Ferraz rompe con sus «padres fundadores» y los acusa de servir a poderes económicos
El secretario de Organización del PSOE dirige la estrategia para desacreditar a González y Guerra
El aparato del partido cree que ya no tienen tirón entre las bases y que su pasado los desautoriza
El PSOE frente al sanchismo
El PSOE acusó ayer el golpe, y no era para menos. Lo ocurrido el miércoles por la noche en el Ateneo de Madrid, apenas a una calle de distancia del Congreso de los Diputados, resonó y con mucha fuerza en la Cámara Baja ... al día siguiente, donde se encontraba la plana mayor del partido con motivo del pleno parlamentario.
Felipe González y Alfonso Guerra, los dos dirigentes más importantes de la centenaria historia del partido —con permiso de Pablo Iglesias, el fundador— dejaron clara su rotunda oposición a una eventual amnistía a Carlos Puigdemont y los encausados del 'procés', casi a la misma hora en que, en una mini rueda de prensa en Nueva York, donde asistía a la Asamblea general de la ONU, Pedro Sánchez daba otro paso más hacia ese olvido legal de los delitos cometidos en Cataluña en 2017, la exigencia que los independentistas ya han puesto sobre la mesa para apoyar una investidura y que incluso formó parte, según ha dicho el líder de ERC, Oriol Junqueras, del acuerdo de agosto para hacer a Francina Armengol presidenta del Congreso.
Hubo en el entorno del hemiciclo varias reacciones a micrófono abierto, y mucho comentario sotto voce. Destacó, por su rango, la del secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, alguien poco conocido para el gran público pero que maneja con mano férrea el aparato del partido, como quedó de manifiesto recientemente con la expulsión de militancia de Nicolás Redondo.
Cerdán contestó a la acusación de Guerra contra Sánchez de ser «desleal» con la línea del PSOE. «Desleales son los que no respetan las mayorías del partido, en 2017 hubo una decisión de los militantes y esa es la voluntad y la palabra del PSOE; lo que digan exdirigentes lo respetamos pero no es la decisión del PSOE», dijo sacando pecho del triunfo de Sánchez en las primarias frente a Susana Díaz. El diputado navarro también afirmó con sarcasmo que espera que el libro de Guerra 'La rosa y las espinas', cuya presentación fue lo que motivó el acto con González, «tenga más éxito» que sus «arengas».
Las declaraciones del número tres de la cúpula socialista fijaron el punto máximo de confrontación con los dos dirigentes históricos. Nadie fue más allá, ni el ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta, que calificó de «antiguas» las manifestaciones de González y Guerra, ni el antecesor de Cerdán, José Luis Ábalos, que pidió al expresidente y al exvicepresidente «respetarse a sí mismos».
La paradoja fue que quien más comprensiva pareció mostrarse fue la ex vicesecretaria general y hoy diputada por Asturias, Adriana Lastra, quien a su entrada al pleno mostró su respeto por «los padres fundadores» aunque, matizó, «no esté de acuerdo con ellos». Que alguien tan combativo e implacable en su pasado como máxima dirigente de la cúpula de Sánchez mostrase la cara más amable con los antiguos números uno y dos del partido daba cuenta del grado de tensión de la actual dirección ante el cisma del Ateneo, donde se congregaron veteranos dirigentes y destacó la presencia del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page.
El 'botón nuclear'
Con el precedente de la expulsión de Redondo por críticas no muy distintas a las pronunciadas por González y, sobre todo, Guerra, la especulación sobre la apertura de un expediente similar está sobre el tablero. Pero dentro de la guerra fría que Ferraz ya prepara contra el primer presidente socialista de la democracia no se contempla ni siquiera como hipótesis. El 'botón nuclear' existe, como demuestra el caso de Redondo, el hijo de Nicolás Redondo Urbieta, histórico líder de la UGT (fallecido este año) y artífice de la llegada al liderazgo del PSOE de González y Guerra en el célebre congreso de Suresnes de 1974, aún en la clandestinidad.
Pero aplicarlo en esta ocasión rebasaría todas las expectativas. A cambio, seguirá la tensión en varios frentes subterráneos, y otros no tanto. Y como en toda guerra, no se concederá ni un milímetro al adversario, ni se pasará por alto cualquier resbalón. Ayer mismo, el comentario de Guerra en una entrevista en Antena 3 sobre el tiempo que, afirmó, dedica a «la peluquería» la vicepresidenta segunda y líder de Sumar, Yolanda Díaz, le valió una catarata de críticas de dirigentes socialistas tildándole de machista. La exvicepresidenta Carmen Calvo mostró su enfado porque «se nos juzgue por el pelo en vez de por las neuronas. Guerra se lo tiene que hacer mirar».
En el partido, según diversas fuentes, cunden varias certezas ante esta situación. La primera, que ni González ni Guerra tienen el ascendente sobre la militancia que en su día tuvieron, la segunda que entre los más jóvenes, quienes llegan hasta los treinta años de edad o poco más, el recuerdo de su ejecutoria es vago o nulo. Aunque también se admite que en un partido con un votante envejecido (una característica de su caladero electoral que los socialistas comparten con el PP) la palabra de quien fue presidente del Gobierno entre 1982 y 1996 no es baladí, ni tampoco el eco mediático de la misma, pero por otro lado creen que su propio pasado les desacredita. Ayer Puigdemont contestó a González citando la «cal viva» de los GAL, lo mismo que hizo Pablo Iglesias en 2016, pero a diferencia de aquella ocasión nadie salió a defender al ex líder del partido, como sí hizo entonces el propio Sánchez. Y la tercera, que lo visto en el Ateneo responde a un plan orquestado, al que no serían ajenos los «poderes económicos» que en tantas ocasiones ha señalado el propio Sánchez como sus enemigos declarados.
Lo que es seguro es que la reconciliación entre Sánchez y González escenificada en el 40 Congreso Federal de 2021 ha saltado por los aires. Y que la confrontación no se ha acabado con la escaramuza surgida esta semana.
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