137 días en una cárcel iraní: «Temes que te acusen de ser una espía»
La joven Ana Baneira relata sus casi cinco meses de reclusión. Insiste en que era una simple turista en la república islámica y que no participó en protesta alguna que justificara su detención y encarcelamiento. «No soy una activista», proclama

Ana Baneira estaba en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. Así de sencillo. El 12 de octubre repostaba gasolina en una estación de servicio en la ciudad Shiraz, al suroeste de Irán. El plan era viajar hasta Persépolis, la antigua capital del imperio ... persa, y perderse entre sus ruinas, como una turista más. No pudo. La policía iraní entró en su coche, la trasladaron a otro vehículo y de ahí a una sala de interrogatorios y, once horas después, a una prisión. Ha pasado entre rejas casi cinco meses, 137 días encarcelada en la república islámica por ser una extranjera en las semanas de mayor tensión social del país de las últimas décadas. El domingo fue liberada, al día siguiente aterrizó en España. Tras dos jornadas de descanso, el jueves compartió su historia para ABC.
Su relato empieza con un sueño, «el de viajar». «Llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer un viaje largo, pero no encontraba el momento». Surgió tras rematar sus estudios en la Facultad de Empresariales de la Universidad de La Coruña, donde tiene lugar esta conversación. «Pensé que era el momento, que si no lo hacía ahora, no lo haría nunca». A sus 24 años agarró la mochila y se lanzó a explorar Oriente Medio durante «seis u ocho meses», entrando por Turquía y con destino final en Kirguistán, con una parada intermedia en Azerbayán. Irán no estaba en la ruta, «aunque lo tenía muy en mente, porque había hablado con muchos viajeros y me decían que era su destino favorito». Quiso el azar que la frontera azerí estuviera «cerrada por tierra» así que sobre la marcha decidió encaminarse a Irán.
Ana viaja sola. Desde que cumplió la mayoría de edad. La experiencia «te transmite un montón de valores». «Estás tú, tienes un sentimiento de libertad máximo, y todas las decisiones que tomas las tomas por ti, sin que nadie te diga nada». Se rebela también contra los prejuicios: «Como mujer, al final acabas cansada de que desde pequeña te digan que debes tener miedo, qué tienes que hacer, quién tienes que ser». Camina, hace autostop, de vez en cuando algún autobús, y se aloja bien haciendo camping o a través del 'couch-surfing', una aplicación que conecta a viajeros con anfitriones locales que, de manera gratuita, ofrecen una estancia a cambio de conocer nuevas personas.
58 días después de su detención pudo al fin hablar con la embajada en irán. hasta navidades no supo de qué se le acusaba
Cruzó la frontera iraní el 6 de septiembre, «sin un plan establecido», y con una preferencia por las ciudades pequeñas y medianas antes que las grandes urbes. Teherán no estaba en su agenda. Durante todo ese mes «estuve conociendo gentes, paisajes, su cultura«, y descubrió un país »muy seguro; nunca me había sentido tan segura«. Cuenta cómo su primera tarde en Tabriz, donde la dejó un conductor a las afueras, no tenía dinero ni internet, y »me acerqué a un señor por si podía dejarme algo de dinero para un taxi«. En vez de eso, el hombre la recogió y la acercó hasta la vivienda de su anfitrión de esa noche.
Irán estalla
Apenas diez días después de llegar Baneira a Irán se produce la muerte de Mahsa Amini, una joven detenida por la policía de la moral por no portar adecuadamente el velo, y que pierde la vida tras una breve estancia en un 'centro de reeducación'. Estalla una ola de indignación que sacude el país, gobernado con mano de hierro por las autoridades islámicas, que responden a las movilizaciones en más de cuarenta ciudades con violencia y represión. Irán entra en ebullición. Las protestas recorren el país y se cobran más de 200 muertos en los enfrentamientos de la población con la Policía. Ana es rotunda: no participó en ninguna. «Yo no soy activista -subraya-, la gente que está ahí fuera luchando debe estar llevándose las manos a la cabeza» con las informaciones que, desde su detención, la han situado en la órbita de una ONG en defensa de los derechos civiles en Irán. Ella lo niega. «Yo estaba allí de turista».
Ana no realiza ningún comentario respecto a la situación que atraviesa Irán. Es una de las líneas rojas de la conversación. Quiere que prevalezca la discreción que hizo posible su liberación, dado que todavía permanecen retenidos en el país otros 17 ciudadanos europeos, entre ellos el español Santiago Sánchez. «Por favor, que lo liberen -ruega- sobre todo por su familia, que lo está pasando fatal». Alberga la convicción de que «lo van a sacar». Tampoco comenta qué cargos se le imputaron para su encarcelamiento, ni da detalles sobre qué le preguntaron sus captores o con quiénes compartió celda. Si su prudencia puede contribuir, ella accede gustosa.
El 11 de octubre acude a la oficina de inmigración para solicitar una extensión de su visado. Quiere permanecer algunas semanas más en Irán. «Me hicieron una entrevista, que forma parte del proceso normal» para obtener esta autorización. Le preguntan por los motivos de su estancia. Parece que todo estaba en orden. Un día más tarde la asaltan. Un hombre y una mujer se suben a su coche, la llevan a otro y de ahí «a la sala de interrogatorios». Mobiliario minimalista. Una mesa, una silla «y un reloj, que luego quitaron», para que perdiera la noción del tiempo mientras respondía a preguntas. «El primer día fueron casi doce horas. No te explican nada. Te preguntan y tú contestas, no hay más». Ella no habla farsi, ni los iraníes inglés. Todo se hace a través de un intérprete. «Al día siguiente me dijeron que no habíamos terminado y que tenía que ingresar en la cárcel. Me dijeron que saldría pronto. Se han equivocado«. Ana se permite pequeñas bromas.
Baneira relata su experiencia con tono firme. Los nervios son más por sentarse por primera vez con un periodista que por recordar lo vivido. Habla con voz queda, tono suave, y lo acompaña con un gesto amable, delicado por momentos. No destila resentimiento ni enfado. Cuenta sin agitación cómo vivió esa primera noche en la prisión de Shiraz. «Fue dura. Por la cabeza te pasa que a lo mejor te acusan de ser una espía». Los siguientes 58 días transcurrieron sin que nadie le informara de qué se le acusaba, sin que la asistiera un abogado o sin que pudiera comunicarse con el exterior, ya fuera con su embajada o su familia. Nada. Será sometida a once sesiones de interrogatorios durante su cautiverio.
Cada vez que hablaba con ellos por teléfono conseguían arrancarle una sonrisa: «les he cogido un cariño que no te imaginas»
La primera celda «era bastante amplia». La compartía con tres chicas iraníes, mayores que ella. Ninguna hablaba inglés. La mímica y el lenguaje corporal fueron su única manera para hacerse entender. «No puedes tener conversaciones existenciales, pero sí puedes hablar de la comida, de la familia o pedir ciertas cosas». En la estancia había un baño y unas duchas. Realizaban todas las comidas en la misma celda, y apenas tenían «diez o quince minutos» al día para estirar las piernas en el patio. Fueron días muy largos, «muy aburridos». Sus carceleros solo le prestaron «un Corán en inglés» para que matara el tiempo.
Cambio de prisión
Al cabo de 35 días la trasladaron a la prisión de Evín, en las proximidades de Teherán. «Las condiciones eran más duras», pero al menos «mis compañeras hablaban inglés». Pasados 37 días la volvieron a mover, de vuelta a otra prisión en Shiraz, donde permaneció el resto de su encierro. Siempre bien de salud, apunta, con posibilidad de ver al médico.
«El primer mes fue el más duro. Te pasan muchas cosas por la cabeza. Todas las que te puedas imaginar me han pasado a mí. Pero luego te obligas a pensar que la familia está bien y que vas a salir». Pensamiento positivo. «Usaba mucho la imaginación para no estar allí. Un día me puse a hacer multiplicaciones y divisiones mentales. Nunca había hecho el pino, y pensé que a lo mejor era el momento. Empecé a hacer deporte«.
Recibe la primera llamada de la embajada española «creo que la última semana de noviembre o principios de diciembre». Cinco minutos donde pudo contarle a alguien que habla su idioma que se encuentra bien. El 26 de diciembre «el embajador vino a verme a la cárcel». Ahí se entera al fin de qué la acusan. Y el día de Reyes «pude hablar por teléfono con mi hermana Andrea», una llamada de lágrima abundante pero en la que con tanta emoción «no se escuchaba nada», confiesa a su gemela, sentada a pocos metros durante la charla.
En la casa familiar en La Coruña la preocupación había ido en aumento. En el comienzo de su viaje, mientras cruzaba Turquía, Ana se comunicaba o enviaba fotos a diario. En Irán fallaba la cobertura y sabían de ella cada tres o cuatro jornadas. Hasta que se hizo el silencio. Al cabo de cinco días sin saber de la joven, sus padres denunciaron su desaparición en la Policía. Tardaron tres semanas en localizarla, ya encarcelada. «Mi hermana Andrea hizo de relaciones públicas; mi otra hermana Lucía traía la sonrisa y la tranquilidad; mi padre estaba muy sereno; y mi madre es más nerviosa, fue quien peor lo pasó», aunque «vistas las circunstancias, lo han llevado bien».
La humanidad se abre paso durante la convivencia en prisión. «En Evín nos daban el té sobre las 16.00 o las 17.00 horas, y a lo largo de los días se convirtió en el momento de la 'chai party', en el que todas nos sentábamos juntas y después jugábamos al Lobo [un juego de roles], la botella o a adivinar a través de la mímica, que ellas llamaban 'Pantomin'«. Con el paso de los días »empezamos a guardar los vasos de cartón que nos daban, y con ellos jugábamos alguna vez a los bolos, o hacíamos construcciones«. Las anécdotas son lo de menos. Lo importante es el subtexto: »Nos cuidábamos mucho entre todas. A veces nos echábamos unas risas que no parecíamos detenidas. Nos evadíamos mucho«. Reír para no pensar, para no extrañar.
Un Papá Noel de ganchillo
Baneira pasó la Navidad en prisión. Para los musulmanes es un día más del calendario. Una compañera le pidió a una reclusa de otra celda «si me podía tejer un Papá Noel de ganchillo», y cuando estuvo terminado «se lo compró para después regalármelo; fue toda una sorpresa, y por supuesto lo tengo aquí en casa».
En la tercera de las cárceles, el régimen era algo más relajado. Había una pequeña tienda en la que comprar comida, como «distintos tipos de galletas iraníes, pero que estaban ricas, eh«. No pasó hambre. »Todos los mediodías había arroz con algo: con lentejas, con pollo, con verduras«. Y para el postre ya estaban los dulces del colmado. También se podía comprar lana. En el tiempo de reclusión, Ana aprendió a hacer ganchillo. Su hermana porta un gorrito tejido en prisión. El centro contaba con una pequeña librería, y pudo adquirir libretas para dibujar. Tomaba en préstamo un libro e intentaba copiar su portada. Su familia le hizo llegar algunos retratos «y los dibujé». Solo pudo traerse a España uno de sus cuadernos; la prisión se quedó con otro, «debió de gustarles».
Ya localizada, recibía algunos libros o dinero de los suyos para sobrellevar el encierro. En cada conversación telefónica les dictaba una lista de títulos para que se los hicieran llegar. Ha aprovechado el tiempo. Ha devorado 'Cien años de soledad', aunque reconoce que ella no se ha sentido aislada en este tiempo, quizás por su experiencia de viaje en solitario. Las novelas de Harry Potter, 'El alquimista' o 'El zahir' han sido otras de sus lecturas. En la embajada le esperaba la tercera entrega de la trilogía de Ruiz Zafón. Algún libro más ha recibido estos días. Con tanta actividad, en este último penal «los días pasaban más rápido».

No ha sentido un trato discriminatorio por ser extranjera, más bien lo contrario. «Mis compañeras de celda me pedían perdón muchísimo». Las iraníes asumían en primera persona una inexistente responsabilidad por cómo su nación estaba tratando a una visitante. «Imagínate la hospitalidad del país«. Los primeros días ni siquiera la dejaban lavar los enseres de la comida, hasta que ella se rebeló y forzó participar como una más.
A diario, Ana se acercaba a las jefas del módulo -«que intentaban ayudarme en todo lo que podían»- y solicitaba telefonear a su casa. Éstas consultaban «no sé con quién» y sólo le autorizaban los domingos. Con la embajada pudo hablar algo más. «Es una gente maravillosa, no solo tuvieron un trato profesional, sino que la empatía y la sensibilidad para hablar conmigo por teléfono era increíble». Le arrancaban una sonrisa en cada conversación. Baneira no ahorra agradecimientos para el personal de la legación española: «Les cogí un cariño que ni os imagináis; hacen todo lo que pueden, incluso de vacaciones».
La embajada
Extiende sus agradecimientos a los Ministerios de Exteriores de España -con José Manuel Albares habló por teléfono al poco de recuperar la libertad- e Irán, a los cuerpos consulares «y en especial al juez que llevaba mi caso». «Todos han trabajado y hecho lo posible para conseguir mi liberación», cuyos detalles ni sabe ni quiere conocer. Son un capítulo que forma parte del pasado, al que se asoma con naturalidad.
Supo de su liberación el mismo día en que se produjo. La embajada la tenía sobre aviso. El pasado domingo «fuimos a ver al juez, firmó mi liberación, pasé por el hotel« y de ahí al aeropuerto. Recuperó todas sus pertenencias, »incluido mi móvil«. Con el despegue del avión Ana resopló al fin. Escalas en Dubái y Ginebra, hasta aterrizar el lunes en Santiago de Compostela. «En la primera aerolínea me sentaron en business y me escribieron una nota de apoyo, fueron maravillosos».
Cada vez que hablaba con ellos por teléfono conseguían arrancarle una sonrisa: «les he cogido un cariño que no te imaginas»
En Santiago, a pie de escalerilla le esperaba su familia. Abrazos, lágrimas, emoción, y una tortilla de patatas esperándola en casa. Estos días descansa, pero el alma inquieta de Ana conserva unas ganas de viajar «que ni te cuento». Para el verano, el Camino de Santiago. Su padre se ha ofrecido a acompañarla, «pero será para la próxima»; quiere completarlo a solas «porque necesito reflexionar«. En el horizonte, »India, Kirguistán y Sudamérica« aunque quizás vaya sobre seguro y se decante a corto plazo por países europeos. A pesar de todo, »si me prometen que no me van a detener, yo volvería a Irán«, a completar un viaje interrumpido.
«No sé si hay una Ana Baneira diferente», confiesa, «supongo que a lo largo de los días lo descubriré, no estoy segura. Creces como persona, por descontado, y te tranquilizas« a la hora de afrontar la vida, »porque ahora piensas que como esta situación pocas te van a poder poner nerviosa«. Sus hermanas no se separan de ella. Las trillizas Baneira vuelven a estar juntas, al menos hasta el próximo viaje de Ana. Este fin de semana tuvieron plan en el pueblo de la familia, »creo que vamos a algún concierto pronto«, y lo siguiente será buscar empleo.
Una última pregunta, un simple formalismo.
-¿Alguien del gobierno iraní se ha disculpado contigo por tu injustificada detención?
-(Risas) ¿Tú qué crees?
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