El pazo de los Franco entregado al Estado
Los santos inocentes de Meirás
Los guardeses de la finca pierden empleo y vivienda con la llegada del Estado como poseedor del Pazo. A su cargo, dos hijas menores
No responden al nombre de Paco «El Bajo» ni Régula. Bajo su techo no viven Quirce ni un Azarías que llame por su Milana bonita. Tampoco su casa es el descarnado ejemplo de la explotación por parte de las clases pudientes al servicio en la ... España rural de mediados del siglo pasado. Pero en el Pazo de Meirás hay guardeses, o mejor dicho los había, porque con la sentencia que le otorga la posesión provisional del inmueble al Estado , Carlos y Olga se han quedado en la calle. Ambos pierden trabajo y vivienda. Y con dos menores de 16 y 13 años escolarizadas en Sada y un futuro más que incierto. El jueves, mientras la abogada general del Estado exhibía sonriente la llave de Meirás a los pies de la escalinata del Pazo como símbolo de la victoria de la democracia frente a los Franco, Carlos regresaba del instituto de recoger a sus hijas en un discretísimo segundo plano. «Hoy es el día de mi ruina», se lamentaba, «lo pierdo todo».
Pudo no ser así. Los abogados de la familia Franco intentaron abrir una vía de diálogo con la Abogacía del Estado para buscar fórmulas que permitieran al matrimonio seguir desempeñando su labor como encargados de la finca. No hubo manera. «No sé por qué en otros casos sí y en el mío no puede haber subrogación», lamenta Carlos, «no sé por qué no puedo seguir, porque esto hay que seguir cuidándolo; yo contaba con quedarme aunque fuera de vigilante, esto necesita un mantenimiento constante». El escenario legal para que el Estado asumiera a estos dos trabajadores no era fácil. Expertos en Derecho del Trabajo y Administrativo consultados por ABC no veían margen. «No hay subrogación automática porque no es una unidad económica que cambia de titular”, explicaron; «los cauces para trabajar por la Administración son procesos selectivos en base a criterios de igualdad, mérito y capacidad». No había un aparente asidero normativo para darles una oportunidad.
La Abogacía solo ha consentido darles un mes más de margen para que se realojen; los Franco pedían dos. No hubo manera. La juez Marta Canales solo les ha concedido hasta el 15 de enero. «Con el Covid todo es más difícil, porque no puedes salir de tu municipio para buscar empleo». Tampoco puede seguir realizando actividad alguna en Meirás. La Abogacía fue tajante: «No podrá prestar ningún tipo de servicio en el Pazo en favor de la Administración General del Estado», según solicitaba en un escrito que fue aceptado íntegramente (como todo en este procedimiento) por la juez de Primera Instancia, «en ningún caso se subrogará en la posición de su actual empleador».
Carlos era algo más que el guardés de la finca. No solo abría y cerraba las puertas cuando era avisado de la llegada de la familia Franco en los meses de verano, o limpiaba con su mujer el interior del inmueble para que todo estuviera a punto. Su mimo y dedicación llegaban a los jardines del Pazo, cuidados al milímetro. La buganvilla de la puerta principal, el boj y los setos de los caminos y sendas, el césped kilométrico, las podas de los árboles ornamentales… «Apareció este año la enfermedad del boj y estaba todo infectado», cuenta, «la buganvilla también tiene plagas; acá no se para». También del inmueble, aquejado de humedades y filtraciones de agua. Un trabajo diario, constante, que le hizo ganarse la confianza de Carmen Franco , quien pensó en él para encargarse de Meirás tras el fallecimiento del anterior guardés: «Creo que hicimos méritos».
«A doña Carmen le gustaba cómo lo hacía, me decía que siguiera». De eso hace 17 años, los que lleva este matrimonio boliviano instalado en Sada. «Ya soy más gallego que boliviano». Entraron al servicio de los Franco en Madrid, «y doña Carmen me preguntó si quería venir». No dudó. «Cuando llegué, el jardín estaba todo bravo, lleno de zarzas de más de un metro». Nadie conoce las viejas Torres de Emilia Pardo Bazán como él. Cuando Carmen Franco falleció, sus hijos decidieron que el matrimonio continuara . Tras la sentencia, no han tenido más remedio que rescindir su relación laboral. No tienen trabajo para ellos en Galicia. Y el matrimonio tampoco quiere desarraigar a sus hijas de su entorno, que nacieron aquí «y que notan nuestro nerviosismo porque nos vamos a quedar sin trabajo». «No pienso marcharme de Galicia, intentaré seguir buscándome la vida aquí», asegura.
En todo este tiempo, Carlos y Olga han vivido en la antigua granja de Meirás, la vivienda ubicada en el acceso lateral del recinto. Ha sido la residencia de los guardeses desde que se jubiló el último «guarda hortelano» en 1990, José Suárez Rozas, un guardia civil adscrito al Pazo que según la sentencia judicial probaría que el Estado no se desentendió de Meirás tras la muerte de Franco, pero que la familia adscribe a las prerrogativas propias de Carmen Polo en su condición de viuda del jefe del Estado. De hecho, el matrimonio y sus hijas han sido los únicos residentes certificados de Meirás, constando así en su DNI hasta que en la última renovación se actualizó el nombre de la calle. «Pero hasta entonces, aparecía que vivíamos en el Pazo de Meirás» , bromea con un poso de tristeza que se asoma en su mirada. A Carlos no le gusta el protagonismo, evita hablar con periodistas. «Hablo con ustedes porque vinieron con don Jaime», aclara con su tono pausado y con cierto acento gallego. Pero ni por esas se deja sacar una foto. Y disfruta, sobre todo, relatando las historias del Pazo. «La construcción original se remonta al Pazo de Mondego, que como era una fortificación explica que en aquella torre haya piedra natural…». Durante algún tiempo se encargó de las visitas, y narraba a los curiosos los orígenes del inmueble.
Los Santos Inocentes de Meirás han empezado con la mudanza de sus enseres. Sus hijas abandonarán la única casa que han conocido hasta la fecha. No habrá (mientras un tribunal no diga lo contrario) más miembros de la familia Franco en el Pazo, 82 años después. Tampoco guardeses. Las asociaciones de memoria histórica no han tenido un recuerdo para ellos entre tanto festejo antifranquista. Y mientras tanto, las silvas se desmandarán, el duro boj perderá sus ordenadas formas y el césped crecerá a su antojo, bajo la lluvia invernal de Galicia. Solo tiene un último deseo. «Esperemos que al menos lo conserven así de bonito».
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