CRIMEN SIN RESOLVER
Elisa Abruñedo: el crimen que la muerte de Asunta eclipsó
EN BUSCA DE UN VIOLADOR SIN FICHAR
A esta ferrolana de 46 años la violaron y apuñalaron en septiembre de 2013, pero el caso Asunta eclipsó su muerte. Ahora, la UCO regresa al lugar donde apareció su cuerpo, a pocos metros de la entrada de su casa, y la familia clama respuestas 9 años después
Foto de Elisa Abruñedo y su marido, procedente del archivo familiar
Dicen que el crimen perfecto no existe, pero hay casos en los que desenmascarar al culpable se convierte en una labor de décadas sin un final claro. Elisa Abruñedo desapareció el 1 de septiembre de 2013, veinte días antes de que la niña Asunta Basterra fuese asesinada por sus padres adoptivos. Quizás por esta fatal coincidencia su nombre no ocupó tantos titulares como la tragedia que su familia vivió hubiese merecido. La fortuna tampoco acompañó a esta gerocultora de Cabanas la tarde que salió a pasear, como acostumbraba, por la tranquila aldea de Lavandeira. Iba sola porque su marido -fallecido en un accidente laboral en 2015- había asistido al entierro de dos vecinos, al igual que la mayoría del pueblo. Así que cuando el verdugo de Elisa se cruzó en su camino, a solo 200 metros de su casa, y la asaltó, la violó y la apuñaló hasta la muerte, no hubo nadie cerca para impedirlo. Ni tan siquiera para dar alguna pista de quién es la persona que los agentes de la Guardia Civil llevan nueve años persiguiendo.
Sin testigos
La falta de testigos de lo ocurrido explica que la familia de Elisa tardase un día en dar con su cadáver, a pesar de fue arrojado a unas zarzas a escasos 500 metros de la entrada de su vivienda. Fue un vecino, veterinario, el que avisó al ver el reflejo de una de las zapatillas de deporte que calzaba. La autopsia del cuerpo de la mujer, de 46 años, no dejó dudas de que había sido agredida sexualmente -probablemente tras ser sorprendida por la espalda- y a continuación brutalmente apuñalada. El asesino huyó del lugar sin ser visto, pero dejó un rastro genético que guarda la clave del crimen. Los investigadores lo saben y por eso volcaron parte de sus esfuerzos en ahondar en los árboles genealógicos de los habitantes de la zona y de otros municipios de Ferrolterra en un intento por encontrar perfiles coincidentes. Algo parecido a buscar una aguja en un pajar, pero el camino más seguro para hallar al culpable.
Ahora, además, agentes de la UCO se han desplazado al paraje en el que Elisa apareció muerta para acordonarlo y realizar pruebas, aunque el hermetismo sobre los avances en las pesquisas es total, incluso para los dos hijos de la víctima, que insisten en que han heredado su «cabezonería» y no pararán hasta encontrar al autor de la muerte de su madre. «Mientras tenga fuerzas seguiré» explica Adrián, el hijo mayor de Elisa, que mantiene contacto con los encargados de resolver el caso. «Vinieron a casa y se presentaron. Sabemos que hay movimiento, pero nada más» asegura a ABC a punto de celebrar el noveno aniversario del crimen. Por el momento, y a la expectativa de lo que pase, Adrián afirma que a la familia le parece positivo «que hayan llegado refuerzos» y confía en que el trabajo investigador dé sus frutos. Él y su hermano siguen viviendo en la casa familiar, ya sin sus padres. «En su jardín, como ellos los tenían» concreta Adrián, que en su día pasó a los agentes los nombres de todos aquellos de los que podría sospechar. «Miras a la gente y te preguntas si pudo ser tal persona», reconoce ante la incertidumbre generada por la prematura pérdida de Elisa, pero ninguna de estas sospechas fructificó.
Un agresor sexual sin fichar
Los investigadores parecen convencidos de que el verdugo de la ferrolana fue un hombre que no la conocía, que estaba de paso por la aldea y aprovechó la oportunidad al cruzarse con ella en el camino. Es probable que ni siquiera supiera que su casa estaba a pocos metros o que acababa de despedirse de una vecina, que había entrado en la suya instantes antes. Un agresor sueltoSin cámaras ni testigos de los que tirar -«ese día hacía mucho calor» recuerda Adrián-, todos los esfuerzos se centran casi desde el inicio en encontrar al dueño del ADN que se adhirió al cuerpo de Elisa. El de un agresor sexual que no coincide con ninguno de los presos que ese fin de semana estaban de permiso en la zona por delitos de esa naturaleza. Su busca, por tanto, a una persona sin fichar, que no ha pisado nunca una cárcel, pero que es capaz de asaltar a una desconocida para violarla y matarla para ocultar su crimen. Alguien que sigue agazapado mientras las nuevas tecnologías lo cercan y la familia insiste en que el caso no se olvide y la investigación derive en un juicio con un sospechoso en el banquillo.
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