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Nuevo obispo en la diócesis de Tui-Vigo: De re episcoporum

Nombrado para la diócesis de Tui-Vigo, el obispo Valín viene a ser sucesor de San Epitacio, uno de los discípulos de Santiago Apóstol

Claustro de la Catedral de Tui ABC
Juan Soto

Juan Soto

Galicia

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Así, de repente, solo me sale un obispo de nación ribadense, don Laureano Veres Acevedo, jesuita que anduvo por América y tiene calle en su pueblo, por donde está «a fonte dos catro canos». Del obispo Veres sabía mucho Gamallo Fierros, que fue quien lo rescató del olvido. Ahora tendré que consultar a Martín Fernández Vizoso, cónsul general de las Américas en A Mariña. Desde hace unas semanas hay otro mitrado de nación ribadense, Antonio Valín, nombrado para la diócesis de Tui-Vigo. Deus te adiuvet. Era vicario de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, que rige el obispo Fernández Cadiñanos, burgalés, o sea paisano del cura Merino, el guerrillero, no el regicida, aquél que conocía bien a los españoles, según cabe deducir de las palabras que pronunció cuando subía al patíbulo: «Ahí te quedas, pueblo imbécil».

El obispo Valín viene a ser, pues, sucesor de San Epitacio, uno de los varios discípulos de Santiago Apóstol y que, por lo visto, sufrió martirio. De la existencia real de San Epitacio hay tanta prueba fiable como de San Capitón, el que inaugura el episcopologio lucense. Su imaginaria biografía daría para otro 'San Gonzalo' de Álvaro Labrada, pseudónimo de Álvaro Cunqueiro cuando llovían chuzos de punta.

Los obispos tudenses de los que uno tiene algún conocimiento (en todo caso, poco y meramente anecdótico) son don Leopoldo Eijo Garay y don Manuel Lago González, que le sucedió en la mitra. Don Manuel fue magistral en Lugo, miembro de la RAG y autor de versos en gallego, entre ellos los del popular villancico 'Nenos de cabelos de ouro', al que puso música Torres Creo, organista de la concatedral de Vigo y conocido, sobre todo, por 'San Campio' y 'O sol da primaveira', presentes en el repertorio de muchos coros gallegos. Todas las letras de los mencionados cantares son salidas de la pluma de Lago González.

Don Manuel fue el primer arzobispo gallego del siglo XX, para disgusto de García Prieto, el yerno de Montero Ríos. García Prieto era liberal, como su señor suegro, y Lago González tenía fama de muy conservador, cosa que él mismo se empeñaba en demostrar desde las páginas de 'La Integridad', un periódico que, para que nadie se llamase a engaño, proclamaba en la cabecera su condición de «diario católico de Tuy». Las cosas, claras.

A Lago le precedió en la mitra tudense don Leopoldo Eijo Garay, un personaje todavía hoy muy controvertido. Único hijo de una familia muy humilde, su padre era lugués de Sargadelos, donde la cerámica. Falleció a los pocos días de nacer su hijo. La madre, Generosa Eijo, natural de una aldea de Orense, trabajaba como criada de servicio (trabajadora doméstica, diríamos ahora) en casa de una adinerada familia sevillana, que enseguida advirtió la inteligencia y valía del pequeño y tomó a su cargo, sin regateos económicos, sus estudios y formación.

La carrera eclesiástica de Eijo Garay fue brillantísima. Además del latín, dominaba el griego y el hebreo. Fue párroco en Sevilla y canónigo en Jaén y Compostela. No había cumplido cuarenta años cuando asumió la responsabilidad de regir la sede de Tui. Estuvo allí muy poco tiempo, porque enseguida fue trasladado a la de Vitoria y desde aquí a la de Madrid-Alcalá. Después de la guerra civil, Pio XII le otorgó el título (meramente honorífico, claro) de Patriarca de las Indias Occidentales, una distinción que hasta entonces estaba reservada al vicario general castrense y que sólo valía para imprimir en las tarjetas de visita. Son años en los que a Eijo se le llama «el obispo azul». Ya se imaginan la razón de tal remoquete. Al respecto, Eduardo Haro-Tecglen relató una anécdota bastante siniestra, que vale más no recordar.

Parece también indiscutible que Eijo Garay fue, en 1937, uno de los tres redactores de la famosa carta colectiva de los obispos españoles en apoyo de «la Cruzada». Los otros dos: Isidro Gomá, el cardenal primado de Toledo, y Plá y Deniel, por entonces obispo de Salamanca. Después de la guerra, Eijo fue nombrado consejero nacional del Movimiento, quizá como pago por la polémica propuesta que había logrado sacar adelante con algunas (pocas) reticencias: que Franco acudiera a las solemnidades religiosas bajo palio. ¡Qué vergüenza!

Tengo para mí que el ascendiente de Eijo sobre Pio XII debió ser importante, aunque no estuvo exento de polémicas y zancadillas. El obstáculo en su carrera –innegablemente brillantísima– fue el nuncio Tedeschini, con quien, por lo visto, tuvo alguna disputa non sancta. Acerca de tan desagradable asunto hay publicado un pequeño folleto, cuya pertenencia debo a la generosidad de mi fraternal amigo Carlos Varela Merás. Se titula 'Bajo el látigo de Tedeschini', está publicado en 1934, en Barcelona, y es su autor el fraile Nogueira Lousado, franciscano exclaustrado.

Eijo Garay iba mucho a Vigo. Le gustaba pasar allí parte del verano. Y en su casa de Vigo acogió, a su vuelta de Francia, a don Manuel García Morente, catedrático de Ética en la Universidad Central y cura de vocación muy tardía. Sobre la conversión al catolicismo y posterior ordenación de García Morente hay un libro muy bonito, 'Una conversión a través de la música', cuya lectura recomendamos.

El cardenal Eijo Garay tiene calle en Burela. Admitamos que, con la controvertida ley de la memoria histórica en la mano, no se entiende. Es cierto que la influencia de don Leopoldo fue palanca esencial para la construcción del puerto burelés. Pero su biografía es la que es.

En sus primeros años de arzobispado, Eijo Garay tuvo como provisor y teniente vicario general a otro gallego, don Benjamín de Arriba y Castro, lugués de Becerreá. Desempeñó el cargo hasta que, poco antes de que estallase la guerra civil, lo nombraron obispo de Mondoñedo, en cuya diócesis intentó llevar a cabo, aunque sin mayores éxitos, una importante labor reformista, cuyo fruto principal (y casi único) fue aquella famosa asamblea sacerdotal, convocada con intención de corregir o, en su caso, eliminar, algunos hábitos del clero no del todo ejemplares. Don Benjamín acabó siendo cardenal de Tarragona. Servidor tiene años bastantes para recordarlo en su escaño de procurador en las Cortes franquistas.

Anécdotas aparte, en todo caso deseamos mucha suerte, mucha serenidad y mucha mano izquierda a monseñor Valín.

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