Chinchón, en la historia del ‘gin-tonic’
La Comunidad de Madrid tiene un papel destacado en la configuración del celebérrimo cóctel

Cuarenta y seis kilómetros unen Madrid y Chinchón . El pueblo disfruta de su bello topismo entre tesos que verdean una primavera que se promete caliente. Y se recuerda aquel lema en las pegatinas de los coches, muy de Fraga, de ‘Chinchón: anís, ... plaza y mesón’ que se veía en las traseras de los 600. Con su plaza torera, con las balconadas verdes, y con los madrileños que se solean antes o después de darle al conejo al ajillo, que es lo típico de este pueblo/estampa que es español a fuer de chinchonero. Nosotros nos planteamos un reto en el Sábado de Ramos: ofrecerle al pueblo entero una realidad a la que hemos llegado por pura serendipia, que Chinchón es parte de la historia del ‘gin-tonic’ . De ese brebaje que los esnob se han apropiado y sobre el que existen teorías que van de la química a las artes gráficas, pasando por la decantación, la mezcla, la sinestesia y hasta la tontería.
La Condesa
Pero vayamos a la Historia, que hasta nuestro compañero Pemán dramatizó. Ciento setenta años antes de que Francisco de Goya inmortalizara a la Condesa de Chinchón, esta tuvo una antecesora que, además, fue Virreina del Perú. Su nombre, Francisca Enríquez de Rivera. Y todo en aquel Perú español en el que la aristocracia y sus cuitas quedaban en casa y no se posaba en el ‘¡Hola!’. La cosa es que nuestra condesa, allá por el Perú, empezó a enfermar de fiebres tercianas o de esas dolencias de latitudes lejanas. Y cuanto peor pintaban las cosas, fue la quina (antaño conocida como ‘polvo de los jesuitas’) la que la curó, de una forma tan milagrosa que los galenos de la época ya se fijaron en esta sustancia como hoy lo hacen con la vacuna de Pfizer. Tal fue la fama del milagro de la quina, que en los ámbitos científicos empezó a mixturarse quina con nobleza, salud con Chinchón . Más o menos un siglo después, el científico Linneo (padre de la taxonomía biológica) cataloga la quina como ‘quina chinchonera’ , de modo que el pueblo y la condesa quedan ya indefectiblemente unidos. Aunque las sobremesas de Occidente, y algún médico de familia, lo ignoren.
El relojero
Hasta ahí queda la ciencia médica, claro. Pero antes de que los ingleses lleguen a nuestro relato, hay otros antecedentes que van a dar al brebaje tal y como hoy lo conocemos. El primero es la historia, según recuerda el gourmet Alcalá Malavé , de un relojero suizo que, cansado de cucos y puntualidades consigue el milagro de burbujear el agua. No contento con el burbujeo de su hallazgo, le añade quinina, y es tal éxito de su bebida que Jacobo Schweppe , que así se llama, decide añadir una ‘s’ a su apellido en un gesto de efervescente visión comercial. Ya tenemos la tónica, el alma del ‘gin-tonic’ , que sabemos de buena mano que la ginebra, sola, es algo así como matarratas. Y sí, claro, los ingleses, que en la campaña de la India mezclan el agua tónica con la ginebra y no podemos obviarlo.

Pero en Chinchón desconocen esto, y es la razón de que el periodista vaya a sus plazas y bodegas a dar noticia del descubrimiento . En el pub de José Luis, cuando le contamos la historia, sacan queso y vino para celebrarlo. Aunque el ‘gin-tonic’ se sirva allí en la tarde como el Machaquito en la mañana, el descubrimiento de Chinchón es motivo de celebración, y la familia de José Luis, d ueña del primer bar que encontramos, silencia Telemadrid y brindan con lo que tienen, vino, a estas horas del aperitivo. Bajando ya a la Plaza Mayor, para uno a comprar ajos llevando la buena nueva. A quienes los paisanos llaman ‘la Merce’, parece que conocía la primera parte de nuestra historia. Se la recordamos y se ríe con algo de cachazuda desconfianza.
Más allá hay que seguir con este reportaje, a medio camino entre el costumbrismo, la coctelería y la Historia más olvidada. En los mesones miran raro cuando, de primeras, pedimos un ‘gin-tonic’ para soltar al amado gremio de la hostelería la idea/fuerza de este reportaje. Acaso como Fernando Arrabal , que siempre empieza por el postre. Se sabe que nos miran raro, pero tampoco preguntamos por política y chinchoneros con mandil nos siguen el cuento. En la Plaza Mayor, ya de ‘tardeo’, madrileños confinados en su provincia se solazan con un copazo de ‘gin-tonic’ , claro, y agradecen que seamos breves en la explicación de que Chinchón es cuna de este cóctel. Antonio y Estefanía ponen cara rara, se estiran, nos dan las gracias y, con la extrañeza, empiezan a ver en Google que no vamos tan desencaminados.
El ‘gintoneo’
Chinchón, a la media tarde, es una postal de Instagram de parejitas que sí, que ‘gintonean’. El periodismo nos obliga a interrumpirle el ‘sthendalazo’ y seguir dando la turra con la importancia de Chinchón en la particular historia del ‘gin-tonic’, por donde pasa hasta un tipo como Luis Buñuel. Con la Plaza Mayor revolucionada hay que volver a Madrid, al Madrid estudiantil de Argüelles , y seguir divulgando este acontecimiento periodístico.
Dice Agustín Rodríguez Panero, del Bar Finisterre , que «no tenía ni puñetera idea» de lo que venimos contando, pero «que puede ser» y que es el cliente «el que manda». Algo tendrá el santo cuando tanto lo bendicen, y algo madrileño hay en el ‘gin-tonic’, preparado que rebaja las cenas, cura infecciones y ayuda a la motilidad intestinal.
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