Balance del año político en Galicia
El año que encumbró a Rueda como barón con presente y futuro
El hito más destacado de 2024 fueron las elecciones autonómicas que ganó el PP con holgura para revalidar su mayoría absoluta, y que consolidaron al BNG como la alternativa ante un PSOE hundido. Ah, y Jácome resiste
La comisión sobre la contratación pública y el Cunqueiro concluye sin pena ni gloria
En año electoral todo empieza y acaba con lo que hubieran dicho las urnas. Es el caso que nos ocupa. En febrero Galicia habló, y en unos comicios con una altísima participación (superior al 67%), revalidó la confianza en el PP, que por primera ... vez desde 2009 presentaba un rostro distinto al de Alberto Núñez Feijóo. Con más de 710.000 votos, los gallegos no solo le otorgaron la victoria a Alfonso Rueda, sino que aquilataron su liderazgo externo pero también interno, después de la sucesión exprés de Feijóo acometida en 2022, que a la larga resultó ser un éxito. Fueron unas elecciones de las que salió aún más reforzado el BNG de Ana Pontón, pero sobre todo dejaron muy tocado al PSOE, en una posición de debilidad nunca antes vista en la Comunidad.
La arrolladora victoria de Rueda -que consiguió el número de votos más alto para el PP solo superado en los últimos quince años por las autonómicas de 2009 y las generales de 2011- no fue precisamente un paseo militar, ya que la campaña electoral vivió no pocos sobresaltos. En el arranque del año, los populares se vieron sorprendidos por la polémica artificial del vertido de pélets del 'Toconao', convenientemente agitada por un BNG que quería fabricar un contexto de rechazo social a la gestión de la Xunta homologable al 'Prestige'. El paso de los días demostró que la realidad no era la que quería narrarse desde los partidos de la oposición.
Incluso durante la campaña, el PP se manejó de manera un tanto errática. Al mismo tiempo que exhibía músculo con un nuevo 'no hay billetes' en la Plaza de Toros de Pontevedra,Rueda se mostró titubeante en el único debate a cuatro con Ana Pontón, José Ramón Gómez Besteiro y Marta Lois, sin la cintura que había demostrado en el Parlamento durante los dos años previos. El mayor traspié fue, sin embargo, de Feijóo, al deslizar en una comida con periodistas madrileños unas supuestas conversaciones con Junts durante las negociaciones para su investidura fallida. Mucho ruido que desubicaron a un PP que no encontró su mensaje hasta la semana final: plantear las elecciones como una dicotomía entre su proyecto y el de los nacionalistas, de corte soberanista aunque envuelta en retórica moderada. Y funcionó. Rueda no solo consiguió en las urnas la legitimación que su presidencia necesitaba, sino que además se revistió del liderazgo y la robustez para ser considerado 'barón' del PP por derecho propio. Y no parece que su etapa tenga vocación de ser efímera.
El BNG se vio vencedor en distintas encuestas -desde las groseras entregas del CIS, con horquillas de ciencia-ficción, hasta varios sondeos de medios progresistas- y jugó al presidencialismo de su candidata, mejor valorada en algunos ratings que Rueda. También se gustó con mitins masivos, con una estética más propia del PP, para demostrar su crecimiento social. Y zurció sus relaciones con Anova: Beiras volvió al redil, aunque solo fuera para café con foto. Su viento a favor fue la potencia mediática del PSOE, puesta a disposición del nacionalismo para intentar desbancar no ya al PPdeG de Rueda, sino al PP de Feijóo. La decisión de Ferraz tuvo un coste doloroso para los socialistas: el Bloque logró su techo histórico de votos y escaños, y Besteiro padeció la tormenta perfecta, desdibujado antes, durante y después de la campaña. La tarea de reconstrucción se plantea ingente. Pontón ha recibido otro cheque por cuatro años de la militancia del BNG en su última asamblea, mientras que el PSdeG celebrará su próximo congreso en marzo. No se prevén excesivos cambios.
Las elecciones también vinieron a dar la puntilla a dos organizaciones sin estructura en Galicia: Sumar y Vox. Los de Yolanda Díaz, que venían de lograr dos diputados en las generales de 2023, se vieron arrollados por la ola nacionalista. La formación de Abascal creció ligeramente, pero manteniéndose en la irrelevancia. Su discurso no hace mella en el muro del PP. La anécdota la puso Democracia Orensana: escaño en O Hórreo para no se sabe muy bien qué, ya que no pueden jugar al chantaje con la mayoría del PP.
En las europeas de junio, a pesar de su limitada participación, se matizaron los resultados de las autonómicas. Ya no por la victoria del PP, sino por un PSOE que volvió a ser segundo, adelantando claramente al BNG. Lo que lleva a fundamentar la lectura de que la clara hegemonía nacionalista en la izquierda puede ser más coyuntural de lo que parece. Por delante, un horizonte sin elecciones hasta mayo de 2027, si Sánchez no lo remedia.
Lo de Orense
Este fue el año en el que tampoco salió adelante una moción de censura contra Gonzalo Pérez Jácome en la capital orensana. Empieza a ser un espantajo recurrente en la ciudad de As Burgas -ya hubo dos amagos en la anterior legislatura, igualmente fracasados-, pero los partidos políticos de la oposición siguen sin ponerse de acuerdo. Fue en verano, de nuevo a iniciativa de los socialistas orensanos, haciendo un llamamiento al resto de fuerzas. El PP acudió a la reunión para escuchar qué se proponía, y encontró que el BNG, pieza necesaria para que prosperara la operación, se presentó solo para dejar su firma y exigir que el alcalde fuera socialista, nunca de los populares, la segunda fuerza más votada en las municipales de 2023.
Sobre la mesa el PSOE puso un listado de temas en los que la oposición estaba mayormente de acuerdo, pero incurrió en un pecado capital: anunciar una moción que no estaba previamente cocinada ni acordada. No se sabía la conformación de un hipotético ejecutivo local alternativo, ni quién sería el candidato. Cuando los partidos empezaron a vetarse unos a otros -el PP reprochó al BNG que los vetara para la alcaldía mientras el PSOE postulaba a su líder local-, la iniciativa se desinfló por completo y Jácome respiró aliviado. Al menos en este tema, porque el regidor acumula reveses este año: anulación de nombramientos, condena por acoso al interventor e investigación de Fiscalía por supuestas irregularidades en la financiación de su partido.
También ha sido un buen año para Luis Menor, el presidente de la Diputación, que dejó de depender de la ciclotimia del regidor orensano para lograr la estabilidad de la institución provincial. Su as en la manga fue propiciar un gobierno de coalición inédito en Carballiño, donde el PP entraba a ser muleta del alcalde socialista Francisco Fumega, cuando parecía que los populares con quienes se podían entender era con Pachi Vázquez para desbancar al PSOE. La operación tenía largo recorrido: uno de los ediles de Fumega es diputado provincial, y así Menor amarró un entendimiento que restaba capacidad decisoria a Jácome, un aliado muy poco fiable. Ha sido la consolidación de Luis Menor en su provincia, de la que poco a poco se va difuminando la sombra de Manuel Baltar, ahora con destino en el Senado y que en 2025 tendrá que responder en el Tribunal Supremo por circular a 215 km/h. Su futuro político está en el alero.
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