y la contraria.
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