Centenario
La falsa leyenda negra del «Titanic gallego»
Se cumple un siglo del naufragio frente a la ría de Arosa del Santa Isabel en el que perecieron 213 personas. Los vecinos de Sálvora y Ribeira que rescataron a 53 pasajeros fueron acusados injustamente de hundir el barco para saquearlo
![Una postal del Santa Isabel antes de su naufragio](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2021/01/02/Salvora.0072Postalcolor(1)-0-kzGB--1248x698@abc.jpg)
La historia olvida y recuerda a su antojo. Tal vez por eso nadie –o casi nadie– se acuerde de aquel dos de enero de 1921 , cuando la entrada de la ría de Arosa se cobró la vida de 213 de las 266 personas ... que, cargadas de sueños y nuevas ilusiones, se embarcaron en el vapor-correo Santa Isabel en busca de una nueva vida en América. Nunca llegaron a puerto. La crueldad que en ocasiones caracteriza a la costa gallega se los llevó sin preguntar y dejó sus cuerpos en el más absoluto de los olvidos durante décadas. Fue el periodista e historiador Xosé María Fernández Pazos quien, instado por las historias que su abuela contaba sobre un «enorme barco que había naufragado cerca de la isla coruñesa de Sálvora en plena ría de Arosa», se animó a investigar sobre el tema. Ahora, veintidós años después de la publicación de su libro, «Memoria de un naufragio. La tragedia del Santa Isabel» (Coordenadas, 1998), recuerda los episodios, con o sin final feliz, que ocurrieron a bordo del navío. Este es el viaje en el tiempo, de la mano de Fernández Pazos, hasta ese segundo día de 1921, cuando se vivió el segundo suceso marítimo más grave en número de víctimas civiles de Galicia. La historia del «Titanic gallego» .
La travesía del vapor-correo Santa Isabel empieza en 1915, de la mano de su gemelo, el San Carlos. Ambos fueron echados al mar en agosto para transportar pasaje y carga general. En su interior, grandes salones, adornados con todo lujo de detalle con imponentes cuadros y lámparas. Nada que envidiar al Titanic. Y en esa línea de lujo se encontraba su tripulación . Muy joven, al igual que la nave, era el capitán gijonés Esteban García Muñiz , que ya había hecho la travesía desde el puerto de Cádiz hasta seis veces y era considerado todo un veterano a pesar de sus 33 años. A sus órdenes, como segundo oficial, estaba el ferrolano Luis Cebreiro, que daría buena cuenta de su generosidad durante el naufragio.
El navío zarpó desde Cádiz el 20 diciembre de 1920 con destino al Cantábrico. La ruta de vuelta empezó en el puerto vasco de Pasajes y, tras recoger a 155 pasajeros en Bilbao, otras 40 personas embarcaron en Santander . La siguiente parada ya era la del puerto de La Coruña, donde subieron los últimos 31 viajeros del malogrado Santa Isabel. A bordo del buque volverían al puerto gaditano y, de allí, cruzarían el Atlántico hasta Argentina y Uruguay . Pero no pudo ser.
El principio del fin llegó cuando el Santa Isabel dejó atrás la Torre de Hércules antes de tiempo. Los pasajeros ya habían embarcado y no había motivo para esperar más. Era el día de Año Nuevo y, aunque tenía como salida prevista las 16 horas, decidió marchar a la una de la tarde. En Villagarcía, el siguiente puerto de la travesía, debía recoger a otras 37 personas que, por fortuna, lograron sortear el desastre. Cuenta Fernández Pazos que hubo varios casos de personas que prefirieron peregrinar a Santiago de Compostela a despedirse del Apóstol, a quien tal vez no volverían a visitar tras su partida a América, y no subieron al barco en La Coruña, aunque era el puerto más cercano; a otros les ocurrió el caso contrario y, con la ilusión y las ganas, decidieron embarcar un día antes. Esa decisión les abocó a la desgracia.
A las diez de la noche , cuando el vapor-correo estaba cercano a aguas de Finisterre la tripulación fue sorprendida por el mal tiempo. Dos horas después, los pequeños faros de las islas de Ons y de Sálvora iluminaban su camino. Aún así, el temporal dificultaba demasiado la visión. Las manecillas del reloj marcaban la 1:50 de la madrugada cuando el barco encalló, tras enfilar la ría de Arosa, en los bajos de Sálvora. Se abrieron tres hendiduras por la banda de estribor, que estaba perdida y por las que el agua empezó a adueñarse del barco. Ya no había nada que hacer.
Con el paso de las horas y de la noche, el Santa Isabel se partió en dos. La furia de las olas arrojaba contra las rocas a todos aquellos que, presos del pánico, arriaron los primeros botes salvavidas de madera con la esperanza de sobrevivir; otros fueron arrastrados por los golpes de las olas contra el barco. En ese momento comienza una historia de héroes y envidias que perdura aún un siglo después.
Todo estaba perdido, pero la generosidad y, por qué no decirlo, también el instinto de supervivencia, aligeraron la dimensión de la tragedia. Habría otros muchos que, empujados por el miedo, prefirieron salvar su vida a la de los otros; pero esas historias no han llegado a nuestros días. Sí lo hizo Luis Cebreiro , el segundo oficial al mando. Podría tratarse de una leyenda digna de las mejores historias marítimas, pero no lo es. Vivió por y para el mar, y pronto se convirtió en el oficial más condecorado de la marina civil española del siglo XX . El número de víctimas fue muy elevado, pero más lo hubiese sido de no haber estado él a bordo. Salvó vidas, sueños e ilusiones, poniendo la supervivencia de otros por encima de la suya propia. Gracias a él, el bote número ocho, que de haberse arriado también habría terminado catapultado contra las rocas, no llegó a sentir la furia de las olas, salvando así la vida de alrededor de 30 pasajeros . Se quedó en el barco, a la espera de la calma que siempre llega tras la tormenta.
Héroes y lagrimas
Cuando el temporal amainó, y con mucha cautela, echó los botes que faltaban al mar, pero él nunca se montó en ellos . A cambio de eso, esperó en el mar, completamente empapado, mientras dejaba ese espacio a los pasajeros, a pesar de la insistencia de los demás para que consiguiese salvar su vida. «Era conocido con el apodo de “ Tonelada ”, porque era grande y fuerte, habría quitado espacio a otros», explica Fernández Pazos. Tal vez porque el «karma» hizo efecto, el segundo oficial logró salvar su vida y contar , con orgullo y tristeza, lo que había ocurrido a bordo. Por su arrojo y valentía, Cebreiro fue condecorado con la medalla de oro del Consejo Superior de la Sociedad Española de Salvamento.
![Luis Cebreiro](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2021/01/02/ImagenSalvora.0168LusCebreiro-0-U40919353163J1--510x349@abc.jpg)
García Muñiz, el joven capitán, fue el último en abandonar el barco cumpliendo así su premisa. Y logró sobrevivir sujeto al mástil hasta el amanecer, junto a un grumete y un pasajero de tercera clase. En el último momento, cuando estaba a punto de fallecer, fue rescatado por uno de los barcos que llegaron de Ribeira (La Coruña). Ni el gijonés, ni ningún miembro de la tripulación fue declarado culpable del naufragio, a pesar de los rumores y las habladurías. No lo fueron, al menos, a ojos de la justicia. Solo hubo un culpable de la mala suerte del naufragio: la furia de la costa gallega.
El reverendo Antonio Pescador , también a bordo del Santa Isabel trató de llevar la paz a los demás pasajeros. Junto a otros dos sacerdotes que le acompañaban, concedían el perdón a quienes ya pensaban que nunca volverían a ver amanecer. Ninguno de los tres curas se subió a los botes salvavidas. Dos de ellos no lograron regresar a tierra con vida.
Mientras el pánico se apoderaba del pasaje, la vida en tierra continuaba con sosiego. De madrugada, los gritos de horror y desesperación llamaron la atención del farero , que dio la voz de alarma en la isla de Sálvora cuando vio el barco montado sobre las rocas. En la segunda noche del año solo quedaban en aquella tierra flotante coruñesa, de apenas 57 habitantes , «los más jóvenes y los más viejos». Y tres mujeres, que pasarían a la historia como las heroínas de Sálvora , no temieron a la muerte y haciendo oídos sordos a los consejos de los más veteranos, iniciaron el rescate de los pasajeros remando varias millas en las dornas que los pescadores tenían varadas en la playa de Bois. Sin rubor, echaron unos cabos en un dique cercano a la costa y ayudaron a aquellos que estaban en los botes. Fernández Pazos calcula que salvaron alrededor de veinte vidas.
Así fue como María Fernández, de apenas 16 años; Cipriana Oujo, de 24 y Josefa Parada, de 32, desafiaron a un temporal que, por aquel entonces, ya se habría cobrado la vida de más de un centenar de personas. Cuenta la historia que no lo habrían hecho sin la ayuda, desde tierra, de Cipriana Crujeiras, que esperaba en la playa a los supervivientes. Las cuatro fueron recibidas en Vigo como auténticas heroínas. Por su labor durante aquella trágica madrugada fueron condecoradas con las medallas de Salvamento de Náufragos.
![Las cuatro heroínas de Sálvora el día de la condecoración](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2021/01/02/Salvora.0157Ascatroheronas-0(1)-U40919353163FUG--510x349@abc.jpg)
El comportamiento de los vecinos de Ribeira , que se enteraron del suceso a las diez de aquella mañana fría de enero, avisados por los habitantes de la isla, fue ejemplar . Salieron en barcos en busca de los cuerpos, como lo hizo el vapor O Rosiña , quien transportó los primeros cadáveres que el mar devolvió tras el naufragio. Otros se volcaron con los 53 supervivientes e incluso los acogieron en sus casas.
Semanas después, y hasta hoy, « probablemente la envidia de los demás vecinos » provocó que fuesen repudiados y acusados de oportunistas. Comentarios hirientes, «celos y envidia», terminaron por levantar una leyenda « falsa »: aquella que aseguraba que los vecinos de la isla de Sálvora estaban relacionados con otra leyenda, la de los « raqueiros » que, según refiere el historiador gallego «eran individuos que hundían y robaban lo que transportaban las embarcaciones» tras un naufragio. La justicia y las palabras de los oficiales y el capitán dictaminaron lo contrario, pero no fue suficiente, el mal ya estaba hecho.
Dolor por la sospecha
A las heroínas, este tratamiento despectivo «les dolió mucho y nunca pudieron perdonarlo» , recuerda Fernández Pazos. Después de eso, se hizo el silencio entre los vecinos de la zona: ellas y sus familias decidieron callar. Un silencio que terminó por convertir el naufragio en una leyenda popular cargada de lágrimas , pero también de actos de valentía y humanidad que salvaron todas las vidas que pudieron, arriesgando incluso la suya propia.
El Ayuntamiento de Ribeira mantiene abierta, desde el pasado 2 de enero, y durante todo el año, una exposición para conmemorar el centenario del hundimiento. A través de paneles explicativos, guiará a los visitantes por los momentos de la tragedia. También incluye algunas piezas del barco, como parte de su vajilla, rescatada tras el naufragio, honrando así el recuerdo de los héroes de Sálvora.
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