evidentemente, sí
¿Qué vas a hacer, Carles, irte con el PP y Vox?
La arrogancia de Zapatero enerva a Puigdemont, convencido de que Sánchez es incapaz de resolver su situación. Los lobbys catalanes aprietan y el PP y Vox también se mueven
La relación del PSOE y Junts está agotada en la misma medida en que lo está Carles Puigdemont, y eso es un problema para el Gobierno porque el virrey de Waterloo es imprevisible hasta para los suyos. Por eso Pedro Sánchez involucró a José Luis ... Rodríguez Zapatero. ¿Quién mejor para hurgar en las profundidades de ese alma atormentada que alguien capaz de saludar sonriente a Nicolás Maduro y a Delcy Rodríguez como si no pasara nada? ¿Quién mejor que alguien capaz de pensar que la balanza está equilibrada al poner en un platillo el peso de la liberación de Leopoldo López y en el otro la represión de Maduro? El último mensaje de Zapatero a Puigdemont es arrogante, casi cruel, y bebe del hartazgo de Sánchez con la resistencia del prófugo a someterse a su rodillo: ¿qué vas a hacer, Carles, irte con el PP y con Vox?
De la respuesta a esa pregunta cuelga la legislatura española. En el Gobierno se apresuran a negar tal posibilidad entre risotadas condescendientes, pero en La Moncloa saben que hay más cera que la que arde. Las cosas no pasan por casualidad. Los lobbys empresariales catalanes llevan meses empujando para ese acercamiento entre las derechas española y catalana, y las cosas no son un todo o nada, ni un ahora o nunca. La vía fiscal es la punta de lanza, y ahí están las votaciones de diciembre con PNV y Junts de la mano del PP y Vox para descolgarse del paquete fiscal del Gobierno. El factor inmigración también opera, porque en Cataluña sí es un movilizador de voto y Alliança Catalana le está robando la cartera a Junts. En la Cataluña interior ya no se vota en clave independentista, sino en clave migratoria. Y en las élites de Barcelona, la antigua Convergencia también aprieta, consciente de la pérdida de influencia en Madrid. La derecha catalana, nostálgica de aquella CDC de Jordi Pujol, ya ha asumido que las algaradas independentistas se han acabado para varias generaciones.
La derecha española también se mueve: el domingo pasado Santiago Abascal le dijo a Inda que votaría una moción de censura del PP con Junts «para ir a elecciones sin cesiones al separatismo». El lunes, Alberto Núñez Feijóo aseguró en Alsina que «esa fórmula es lo que en este momento necesitaría nuestro país». Públicamente, el Gobierno se sigue riendo, como aquel día en que Sánchez se carcajeó de Feijóo en la tribuna del Congreso, pero en La Moncloa están intranquilos porque alguien les ha dicho que la gran beneficiada de sus cesiones a Junts será la derecha española. Algo se está fraguando a medio plazo y cada vez son más los intereses para que así sea. No hoy, ni mañana, pero se están poniendo los mimbres. El PP y Junts no hablan, pero ambos saben qué número marcar llegado el caso.
Hay otro factor que juega a favor. La decepción de Puigdemont con la incapacidad de Sánchez para resolver su situación es tal que en Waterloo gana cuerpo la idea de que sólo con la derecha podrá conseguir algunos de sus objetivos, evidentemente no en términos de soberanía. Este planteamiento parte del convencimiento erróneo pero profundo de que el Estado está controlado por la derecha española, y que la izquierda sólo está de paso. Ensoñación o no, lo importante a estas alturas de la película es que Puigdemont también mira a la derecha española. Y cruzarse las miradas es un primer paso, no vaya a ser que en La Moncloa piensen que en el juego de pillos en que se ha convertido la política española el único que juega y cambia de opinión es Pedro Sánchez. Eso se acabó.
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