Emilio Morenatti da una masterclass en Santiago: los Pulitzer también van a la FP
El fotoperiodista comparte las claves de su oficio con 700 alumnos y les pasa el testigo: «Id más allá»
'La Galicia inédita': la realidad vista a través del fotoperiodismo
![Emilio Morenatti, en su ponencia en la Cidade da Cultura (Santiago)](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/12/11/1489831642-Ro54f99Ym8ZbNwPyWXXmFQK-1200x840@diario_abc.jpg)
Dos premios Pulitzer, un World Press Photo, un Ciudad de Málaga y un Ortega y Gasset, entre muchos otros galardones, figuran en su arsenal. El fotoperiodista Emilio Morenatti (Jerez de la Frontera, 1969) lleva décadas cimentando su trayectoria a lo largo y ancho del ... globo, captando estampas abrumadoramente humanas. Y trayéndose, con él, fragmentos de unas vidas que podrán quedar más o menos lejanas, pero que todas «existen», son «reales». Este miércoles, en Santiago, y frente a una audiencia que incluyó a 700 alumnos de FP –a los que, en cierta manera, dejó el recado de tomar el testigo como la «próxima generación» de fotógrafos–, Morenatti ha compartido algunas de sus claves para ayudarlos en el oficio y, a ser posible, inspirarlos para «romper los límites» e «ir más allá».
Morenatti comienza con el montaje de una selección de 450 fotos tomadas durante un año, perfecta introducción para su primera idea: la dificultad, para cualquier fotógrafo, a la hora de elegir unas fotos como las 'mejores', las que mostrará. Hay multitud de carices que aportan valor y, a su parecer, «la magia empieza con el interés tras las fotos reales». No emplea el término a la ligera: las mejores imágenes, cuenta, son esas, las que captan y reflejan «historias de vida». Para ello, comparte con su joven público, uno debe volverse «invisible». Renunciar a cualquier protagonismo y buscar lo contrario: no llamar la atención, parecer alguien que está de paso, para no condicionar las estampas que se quieren capturar. Porque «el interés del periodismo pasa por concienciar», sin adulteraciones, sobre que «estas realidades existen. Y la cámara es la única arma del fotógrafo para captarlas», apostilla. Morenatti anima a su público a trabajar por «diferenciarse» dentro del oficio; incluso, a tomar ciertos «riesgos» –en un sentido estrictamente fotográfico, como a la hora de encuadrar– para lograr imágenes que de otra forma serían imposibles. Él mismo ha aplicado esta filosofía durante su carrera, y así, en parte, fue creando un sello personal. Por ejemplo, comenta, con el auge del color sobre el blanco y negro, descubrió que le gustaba trabajar «con las tonalidades altas»: rojos, amarillos, verdes... Precisamente, la clase de colores que inundan los paisajes en países de Oriente Medio, como Irán, Afganistán o Pakistán, en los que desempeñaría gran parte de su labor venidera.
Entonces muestra otra secuencia de imágenes, deteniéndose en cada una. En la primera, varias niñas contemplando el paso de un helicóptero de la ONU. «Yo debía estar fotografiando el helicóptero», reconoce, pero optó por captarlas a ellas. Porque pensó que, al retratarlas, también podía retratar sus historias. Las cuentan sus expresiones de extrañeza, sus ropajes manufacturados por ellas mismas, el hecho de que son residentes en una zona sitiada. Otra imagen: un niño, durmiendo, envuelto por una mosquitera. Al explicarla, Morenatti subraya cómo la figura del niño, en fotografía, a menudo «conmueve», y también su expresión, que transmite una sensación «de paz». Pero la foto fue tomada en un campo de refugiados, un entorno que dista de ese ideal. Habiendo presentado esa dualidad, ese debate, apostilla: «Siento que ya he ganado».
La sigue otra batería de fotos, centradas en la inmigración, y destaca la facilidad para encontrar similitudes entre esas personas migrantes y conocidos pertenecientes a nuestros entornos cercanos. Una clave, completa, está en captar las expresiones en el mejor momento, que es lo que brinda la capacidad para «transmitir» al espectador «y, a veces es lo que salva una foto».
Transmitir, no iconizar
Así introduce el siguiente punto de su charla: la representación del «grito», que puede captar el horror por la guerra, el pesar de gente desabastecida tras haber perdido a sus familiares, sus tierras... Posee una enorme capacidad para transmitir, pero por eso mismo, advierte, nunca debe «iconizarse». De hecho, cuenta que hay momentos en los que el fotógrafo debe «dejar la cámara a un lado y actuar» ante alguien que sufre peligro. Lo ilustra, de nuevo, en una imagen: una turba de gente se agolpa frente a un comercio que repartirá raciones de alimentos, y una niña queda aplastada contra el cristal, incapaz de respirar. «Tuvimos que pedir ayuda a los policías y apartar a la gente para sacarla de allí, porque iba a morir», recuerda.
Presenta otro concepto, «el grito pasado», mediante imágenes de mujeres víctimas de agresiones brutales que les dejaron secuelas de por vida. Heridas por quemaduras, ácido arrojado... la mayor parte de las veces, a manos de sus maridos. Y cada imagen, cuenta, tiene alguna entrevista o reportaje aparejado, «nombres y apellidos». Habla sobre una de ellas, profesora en una universidad de Islamabad (Pakistán), que, ante su interés por conocer su historia, se quitó las gafas oscuras que suele portar y se descubrió el rostro para que la retratase. «A esa imagen le guardo especial cariño. Fue prácticamente improvisada», admite, pero es precisamente esa espontaneidad la que la vuelve especial a sus ojos. Otra lección que volvió a hacerse entonces evidente y que comparte con los alumnos: conviene estar siempre preparado.
Otras de esas realidades que Morenatti pone sobre la mesa resultan más cercanas, empezando por una serie de fotos tomadas durante la pandemia. «Entré en contacto con una soledad, al lado de mi casa, que no sabía que existía». Fue testigo de reacciones muy dolorosas, de muertes que sucedieron «en el más absoluto de los silencios». Los escenarios: residencias de mayores; un aparcamiento reconvertido en morgue; el funeral de un hombre al que asiste su hija, ahora huérfana, y nadie más. Imágenes, a su juicio, que atentan «contra el negacionismo» que empañó el discurso público de entonces. Pero, frente al dolor, también esperanza: dos niños, vecinos, trepan los muros de sus patios para verse y poder hablar. Agustina y Pascual, dos usuarios de una residencia, vuelven a verse tras cien días separados y juntan sus rostros tras las mascarillas.
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«¿Quién vuelve a casa?»
Al terminar, quedó tiempo para que los estudiantes preguntasen al ponente. Y entre las cuestiones planteadas hubo una que emocionó al fotógrafo: «Cuando terminas un viaje como los que nos has enseñado, ¿quién vuelve a casa? ¿El fotógrafo o el ser humano?». Para Morenatti, la duda dio en el clavo. Porque el contacto directo y profundo con estas realidades pasa factura, a su manera. «Vuelve el ser humano, muy afectado»; pero, admite, tras conocer la miseria de primera mano, «lo que más cuesta, lo que duele, es volver a la banalidad, a rodearse de quejas por nimiedades».
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