Joaquín Ferrándiz: «Me han puesto como el rey de los psicópatas»
El libro 'Ferrándiz, el Matamujeres' de la colección Sin Ficción (Alrevés), a la venta el lunes, y escrito por Cruz Morcillo, reconstruye los asesinatos de cinco mujeres con los protagonistas. ABC adelanta un extracto de una entrevista inédita en la cárcel con el asesino
El ensayo Ferrándiz: un asesino en serie sin tratar en libertad

«No salía de noche a cazar, no era un depredador como me decían incluso cuando repetía las pautas... Yo había podido tener muchas más oportunidades, incluso conocí a chicas nuevas. Iba borracho, a lo mejor, y no pasó nada. Lo que hacía saltar esa tecla no lo sé. Yo quizás he llegado a conocerme un poco mejor a mí mismo a través de los psicólogos, pero si una persona te dice que tienes cáncer y otra una enfermedad del riñón, pues uno acaba un poco desorientado porque a mí me han puesto como el rey de los psicópatas y, sin embargo, yo he hecho test y todo y no me han dicho que sea psicópata. Yo ya me había acostumbrado a decir que tengo que reconocer mi problema para superar que soy un psicópata y luego me vienen a decir que no lo soy. Pero bueno, ¡qué cachondeo es este! Y por eso, cuando sale algo de mí en la tele, no la veo, la apago porque me pongo enfermo».
Joaquín Ferrándiz llevaba doce años encerrado en una celda. Había pasado por la cárcel de Castellón, después por la de Meco en Madrid y su destino final era Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, una prisión diseñada en los años ochenta con las medidas de seguridad más estrictas para albergar a etarras sanguinarios y asesinos despiadados. Poco a poco fue acogiendo a los peores asesinos y violadores múltiples como Miguel Carcaño (asesino de Marta del Castillo), Tony King (autor de la muerte de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes), Patrick Nogueira (que mató a sus tíos y sus primos en Pioz), el asesino de la Baraja o José Bretón. Por Herrera pasó Miguel Ricart (coautor del crimen de Alcàsser) y sigue allí el pederasta de Ciudad Lineal (violador en serie de niñas) o Nanysex, depredador sexual de bebés.
Joaquín seguía siendo el preso modélico de la primera vez, cuando lo condenaron por violar a María José. Pero todos sabían que era el asesino de cinco mujeres. Siempre estuvo en segundo grado. No se peleaba con otros internos ni tenía problemas con los funcionarios.
Aun así, era consciente de que cumpliría a pulso su condena. «No creo que me den el tercer grado. Los medios de comunicación se echarían encima. Yo podría pedir permisos, pero soy el primero que no los pide... Es que es muy jodido. Si tuviera que depender de mí, alguien como yo, estaría acojonado. Mi problema es subjetivo. El psicólogo puede dar su opinión, pero la seguridad del cien por cien no se ve..., ¿cómo lo hacemos entonces?».
En 2010, aceptó participar en un programa de la Universidad Camilo José Cela, una investigación de criminología encaminada a la prevención delincuencial, que tomó como muestra a dieciséis asesinos y violadores, entre ellos Ferrándiz. Durante varias sesiones lo entrevistaron y lo sometieron a cuestionarios los criminólogos Paco Pérez Abellán y Carmen Balfagón, además de la psicóloga. Los resultados nunca se hicieron públicos pese a su evidente interés. La larga conversación inédita es el retrato perfecto de la mente de un depredador aunque él lo niega.

Lo primero que les soltó el preso fue que le daba repugnancia lo que salía de él por la tele. «Eso es morbo», les dijo.
Repasan toda su vida desde la infancia, de la carencia de su padre que murió cuando él tenía quince años y al que define como «ese gran desconocido»: «No lo he echado de menos, él estaba trabajando en el extranjero. No sé si me ha perjudicado; para cometer un delito, no». También de la adolescencia, esa que plasmó en sus diarios, con sus primeros escarceos amorosos, y en la que sí le afectó la muerte del padre porque tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar. Y de la madurez, cuando cometió su primer delito.
Su época más crítica
«Uno se da cuenta de que el mundo se lo come a él. Lo que más recuerdo de esa época son fracasos amorosos, tuve una novia de ocho años y fue un tormento. La relación no funcionaba y yo quería que funcionara, pero ella no. De los veinte a los veinticinco años es la época más crítica, los recuerdos más negativos. «Me marcó negativamente. Ella siempre estaba más predispuesta que yo a romper, yo tenía más paciencia, ella tenía más mala leche. A veces hablábamos de futuro, pero a la más mínima discusión ella decía que cortábamos. Sabía que yo me acojonaba, me tenía cogido el tranquillo. Lo dejaba, luego volvíamos. Yo siempre llevaba la iniciativa para volver. La llamaba por teléfono, le regalaba un montón de veces flores, regalos, estuvimos ocho años... Al final ella cortó».
Habla y habla de Beatriz, la que parece ser el amor de su vida, pero no menciona su nombre ni una sola vez. Cuando violó a María José, Beatriz ya no era su novia; «Yo entré por primera vez en la cárcel, la primera vez por así decirlo que se me cruzan los cables, que me cambia el chip, en el 89, que ataqué a una chica. Yo tenía veinticinco años y ya no salía con ella. Ella había cortado, pero al enterarse de que estaba en la cárcel volvió conmigo y estuvimos tres años más, venía a verme, vis a vis y todo..., pero luego se volvió a cansar y ya lo dejó definitivamente».

Las preguntas que tienen que ver con sus recuerdos más íntimos, los positivos y los negativos, giran en torno a esa mujer. Les habla de sentirse querido y dice que es lo que más echa de menos, «el amor de pareja, más que la libertad». También que lo nubla la amargura de ese final abrupto. «Me hizo mucho daño, me hizo sentir muy mal». El hombre que le quitó la vida a cinco mujeres se ablanda con su propio mal de amores: «Fue un cacao, poco puedo decir positivo de esa época. Lo único positivo es que yo siempre he estado trabajando. En la cárcel tenía los mejores destinos, luego cuando salí en tercer grado me dieron trabajo mis vecinos. Siempre me han alabado porque he cumplido como trabajador».
Tenía veinticinco años cuando violó a María José. Nada en su trayectoria anterior anticipó la espiral de muerte que vendría después. Jamás había delinquido. Le preguntaron por qué, qué le llevó a hacerlo.
La primera violación
La primera vez por así decirlo que se me cruzan los cables, que me cambia el chip, en el 89, que ataqué a una chica. Yo tenía 25 años
—Estaba como amargado, siempre lo he hablado con los psicólogos que me han tratado...
—¿Lo haces porque sí? —insisten.
—Esa es la pregunta del millón.
—¿No recuerdas qué te dispara?
—A lo mejor ese sentimiento de amargura me hace explotar de repente, pero eso es una sugerencia mía. No me gusta echar culpas a nadie, quizá la amargura o un defecto en mí de nacimiento o que yo tengo, que explotó en ese momento.
Estaba bien de dinero, bien considerado..., el defecto está en mí, no en mi entorno, ni laboral ni familiar ni de amistades, no lo sé... Si los que están a mi alrededor no tienen la culpa, el culpable soy yo. ¿Por qué me explotó en ese momento la bomba? Eso tendrán que decirlo los psicólogos.
«Un cóctel de pequeñas cosas»
Ferrándiz atribuyó a «un cóctel de pequeñas cosas» que le hicieron explotar en ese momento: «Fue de repente; diez minutos antes no se me habría pasado por la cabeza que yo iba a hacer daño a nadie. El mayor problema fue no reconocer que yo tenía ese pronto, ese defecto, porque yo dije que era inocente. Si hubiera pedido ayuda en aquel momento, si hubiera reconocido mi culpabilidad, quizás ahora no estaría aquí».
Habían pasado más de 20 años cuando al fin reconoció que era culpable de la violación de María José, esa joven, doble víctima, que sufrió el escarnio de que la llamaran mentirosa, aprovechada y mil desatinos más. «Yo tengo voluntad, creo que sí. Mi mayor defecto es lo que me llevó a delinquir. El defecto, con la etiqueta que se le quiera poner, es el que me llevó a la cárcel».
Le preguntaron cómo lo sintió en ese momento, cómo lo vivió. «Cambié el chip, una cosa de hacer daño. No se piensa..., es como una gana de hacer daño. Una cosa troglodita que uno pasa de ser del siglo XXI a ser un cavernícola. Es como si una persona no tuviera inteligencia. En esos momentos no me importaba nada un pimiento, ni hay inteligencia ni nada. Después sí, después un acojono total, ¡madre mía, la que he liado! Y después viene la hipocresía y el cinismo de decir 'yo no he hecho nada, yo no he hecho nada y no quiero saber nada', incluso cuando escuchaba algo, quería meterme en una burbuja e ignorar el problema».
El «problema», como lo llama, son cinco cadáveres, cinco chicas estranguladas porque sí y dos libradas de sus garras por azar. Y él siguiendo con su vida gris o blanca, mediocre o normal, como si nada. Les aseguró a los autores de la investigación que nunca conoció a ninguna de sus víctimas, pese a que la Guardia Civil concluye algo distinto en su informe. «Siempre se dicen muchas tonterías». Esa fue su respuesta.
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