La sentencia que esperaba una comarca: «Nadie nos va a amargar el júbilo»

Los trabajadores de la planta vuelven a mirar hacia el futuro tras ratificar el Tribunal Supremo la permanencia de Ence en Pontevedra. Cuatro empleados cuentan cómo vivieron, sumidos en la incertidumbre, el último año y medio en sus vidas

Omar, Santiago, Olatz y Jacky, con la nave de Ence y la ría tras ellos MIGUEL MUÑIZ

Pablo Baamonde y José Luis Jiménez

PONTEVEDRA

Viernes por la mañana; los primeros rayos de sol asoman al filo de las colinas que envuelven la ría de Pontevedra. Poco antes de que la luz cubra por completo la silueta que dibuja la nave de Ence, en la orilla sur, llegan cuatro personas ... que sonríen sin disimulo. Son trabajadores de Ence, afectados por el largo impás con el que se han visto obligados a lidiar los miles de empleados vinculados a la pastera en Galicia. Santiago Cerqueiro y Omar Vázquez trabajan en la cadena productiva de la fábrica; Olatz Mayobre y Jacky Tahitua Tupai son empleados en empresas auxiliares. Todos ellos pueden, junto con los 5.000 empleos que giran alrededor de Ence, volver a fijar su mirada en el futuro después de conocer la sentencia del Supremo, que da luz verde a que la factoría permanezca en la marisma de Lourizán hasta 2073. Y con ellos, el resto de la plantilla comienza a contemplar un mañana en el que no tiene por qué temer que su empleo, su medio de vida, se esfume súbitamente.

Cuando en junio de 2021 la Audiencia Nacional anuló la prórroga que permitía a Ence operar en la ría -y su consiguiente desmantelamiento de hacerse firme la resolución judicial- los trabajadores comenzaron a temer por su porvenir. Cualquier apuesta por un proyecto de futuro que pudiese traer cambios sustanciales en sus vidas, toda inversión de tiempo y esfuerzo, se congeló de golpe. Sin un sustento garantizado, no había aval que los blindase de caer en saco roto. No resulta fácil concebir esta vulnerabilidad, omnipresente en su día a día, que a lo largo de año y medio se convirtió en el sinvivir de Pontevedra y su comarca.

Omar tiene 34 años, es secretario de Acción Sindical de CC.OO. en Pontevedra. Lleva seis trabajando para Ence, tres de ellos en una empresa auxiliar. Él y su mujer acabaron aquí «porque estábamos en paro. Ella perdió a su madre de cáncer y, al menos, nos vimos con un piso en donde meternos». Siguió encadenando empleos como pudo, todos «en condiciones miserables», y cursó un ciclo de rama industrial «por si de milagro encontraba algo por aquí». Lo logró a través de un contrato de prácticas con una subcontratación de Ence. Por primera vez daba con una cierta estabilidad laboral, pero la posibilidad de que la prórroga de la pastera se anulase lo mantuvo «a la expectativa» y «contando con la posibilidad de vender el piso, marcharnos a buscarnos la vida en otra parte». El sueño vital se conjugaba en condicional.

Santiago tiene 42 años. Es delegado del comité de fábrica, en la que trabaja desde 2005, cuando «ya pendía la espada de Damocles de que se iba a cerrar». «En lo personal, barajé hasta el 2018 -línea roja para la prórroga inicial de la fábrica- asumiendo que hasta ahí podía hacer mi vida». «Vas trabajando y ves que antes del 2018 [la situación] va cogiendo algo de color» que anima a atreverse a «apostar un poco más», con lo que llegó su primer hijo y la compra de una casa. Después vino la concesión de la segunda prórroga, «otro punto decisivo» y, con ella, su segundo retoño y las primeras reformas. Hasta que tuvo que «comerse el golpe» que fue el recurso en contra planteado por el Ayuntamiento y los ecologistas. Admite que «me hizo frenar proyectos». Con todo, Santiago prefiere hablar de la situación que viven sus compañeros más jóvenes que, como Omar, «están en ese punto en el que quieren dar el salto. Tienen a sus parejas de toda la vida y sus aspiraciones, quieren comprar una casa, hacer vida... Todo eso se frenó de una manera brutal». No son casos aislados.

La incertidumbre se extendía a trabajadores de las empresas auxiliares y externalizadas, como las que emplean a Jacky y Olatz. Ambos están subrogados. Él pertenece ahora a Applus, y lleva más de veinte años vinculado de una u otra manera a la actividad de Ence; ella está contratada por Eulen para ocuparse de portería y pesajes. La factoría no son solo sus 450 trabajadores, también los 5.100 empleos vinculados indirectamente, mil de los cuales entran y salen diariamente de las instalaciones de Lourizán.

Ahora que se despeja el horizonte, la esperanza es que «el pozo de precariedad» que son las contratas se reconduzca y mejoren las condiciones de sus trabajadores, «que algunos llevan ahí toda la vida». Jacky mantiene una reclamación con su empresa, que lo despidió recientemente. «Pero ahora que Ence se queda, espero volver pronto». Hay un nuevo optimismo en la plantilla.

Bandos polarizados

La sentencia del TS ha servido, además, para suavizar una polémica que ha tensionado la convivencia en Pontevedra desde hace años, décadas incluso. La ciudad está fracturada en dos bandos radicalmente opuestos. «Hay hooligans entre la gente muy politizada, pero la que lo está menos tiene una visión más realista de lo que es trabajar», apunta Santiago, el más veterano. «Tengo amigos y familia que están en contra de Ence y darían un brazo y una pierna por que saliese [de la ría]. No tengo conflictos con ellos porque no hablamos del tema», reconoce Olatz. Se convirtió en un tabú, como «la religión o la política, que es preferible no tocar».

Omar critica sin nombrarlos «a los partidos que se dicen defensores de la clase trabajadora». PSOE y BNG han ejercido una oposición frontal a Ence. «¿Cómo pueden decir que en un centro de trabajo todos son fachas del PP por defender su trabajo, o que son asesinos o viles siervos?», se lamenta el sindicalista recordando algunas de las descalificaciones que han sufrido estos meses. Duele que la ciudadanía se posicione sin ambages en defensa de otra industria en peligro, como la planta de la aluminera Alcoa en la Mariña lucense, mientras dé la espalda a lo que representa Ence para la Pontevedra y área metropolitana.

El argumento central del rechazo a Ence es el ambiental. «Yo invito a que se le pregunte a los 1.400 pescadores de las siete cofradías de la ría de Pontevedra, que han participado en nuestras movilizaciones», reta Santiago. «Estamos rodeados de banderas azules», dice señalando las playas que rodean la marisma. «Los primeros preocupados» por el impacto medioambiental y por que no existan «problemáticas de seguridad como gases o contaminantes somos nosotros», recuerda Omar, «ojalá el resto de industrias de este sector tuviera la misma observancia en esas cuestiones que Ence».

La contaminación existe, pero la vinculan al deficiente saneamiento de los municipios costeros -algunos «sin depuradora»- y no a la fábrica. «A lo mejor la Asociación de Defensa por la Ría tenía un sentido hace unos años», admite Santiago, «pero desde hace muchos años el tema ambiental no está controlado, sino lo siguiente. No podemos permitirnos ninguna licencia en eso. Lo sabemos todos».

Empleo industrial

Los trabajadores recuerdan que «toda la comarca depende de esa fábrica» y su desaparición -teme Omar- se llevaría miles de empleos especializados y dejaría a la ciudad a merced de la explotación turística. El 28% del PIB de la ciudad depende de Ence. «Parece que hay algún cambio en algún partido -el PSOE pide ahora pasar página-, porque esto es futuro, es trabajo», quiere ver Santiago, no solo «para las familias que están trabajando», sino también «para la gente que estudia industria, electrónica y mecánica». Sin Ence, «¿dónde trabajarías en industria en Pontevedra si estudias eso?». «De camarero precario», contesta Omar.

La percepción «ya está cambiando» en los planos político y social, quiere interpretar Santiago. Para Omar, «Ence y Ayuntamiento deberían llevarse bien» y no seguir inmersos en un «conflicto permanente». Olatz remata con un ruego. «Le pido a la gente, por favor, que no sea tan radical. Que no todo es blanco o negro, hay colores y no hace falta ponerse a insultar, a desear cosas horribles a las personas que no han hecho nada más allá de trabajar».

Santiago reconoce que «tenemos una industria que no es que esté obsoleta, pero sí alejada de los estándares industriales» exigibles. «Confío en las inversiones -Ence ha anunciado 130 millones en los próximos diez años- y que siga para adelante, porque nos queda un futuro espectacular. Estamos muy contentos y no nos va a amargar nadie la alegría», anuncia Olatz entre risas, «y no importa cómo se pongan». La sonrisa se queda. Ence también.

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