El Museo do Pobo, de Bonaval a toda Galicia y Portugal
El recién nombrado director del Museo do Pobo Galego, el antropólogo y arqueólogo Lois Ladra, conversa con ABC sobre los retos que definen una nueva etapa de modernización y crecimiento
![El director del Museo do Pobo Galego, Lois Ladra](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/11/03/1488035601-Rp51KuvKBXSMzfDPtJrJ2vM-1200x840@diario_abc.jpg)
El Museo do Pobo Galego es custodio, y docente, de nuestra cultura autóctona. Constituido por la sociedad gallega, para la sociedad gallega, su misión se mantiene inmutable en el tiempo, pero el paso de las generaciones demanda nuevos enfoques, nuevas propuestas y nuevos rumbos. De ... fijarlos, y de navegarlos, se encargará en los próximos años el antropólogo, arqueólogo y escritor coruñés Lois Ladra, que asumió la dirección a comienzos de octubre y, ahora, comparte con ABC sus sensaciones al cabo de un primer mes «muy intenso, pero también muy fructífero». Se abre, con él, una nueva etapa para el museo en la que no faltarán flancos que atender.
«El complejo de Bonaval es enorme: son más de 8.000 metros cuadrados, y conocer bien todos los espacios ya ha llevado su tiempo», comienza. También al personal, que alterna entre caras amigas y nuevos conocidos. El primer reto, que ya era sabido, se presentó desde ese momento: «Somos muy pocos, hay algo más de 10 personas contratadas a jornada completa y no tenemos propiamente departamentos, son unipersonales». Por eso, desde el inicio se dirigen esfuerzos a, «en la medida de lo posible», aumentar la contratación y adquirir recursos, una tarea inevitablemente «complicada», pero para la que se fijan miras ya en una fase inicial, «de diagnóstico» de necesidades, prioridades y posibilidades.
Pero, a gran escala, el «objetivo» del museo es asegurar que pertenece «a todo el pueblo», y para ello debe llegar a él en «las cuatro provincias». El problema es que su emplazamiento físico, aunque «tremendamente privilegiado», se limita al parque de Bonaval, en Santiago, fruto de una cesión por cincuenta años que hizo el Concello. Por tanto, procede estudiar otras vías: «Si se pudiera descentralizar el Museo, implementando algún tipo de políticas de itinerancia de exposiciones o de actividades, elevándolo a todos los recursos de Galicia... Pero para eso hacen falta recursos, tanto humanos como materiales», se interrumpe Ladra. Por ahora, se centra en el objetivo, más cercano, de renovar la concesión municipal, y celebra que, «evidentemente, hay muy buena disposición por ambas partes».
El museo abrió sus puertas un 29 de octubre de 1977 –lo que se celebra, cada año, con un día de entrada libre y gratuita para el público general–, en plena transición, como una iniciativa cívica, y la misión con la que echó a rodar «continúa plenamente vigente: estudiar, difundir, preservar y transmitir nuestra cultura como algo que, creo, está y deberá estar siempre», piensa su director. Pero el resto dista de ser igual: Ladra describe cómo las tendencias de aquel entonces hacían que el discurso museográfico incidiese más en la cultura tradicional –agraria, rural, marinera– por ser el perfil con el que se identificaba la población; e incide en el riesgo de que, con una oferta estática, el grueso de una sociedad «mayoritariamente urbana», se desvincule. «La población cambió, evolucionó, y el museo también tiene que adaptar su discurso. Estudia y preserva la tradición, pero debe ofrecer alternativas de futuro. Sirve para reflexionar sobre lo que queremos para el país, cómo nos queremos organizar, qué valores consideramos prioritarios y qué tipo de sociedad queremos para nosotros y para los que vienen detrás. La base está bien fundamentada, se trata de transmitirlo», expone, una «función básica» de la institución que capitanea.
«Descentralización» de la sede
Así que, con la vista puesta «en la pequeña escala, en el día a día», el Museo do Pobo se sumerge en una nueva etapa con algunas miras ya puestas. Más allá de expandir y adaptar sus instalaciones museográficas y el curso museológico, trabajará para alcanzar una «descentralización» de su sede que le facilite llegar «a todos los rincones del país», y en el «fortalecimiento de las relaciones culturales y patrimoniales con Portugal y con la lusofonía». Un campo en el que el propio Ladra tiene mucho que aportar, en tanto que el patrimonio y la lengua del país vecino son una de sus especialidades, y en la que espera cosechar acuerdos de colaboración cultural que dejen buen sabor de boca a ambas orillas del Miño.
Por el momento, en la recta final de este año, Ladra y su equipo se centran en cerrar la programación de 2025. No hay tiempo que perder, porque, recuerda, el 50 aniversario del museo se celebra en 2027 y hay mucho que preparar. Sin desvelar nada, avanza que es su intención «celebrarlo a lo grande, como debe ser», pero para ello hay que asegurarse de seguir trabajando con «suficiente antelación». A Ladra le gustaría que, de aquí a otros cincuenta años, su institución nunca dejase de ser algo «útil, vivo y dinámico. No querría que se convirtiese en un relicario. El Museo tiene que ser un interlocutor: debe saber oír, pero también tener una función pedagógica, enseñar, saber transmitir».
Termina con una reflexión sobre el cargo que asumió en octubre: «Para mí es un enorme orgullo y un privilegio. Creo que es el mejor trabajo del mundo, en el mejor sitio y a cargo de un proyecto ilusionante, muy ambicioso, aun con muchísimos condicionantes y limitaciones. Pero estoy encantado de estar aquí, y cada día más. Voy conociendo mejor la casa por dentro. Sé que [el museo] tiene un equipo fantástico y que seguramente seremos capaces de llevarlo a buen puerto».
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