Escoltas en el País Vasco

Hermanos de sangre: nacieron el mismo día y año en la misma ciudad

Txema Iriarte protegió durante siete años a Íñigo Manrique. Esta es la historia de cómo la violencia de ETA unió para siempre las vidas de dos hombres

Txdema Iriarte e Íñigo Manrique siguen encontrándose y abrazándose cuando pasean por Irún Fernando de la Hera

Chapu Apaolaza

Irún (Guipúzcoa)

El destino trenza y destrenza las vidas de los hombres de formas y maneras caprichosas. El 22 de julio de 1968 nacen dos bebés en Irún (Guipúzcoa), en la frontera con Francia. A un niño le ponen de nombre Íñigo y al otro, José ... María. Le apodarán Txema. Durante varias décadas, ambos viven en el mismo pueblo como perfectos extraños. Siendo Irún una ciudad relativamente pequeña, no juegan en el parque, no estudian en el mismo colegio, no comparten cuadrilla, ni salen juntos por la noche. No se conocen de nada. El destino los mantiene curiosamente separados hasta que los junta de manera brutal y salvaje el día en que el escolta Txema Iriarte entra en la casa del concejal del PP Íñigo Manrique para proteger a él y a su familia de la amenaza de un atentado inminente de los asesinos de ETA. Ese día comenzó una relación de siete años y una amistad a prueba de bombas que se mantiene viva.

Los escoltas eran invisibles entonces y, al terminar el terrorismo de ETA, siguieron siéndolo. Como si no hubieran abandonado aquella sombra en la que se ocultaban. Llegaron a ser más de tres mil y se conocen muy pocas de sus historias. La seguridad con la que se protegieron a políticos, jueces, empresarios, periodistas y funcionarios fue olvidada y, en ocasiones denostada. Ahora los escoltas privados han vuelto a la actualidad con motivo de la emisión de un programa de televisión en el que se relataban los desmanes de protectores y protegidos. De entre la tensión, las incomodidades y el miedo a un atentado también surgieron historias que son lecciones de amistad, cariño y una lealtad inquebrantable. Esta es una de ellas.

Empieza en julio de 1997, cuando ETA secuestra y mata al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco. Las autoridades reúnen a un grupo de concejales para comunicarles que debido a la situación, su vida corre peligro grave y que les van a facilitar una escolta durante siete u ocho días. «Terminaron siendo 6.000. Unos 16 años», recuerda Íñigo Manrique, uno de aquellos protegidos que ha sido juntero y concejal de Villabona, Ordizia e Irún, tres pueblos de la Guipúzcoa más castigada por el terror de ETA. «Hubo momentos muy duros. Mataron a Zamarreño, a Caso, a Iruretagoyena… Cada día que nos reuníamos, faltaba uno. Caíamos como moscas».

Los 'berrozis'

Los primeros escoltas que recibieron la misión eran los llamados 'berrozis', el cuerpo de elite de la Ertzaintza. Los efectivos de Guipúzcoa no querían hacer el trabajo en su provincia, así que tenían que venir desde Vizcaya. «Había mucha rotación. Calculo que unas 1.500 personas participaron en mi protección –recuerda Manrique–. Era una locura de tanta gente distinta. Un día estaba uno y al día siguiente otro». Hasta que llegó Txema.

«Yo era vigilante de explosivos y encadenaba diferentes trabajos. Entonces, curraba en una fábrica y me hablaron de la posibilidad de hacerme escolta. Necesitaba trabajo, así que me metí en el lío», recuerda Txema Iriarte y rememora los días en los que conoció a su primer VIP, la palabra con la que los escoltas se referían a los protegidos. «Se me hizo muy raro porque entraba de lleno en las vidas de una persona con una casa, con hijos, costumbres... Íñigo me dijo; 'La única manera de que hacer esto es ser una familia'. Al principio, te dicen que no debes confraternizar con el protegido, que hay que mantener las distancias y eso lo consigues diez o quince días, pero siete años después, es imposible: ese tipo ya es tu amigo». Manrique explica cómo el escolta se convirtió en una parte de la familia y no había otra manera que integrar su figura que considerarla una más. «Tienes a un tipo protegiéndote y llega Nochevieja y ¿qué vas a hacer?, ¿dejarlo fuera? No, claro, se sienta contigo a la mesa. Así debe ser».

En el universo del amenazado por ETA, el escolta está a las duras y a las maduras: esperando de madrugada debajo de la casa, a la salida de los plenos, en los funerales de los compañeros… En Ordizia, aparcaban el coche lejos del ayuntamiento «o si no, a la vuelta no había coche» y tenían que andar unos cientos de metros. «Cruzábamos el puente bien rapidito». ETA sabía que allí los podía cazar. En el 97, en Azpeitia, los rodeó la muchedumbre y otro escolta que no era Txema sacó el arma y pegó un tiro al aire. «Nos agachamos todos por reflejo». Era la primera vez que Manrique escuchaba un tiro.

El miedo se iba depositando en ellos por acumulación, como un metal pesado. «Nunca crees que te va a pasar. Normalmente, el muerto no se entera. Pasábamos miedo en diferido cuando nos decían que los terroristas habían estado siguiéndonos, por ejemplo, y nos dábamos cuenta, después, de lo que podía haber pasado. Estabas tranquilo, pero a la vez recordabas las cosas que te podrían haber pasado las otras veces en las que estabas tranquilo, y claro... Me estoy acordando de cuando pusieron aquella bomba a Borja Semper –actual portavoz nacional del PP y entonces compañero de partido y concejalía en Irún–, en la Universidad del País Vasco en 1997 y ese día casualmente no fue a clase. Estaba tranquilo porque no tenía ni idea de lo que le iban a hacer, claro».

«El miedo une mucho y se crean lazos muy especiales entre los que luchamos en la misma trinchera», admite Manrique. Su relación con Iriarte se fue asentando no solamente en los momentos de tensión en la calle, sino también en comidas en restaurantes, bodas, comuniones, miles de horas de viajes en coche y un millón de confesiones. «Viene contigo a todas partes: al colegio, al trabajo, cuando vas con los niños de vacaciones, cuando estrenas un coche nuevo. Toda tu familia le conoce. Tu 'amona' pregunta por él como si preguntara por un hijo. Es uno más». Recientemente, en casa de Íñigo recuperaron unas viejas cintas de VHS y en uno de los vídeos aparecía la familia con los críos en el parque donostiarra de atracciones del Monte Igueldo. «Allí estaban los escoltas, detrás, disimulando, haciendo como que jugaban a sus cosas. Se subían en la montaña suiza –así se le llama en San Sebastián– detrás con nosotros», explica. Sus hijos, ahora mayores, recordaron las escenas. «Es como si lo hubiéramos olvidado todo».

Txema los vio nacer y crecer. Hace un tiempo se los encontró por la calle. «Les dije que estaban gigantes. ¡Cómo habían crecido! Nos dimos un abrazo. Los niños son la parte más difícil, porque tu presencia de alguna manera les recuerda lo que está pasando, la situación que están viviendo: que hay alguien que quiere matar a su papá. Su vida está en tus manos».

Como un juego

Manrique confiesa que en casa «hacían el paripé» e intentaban convertir las medidas de protección en una suerte de aventura. «Mis hijos creían que yo era el Coronel Tapioca». Los chicos les ponían motes cariñosos a sus protectores. A Miguel el gallego le llamaban 'Maiki'. También estaba Fran de Madrid, o Fabián, que era de Salamanca, se quedó en Irún y ahora trabaja en una autoescuela. El concejal mantiene el contacto con muchos de ellos que han rehecho su vida a su manera, sin reconocimiento ni gloria. «Me los encuentro en el Mediamarkt o en el Decathlon de vigilantes y nos saludamos con mucho cariño». Txema trabajó en fábricas, encadenó contratos precarios y ahora está en paro cuidando de su madre enferma. Desde 2012, cuando dejó de ser escolta, no ha tocado una pistola.

Cuando estaba de servicio durante los años del terror en Euskadi, no se separaba de ella aunque todos intentaban disimular el arma para no asustar a los críos. En ocasiones, el hechizo de la normalidad fingida se hacía pedazos. En el coche llevaban la pistola debajo de la pierna para poder empuñarla con rapidez si se producía el atentado que podía suceder en cualquier momento. «Un día, se les cayó la pistola y los niños se quedaron flipados». La pregunta era evidente e incómoda: ¿Quién era ese tipo armado y por qué protegía a su padre? Los años les dieron la respuesta. Los niños comprendieron la misión que habían tenido Txema y los demás. Lo aceptaron con la perspectiva de la madurez y las explicaciones de su padre, que reivindica el papel de los escoltas en la historia de España. «Sin todas las personas que nos protegieron, nos tendríamos que haber ido. Tenemos una deuda enorme con ellos. Sin los escoltas no habría democracia en este país».

Para la elaboración de este reportaje se han mantenido conversaciones con los dos protagonistas de la historia por separado. Sus testimonios solamente coinciden literalmente cuando se refieren al otro y utilizan las mismas cinco palabras: «Ha sido un hermano para mí».

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 20€
110€ 20€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios