El Garabato del torreón
Caídas, cuentos y cementos
Eso de «humanizar a cidade» ha consistido en mandar al hospital a 20 o 30 contribuyentes
Desde hace demasiados meses la ciudad de Lugo vive una apoteosis de cemento, hormigón y motosierra. Por lo visto, tal apocalipsis urbanístico y arbustofóbico responde al propósito de «humanizar a cidade», que diría un concejal delegado para la catástrofe. Por el momento, eso de «humanizar ... a cidade» ha consistido en mandar al servicio de traumatología del hospital Lucus Augusti a veinte o treinta contribuyentes, víctimas de fracturas provocadas por caídas en la vía pública. Son los inconvenientes («a peaxe», diría el otro) de convertir las calles en trampas mortales, so pretexto de peatonalizarlas.
Lo de talar árboles es, a lo que parece, querencia inherente a la condición de munícipe lucense, caterva, en su mayoría, procedente de aquello que don Benito, el de los Episodios, llamaba «dieta del forraje». Ya algunas veces aludimos aquí a las razones freudianas de tal patología: no quieren a la vista nada que les pueda recordar su condición pardal. Siendo eso mucho, no basta para que algunos dejemos de preguntarnos por la misteriosa razón de tanto desbarajuste, de tanta motosierra, de tanto cemento y de tanta peatonalización a lo bestia. Porque resulta que no recordamos noticias diáfanas sobre salida a concurso, con luz y taquígrafos, de las obras, ni pliegos de condiciones, ni nombre de empresa adjudicataria, ni importe de adjudicación. Conocemos, sí, el viejo truco de despiezar la obra mayor en obras menores, para evitar trámites engorrosos y preguntas molestas. Hay que darle gusto al dedazo.
De comisiones, cortesías y compensaciones callemos por ahora. Esas cosas solo las hace la derechona. La izquierda (sedicente: respetemos las singularidades decentes) no cultiva tales vicios. «Nós non poñemos o cazo», dijo en ocasión histórica aquel edil de infeliz memoria. Y de paso iba metiendo en la buchaca.
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