La bandera roja de García Lorca y sus pegatinas
Sonó la prosa de las reivindicaciones, se cantaron los números, gritó la Universidad; se criticó a la presidenta, se clamó contra el Gobierno

Faltaba una hora para la medianoche, y en la plaza de Santa Ana, ante el teatro Español, ya había comenzado el espectáculo. La estatua de García Lorca ya lucía pegatinas a favor de la huelga y alguien le había colocado entre los brazos de bronce dos banderas rojas… Sonaron los versos de Lorca, en la voz de “un cantautor italiano”, que así se identificó.
También los de Miguel Hernández, recitados por la arañada voz de Paco Algora. “¡Créalo siñor amo! Y tamién mi esposa / paé lo suyo y no por enferma, /qu'es d'esfisar que sus pequeñujicos / e pan escasean, / y lo mesmo en verano qu'invierno /desnúas sus carnes las llevan”.
Sonó, también, la prosa de las reivindicaciones, se cantaron los números, gritó la Universidad; Alfaya cantó una canción en una noche que definió como de “huelga / juerga”; se citó al alcalde, se criticó a la presidenta, se clamó contra el Gobierno… Los guiris, habituales habitantes de la plaza, huían con gesto extrañado; alguno reía con los mofletes ya colorados y la mirada ajena. En su lugar artistas callejeros de los de rasta en el sombrero y pantalón abombado, curiosos, simpatizantes. Llegaban las once y media, y los silbatos empezaban a tomar la plaza. Las camisetas rojas de los sindicatos se iban haciendo mayoría y las decenas se iban convirtiendo en centenares.
El mundo de la cultura y del espectáculo, o eso decían, había elegido Santa Ana para mostrar su apoyo a los sindicatos. Pero hubo, en general, huelga de zejas caídas. Pocos rostros conocidos se asomaron por allí: Alberto San Juan, Luis García Montero, Juan Margallo, Petra Martínez, Jorge Bosso. Actuaciones anudadas a la improvisación, ambiente de feria popular… “No pedimos la luna –gritaba una voz-, porque la luna la tenemos; es nuestra”, y una funámbula giraba sobre una estructura lunar.
Los cierres de los bares empezaron a sonar diez minutos antes de la medianoche. Los camareros apuraban a los clientes de las terrazas, cena y espectáculo, y sobre las mesas se iban depositando los platillos de la cuenta. “¡Quedan diez minutos para que empiece la huelga general”, volvía a gritar la voz. “Salga como salga, que va a salir muy bien, esta huelga tiene que ser escuchada”.
Juan Margallo, respetadas canas del teatro español, subía al estrado para recitar la letanía de los escenarios madrileños, respondido cada nombre por sus fieles: “¡Teatro de la Abadía!” “¡Sí, para!” “¡Teatro Alcázar! “¡Sí, para!”. Y luego las series en rodaje, las películas… “¡Sí, para!”
Tiempo para la militancia sindical, después: Jorge Bosso, de la Unión de Actores, junto a José Ricardo Martínez (UGT) y Javier López (CC.OO.) jalearon con sus “¡Viva la huelga general!”. Bosso tuvo que recordar que aquel acto no era por un motivo lúdico, por si alguien lo había olvidado a esas alturas…
Y vino, la medianoche ya asomando el rostro, el rap. Y vino después el Dúo Dinámico: “Resistiré” en versión coro-sindical. Y vino después la noticia: “Telemadrid está sin emisión por huelga general”. Y vino después la despedida. Y no vino después nada más porque la huelga general había comenzado y muchos de los que allí estaban tenían que trabajar para explicársela a los demás.
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