Ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia
Bolaños: de Franco a la amnistía, el elegido para misiones especiales
PERFIL
El político madrileño, letrado del Banco de España, y de la máxima confianza de Sánchez, vuelve a ser imprescindible en la nueva legislatura
El vicepresidente sin rango que acumula aún más poder
Es lunes 4 de junio de 2018. Pedro Sánchez acababa de ganar la moción de censura. Félix Bolaños (Madrid, 1975) ha tenido unos días de mucho trabajo. Desde hace algo más de una semana el líder del PSOE le ha encargado liderar un equipo ... para preparar el aterrizaje en La Moncloa en caso de que la moción de censura que acaban de registrar contra Mariano Rajoy prospere. Cuando los socialistas tienen certeza de que así será -algo que el PNV les garantizó el 30 de mayo, antes de que arrancase el debate parlamentario- Sánchez le encarga acelerar los trabajos. Él ha sido el encargado de preparar el decreto de estructura del primer Gobierno que Sánchez nombrará dentro de unos días. Se lo encarga durante el debate parlamentario pero cuando el PSOE ya sabe que la moción saldrá adelante.
Volvamos a ese lunes soleado, en el que Bolaños se dirige hacia el Banco de España, el edificio sito junto a La Cibeles donde lleva una década como responsable de su división jurídica. Pero recibe una llamada. Es el presidente del Gobierno, que le pregunta dónde está. A lo que Bolaños, que no ostenta ni ha ostentado hasta la fecha cargo público, le contesta que va camino de su trabajo. Sánchez le dice que de ninguna manera. Que se dirija sin más dilación hacia La Moncloa. Al terminar esa mañana Sánchez ya le ha comunicado que será el secretario general de la Presidencia del Gobierno. Un puesto determinante en la presidencia y que en función del perfil de quien la ostente adquiere una dimensión diferente.
Desde aquel día hasta hoy han pasado casi cinco años y medio. Un tiempo en el que, sin cambiar en exceso su estilo, ha pasado de un perfil técnico a ser uno de los ministros con más responsabilidad que se recuerdan y a definir su papel como un rol muy político. «Nadie más podía ser ministro de Justicia», zanja un barón territorial del PSOE.
Por delante tiene la gestión de la ley de amnistía, la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en un momento de pésimas relaciones con el Partido Popular (PP) y con sus socios reclamando un cambio en el modelo de elección y la relación con una judicatura en pie de guerra.
Su continuidad en el Gabinete de Sánchez tras la investidura del presidente parecía asegurada. Pero había ruido. No han sido años plácidos. Bolaños ha acumulado mucha influencia y eso en política siempre conlleva un aumento proporcional de enemigos, celos y envidias. Y, claro, desgaste. Su gestión desde que Sánchez lo hizo ministro en julio de 2021, en la hasta ahora más profunda transformación del Ejecutivo realizada por el líder del PSOE, tiene como gran falla las infructuosas negociaciones para renovar el CGPJ. En especial la intentona de este año, cuando su imagen quedó muy tocada al estar negando al PP que el Gobierno fuese a aprobar la reforma del Código Penal para eliminar el delito de sedición. Cosa que Sánchez termino reconociendo a Núñez Feijóo, dinamitando el acuerdo. Y hasta hoy.
«Félix es muy riguroso, ordenado y muy metódico. Nunca pierde la compostura, aunque pueda estar molesto, ni en el peor momento. Tiene muy buen talante». Así lo define una colega del Consejo de Ministros. Es serio, pero con retranca. Su imagen, adusta. Su peinado y sus calcetines, nunca negros del todo, son el espacio para la rebeldía. Pero dentro del partido también se le achacan errores. Y se critica que ha abusado de su rol de portavoz de facto del Gobierno. Su peor momento fue el choque con el Tribunal Constitucional (TC) de hace un año. Los socialistas aprovecharon la tramitación de la reforma del Código Penal, ya de por sí polémica y de envergadura, para colar unas enmiendas con las que modificar las leyes orgánicas del TC y del CGPJ.
El tropezón con el TC
El TC acabó aceptando las medidas cautelarísimas solicitadas por el PP para frenar la votación en la que se aprobaría definitivamente esa votación. Ese día, a medianoche, Bolaños tuvo que comparecer en Moncloa para acatar la decisión pero elevando sus críticas contra el Constitucional. Como también hicieron la entonces presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y el del Senado, Ander Gil. No fue su mejor intervención pública. En el partido todavía se recuerda ese episodio como un «castigo» de Sánchez. ¿Quién indicó que esa vía de enmiendas contra natura era el camino? Desde luego Bolaños pagó el coste en esa ocasión. «Si eso es una decisión del presidente la función de Félix es decir que eso no se puede hacer», zanja un exmiembro del Consejo de Ministros.
Las negociaciones para aprobar la reforma laboral a principios de 2022 -proyecto que sólo se salvó por el célebre error en la votación de un diputado del PP, y que terminó pilotando en parte- tampoco pueden considerarse un éxito. Y hace muy pocos meses algo que parecía una anécdota acabó dejándolo muy tocado a ojos de la opinión pública. Su choque protocolario con Isabel Díaz Ayuso el 2 de mayo lo dejó en la lona. En su partido el disgusto y el malestar fue enorme. Los más ácidos con él creen que el episodio refleja un afán de protagonismo que sus más críticos tachan de «ínfulas de primer ministro». También manifiesta su voluntad de tener presencia en la política madrileña.
Porque aunque su irrupción en el panorama político fue fulgurante, Bolaños es un hombre de partido. Entre 2008 y 2017 era miembro de la dirección del PSOE madrileño. Pero no tenía un cargo público y ese periodo coincide con su servicio en posiciones más altas en el Banco de España. Su arraigo político tiene todo que ver con la agrupación socialista de Latina, una de las más potentes y con más solera de la Comunidad de Madrid. Donde militan también algunos de sus principales colaboradores. Una agrupación con solera y en la que durante muchos años el referente ha sido el senador José Cepeda. El embrión del arraigo que Bolaños tiene hoy en el partido en Madrid está aquí. Y en los seguidores del exlíder del PSOE madrileño, Rafael Simancas, que es su número dos en el ministerio. Bolaños tiene una relación personal y política con Juan Lobato, actual líder del PSM.
En el año 2014, cuando Sánchez llega por primera vez a la dirección del PSOE, fue elegido uno de los cinco miembros de la Comisión Federal de Ética y Garantías. En aquel momento eso podría no parecer importante. Dos años después fue crucial. Bolaños intentó desde esa posición frenar los intentos de descabalgar a Sánchez. El órgano se desequilibró entonces 3 a 2 a favor de Susana Díaz. Con una curiosidad, en el bando contrario en ese órgano estaba la otra ministra todopoderosa del Gobierno, María Jesús Montero. En 2017, tras las primarias que gana Sánchez a Díaz y Patxi López, a Bolaños se le encarga el desarrollo reglamentario de los estatutos del partido. Pero se mantiene en esas posiciones en la trastienda, lejos de los focos. Su nombre apenas trasciende en esos tiempos como uno de los principales apoyos del líder renacido. Ni era principal ni era trascendente, según lectura generalizada. Un año después Sánchez daba muestras de que sí pensaba y mucho en Bolaños.
Son varias las fuentes consultadas que coinciden en señalar que Félix Bolaños es hoy quién es gracias a Francisco Franco. Más concretamente a la exhumación de sus restos en el año 2019 y a todo el proceso que la precedió. Es ahí donde empieza a ser conocido para la opinión pública. Es ahí donde empieza a labrar fama de ser un negociador capaz de interlocutar con cualquiera, incluida la familia del dictador. Y es en este momento donde empiezan a surgir, coinciden varias fuentes, las primeras fricciones con Iván Redondo, por entonces todopoderoso director de gabinete con el que en un principio la relación fue muy buena. Llegó un momento en que en Moncloa sólo podía quedar uno. Dos personalidades diametralmente opuestas. Bolaños terminó aquella pugna siendo ministro, y Redondo fuera de Moncloa. Como secretario general de Presidencia ya era de los que pueden permitirse no cogerle el teléfono a un ministro. Un lujo que no se permiten sus sucesores en ese puesto.
Que el presidente haya elegido para ocupar Justicia a una persona que tiene en su haber ese pulso tan notable con el TC hace tan solo un año es toda una declaración de intenciones. En última instancia Sánchez ha primado el bagaje que atesora Bolaños tras estos años, la lealtad demostrada en las peores circunstancias y la convicción de que no tiene tantos soldados capaces de acometer esas misiones especiales. No es una legislatura para empezar de cero. Su ambición en este proceso de renovación del Gobierno, cuentan en Moncloa, era mantener Presidencia, clave para no alejarse del corazón del poder.
Personas muy cercanas a Sánchez daban por hecho que acabaría en manos de su jefe de gabinete, Óscar López, y que Bolaños se limitaría a Justicia. Pero no. Sánchez no tiene tantas personas de confianza con ese perfil. Técnico, político y portavoz en una sola figura. Cuando venía atravesando una etapa en la que muchos interlocutores referían algo de distancia con el presidente, la negociación con ERC y Junts (se dice que el acuerdo lleva su impronta) lo hacen de nuevo imprescindible.
Un dirigente que mantiene una muy buena relación con Bolaños lo define como una personalidad que lleva mucho tiempo concienciado de que estar junto a Sánchez es su misión. Y ven su figura y su carrera totalmente vinculadas al presidente. Considerando poco probable que tras Sánchez pueda o quiera mantenerse en la primera línea política. Hay cierta sensación de «último servicio». Al menos a este nivel. Su excesiva exposición en estas últimas negociaciones, al igual que Santos Cerdán, pueden apuntar en esa dirección. Pero, como en todo lo que rodea a Sánchez, cualquier predicción es el primer paso hacia la melancolía.
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