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Segunda ola de incendios: de la 'megatormenta' al efecto imitación

En lo que va de verano han ardido en la Comunidad gallega más de 40.000 hectáreas de monte. Los primeros fuegos los provocaron los rayos. Los actuales son obra de «incendiarios camuflados entre los vecinos»

Efectivos de la Guardia Civil acompañan a una vecina en el incendio de Laza (Orense) BRAIS LORENZO (EFE)
Patricia Abet

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La tregua metereológica que vive esta semana Galicia, con una borrasca que barrió la Comunidad dejando precipitaciones y un descenso térmico notable, no solo ha servido para acabar de controlar los focos que estaban activos, sino para hacer balance de un verano que pasará a la historia como uno de los más dañinos para el monte gallego. Por el momento, las estimaciones hablan de más de 40.000 hectáreas afectadas por las llamas desde que arrancó la campaña, que se dividen en dos momentos bien diferenciados: los incendios que se iniciaron tras la 'megatormenta' eléctrica del pasado 14 de julio y la ola de focos intencionados que están marcando el mes de agosto. Lo sabe bien Manuel Rodríguez, director xeral de Defensa do Monte, que coincide al trazar una línea diferencial entre los grandes fuegos de O Invernadoiro, Carballeda de Valdeorras y Folgoso do Courel -generados por la lluvia de rayos- y los registrados en las últimas semanas en municipios como Laza, As Pontes, Pantón o Boborás.

«Los primeros fueron una desgracia, pero motivada por causas naturales. A partir de ahí, de la última semana de julio, se produjo un fenómeno posterior de imitación. Lo llaman el 'efecto escaparate' o 'de telediario', que causa el que es incendiario por tradición, que imita y prende fuego. Ese fenómeno empezó a finales de julio y esta primera quincena de agosto de una forma brutal» explica Rodríguez durante una conversación con ABC. Después de la lucha sin descanso que se libró en escenarios tan escarpados y de difícil acceso como la montaña lucense, el responsable reconoce que el ánimo con el que el dispositivo antiincendios se enfrenta a esta nueva oleada no es el mismo, porque «sabes que la persona que lo ha causado puede estar a pocos metros de ti, camuflada entre unos vecinos a los que no le importa hacer daño, y te preguntas cómo puede ser que exista gente así». «En fuegos como el de O Courel tienes una sensación de victoria triste porque ganaste a algo natural. No hubo mala uva. Pero cuando están provocados y suben del pueblo al monte como en Verín, no tienes esa sensación de victoria tras la extinción porque te preguntas contra qué estás luchando. No es un elemento natural, es alguien que está haciendo eso. Y sabes que te puede surgir otro a diez kilómetros», reflexiona en voz alta la persona al frente de la estrategia de extinción.

Más allá de la impotencia con la que los medios humanos encaran estas semanas de atentados contra el monte gallego, Rodríguez incide en que en el caso de los fuegos intencionados el peligro siempre es mucho mayor porque suelen «subir de la aldea al monte». Y eso, asegura, mengua mucho el margen de maniobra y la capacidad de respuesta de las brigadas. «Cuando te meten un incendio al lado de las casas que el pueblo no arda depende de tu rapidez y de la rapidez con la que acumules medios para que esas viviendas no ardan. Tienes menos tiempo de reacción y más tensión». Por eso, sentencia, «todo el mundo tiene grabado a fuego que la prioridad son las vidas de la población, las de los que forman el dispositivo y las casas de la gente».

Siete puntos de inicio

El terror que siembra un fuego que amenaza domicilios y propiedades, a pocos metros de distancia, lo tiene reciente el alcalde de Ferreira de Pantón, José Luis Álvarez, que ayer se mostró convencido de que este foco que quemó 25 hectáreas en su municipio y que al cierre de esta edición aún no había sido sofocado fue provocado. «Se descubrieron hasta siete puntos distintos donde se plantó» reveló el regidor ante las dificultades para enfrentar las llamas que solo se frenaron al llegar a las carreteras que transformaron en cortafuegos. En el caso de Pantón, el incendio llegó a aproximarse mucho al pueblo, pero al haber franjas hechas a 50 metros ningún inmueble sufrió daños. Las precipitaciones de las últimas horas, aunque breves, ayudaron en las labores de extinción de los focos que quedaban por estabilizar y de los que a última hora de ayer solo quedaba por extinguir el de Ferreira. El resto, incluyendo el que en Laza arrasó más de 2.000 hectáreas, ya forman parte de un listado infinito de concellos afectados por esta lacra estival. Solo en agosto, 8.100 hectáreas convertidas en ceniza que la lluvia ha contribuido a refrescar para evitar reproducciones como las que se produjeron en O Courel tres semanas después de que el fuego se diese por extinguido por efecto del calor concentrado en el subsuelo.

«Estas lluvias sirven mucho para refrescar los incendios, por la sequía que hubo, que acrecienta el peligro de reproducciones» asume el director xeral de Defensa do Monte, consciente de que «la campaña no acaba hasta finales de septiembre». «Está siendo un año muy malo porque las condiciones metereológicas están siendo muy malas. Son anómalas para lo que es Galicia. Y si continúan hay que estar muy atentos porque son incendios que arrancan muy virulentos y con mucha velocidad de propagación» advierte Rodríguez. Las previsiones, por el momento, solo anotan más calor y sequía a medio plazo. Combustible para un monte que tardará años en recuperarse.

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