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El decapitador de Asturias: de fingir un puesto de trabajo durante 15 años a correr semidesnudo con la cabeza de su padre en la mano

Muñiz, de 46 años, intentó atacar a varios conductores al grito de «¡Viva España!», sin ropa y fuera de sí. Su entorno había descubierto días antes que llevaba más de una década simulando que trabajaba en una empresa de lácteos cercana

Detenido un hombre en Asturias por decapitar a su padre y lanzar la cabeza contra otros coches

Recogida de los restos de la víctima de Asturias Damián Arienza
Cruz Morcillo

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Pablo Muñiz, 46 años, era hasta esta semana un «raruno» y tal vez un farsante, que fingía ir a trabajar y vagaba por no se sabe dónde, pero desde el lunes es el hombre que decapitó a su padre con un hacha y corrió jugando con su cabeza a aterrorizar a todo aquel con quien se cruzó en Ribera de Arriba (Asturias). Recorrió 200 metros, torso al aire, riendo como un endemoniado, con el hacha en una mano y la cabeza de Miguel en la otra y en la rotonda de Soto de Ribera se la lanzó a los coches que circulaban por la N-630.

«No me arrepiento de nada, lo tenía que haber hecho hace mucho tiempo y me tenía que haber llevado a más gente por delante», declaró el parricida ante la jueza de Instrucción 3 de Oviedo y el fiscal el jueves, según avanzó ayer 'El Comercio' y confirmó ABC. La comitiva judicial, forense incluido, se había desplazado al ala psiquiátrica del Hospital Central Universitario de Asturias donde fue ingresado Muñiz tras su complicada detención por parte de la Guardia Civil el lunes por la noche. Antes de que lo pudieran arrestar había golpeado coches, se había tirado contra el capó de varios, ensangrentado, y sin parar de reír y desvariar, al grito de «¡Viva España!» y otras frases ininteligibles. Su intención era seguir esa carnicería, según contaron los testigos.

Hay crímenes en los que cuesta fijar un relato, adivinar un motivo o, como en este caso, averiguar si subyace una enfermedad mental no conocida tras ese brote de violencia extrema.

Muñiz admitió que le había cortado la cabeza a su padre, sin dar razones, sin arrepentimiento, y en medio de un relato plagado de delirios. «Lo volvería a hacer», reconoció sin mayor problema. La jueza ordenó su ingreso en prisión sin fianza. Le acusa de un delito de asesinato, dos de intento de homicidio (trató de atacar con el hacha a dos conductores) y lesiones, que seguramente variarán a lo largo de la instrucción.

De momento, seguirá en el hospital y en función de la evalución médica ingresará en la cárcel o en un psiquiátrico penitenciario. Muñiz no tiene diagnosticada ninguna enfermedad mental previa y nunca se había mostrado agresivo. Su familia lo definió ante la Guardia Civil como reservado y solitario, con algunas rarezas, pero nada que alarmara a su entorno. «No tenía empatía ni parecía sentir pena por nada», explicaron algunos vecinos a los investigadores.

Ni drogas ni alcohol

En su historial tampoco aparece consumo de alcohol o drogas, sustancias que podrían haber acelerado una posible enfermedad. Desde que lo trasladaron al hospital, incontrolable, se le han realizado pruebas ante la posibilidad de que tuviera un tumor cerebral que hubiera desencadenado ese brote o incluso derivar en una esquizofrenia. Hay casos clínicos detectados y confirmados, delirios incluidos, pero en él se ha descartado.

Se baraja como hipótesis más probable que sufra algún tipo de patología (aún sin concretar), aunque puede haber también un componente de simulación de por medio.

El crimen sería, de confirmarse esto último, una huida hacia delante. La Guardia Civil ha descubierto que Pablo Muñiz llevaba más de quince años mintiendo a su familia. Vivía a caballo entre la casa de su madre en Grado y la de su padre, en El Picón, la vivienda familiar desde que la pareja se separó hace mucho. En esta última pasaba varios meses al año, los que en teoría coincidían con el tiempo en el que trabajaba haciendo sustituciones en Mantequerías Arias, muy cerca del lugar.

Cada día –no de forma continua– acudía en teoría con su ropa de trabajo y su mochila al hombro a esa fábrica de productos lácteos y completaba su jornada laboral. Era falso. Al parecer, solo estuvo empleado unas semanas hace más de una década aunque todo apunta a que jamás llegó a trabajar en ese lugar ni en ningún otro.

Los investigadores han averiguado que su padre y el único amigo que tiene Muñiz descubrieron la farsa hace solo unos días. Aunque solo asesino y víctima saben qué motivo la discusión inicial se baraja que ese pudiera ser el desencandenante del crimen. También que hubiera administrado la información con cuentagotas y la conociera una parte de su entorno.

«Tienes el conflicto con quien está más cerca. Si hay una enfermedad mental grave subyacente empiezas a rumiar que el otro tiene la culpa y es imposible que puedas seguir con él. El delirio no aparece porque sí, suele tener su base en algún conflicto real, no siempre, pero es lo habitual», explica la psicóloga Rocío Ramos-Paúl.

«Pensar que un comportamiento inhumano o socialmente inaceptable es el resultado de una enfermedad mental evita el trance de aceptar la existencia de la maldad en las personas de nuestra especie, lo que supone a su vez la negación de la responsabilidad que las personas tienen de sus propios actos», escribe el catedrático de Psicología Clínica de la UPV Enrique Echeburúa. «El recurso más utilizado es la hipótesis psicopatológica», añade.

Sin señales previas

Esa hipótesis es solo eso de momento, una hipótesis, en el caso del decapitador de El Picón. Sin embargo cuando confluyen enfermedades mentales graves y sin diagnosticar o sin tratar en crímenes extremos esa furia aparece dirigida con frecuencia contra los más cercanos: padres, madres, hijos, hermanos y parejas.

«Hay una carga emocional previa. Alguien así no se levanta y dice: 'Lo voy a matar', aunque sea un brote. Se genera una carga negativa de odio y venganza y mucha impulsividad. La emoción que le provoca, ya sea delirio o no, acaba desembocando en eso», añade Ramos-Paúl. «Al mezclarse lo emocional la agresión es mucho más dura, más violenta».

Muñiz insistió a la juez en que lo tenía que haber hecho hace mucho tiempo y en que tendría que haberse llevado a más gente por delante. Sin una sola señal previa o eso asegura su entorno. Y a posteriori, en teoría, sin ningún arrepentimiento aunque si sufre una patología, como se sospecha, estaría aún inmerso en pleno brote, de ahí que siga detenido pero no se le haya trasladado.

«Sin datos, pudo ser un brote psicótico con una psicosis no detectada, no solo por la forma de matar, sino por ese acto postmortem tan cruel, que apunta a que no era una motivación directa hacia su padre. Si solo hubiera matado a su padre podríamos analizar un trauma, un maltrato infantil, luego se produce un estresor y lo mata. Pero la actuación posterior es exageradamente agresiva y perversa y denota que algo no está bien en su cabeza», analiza Paz Velasco, jurista, criminóloga y profesora universitaria.

Pasearse con la cabeza

En un brote psicótico quien lo sufre experimenta un momento de realidad diferente, con alucinaciones o sin ellas, con señales o no. «Te sientes amenazado, perseguido o en peligro de muerte y reaccionas», dice Velasco. «En el caso de los familicidios una esquizofrenia encubierta o latente y un elemento estresor se desarrolla contra la familia porque son los más cercanos. Si tú vives una realidad paralela empiezas por tu entorno, pero hay que valorarlo muy bien. Desde luego pasearse con una cabeza por ahí, con la de tu padre en este caso, es un rasgo claro de esquizofrenia».

La familia tenía asumido que Pablo era raro, jamás le conocieron pareja, pasaba mucho tiempo solo y conocían su carácter introvertido, pero en absoluto violento. Apenas se interesaba por nada, vivía con apatía, con desapego, eso ha contado su escaso círculo a la Guardia Civil. Con Miguel, su padre, con el que pasaba largas temporadas y compartían caminatas al monte, la relación era en apariencia muy buena.

«Las alucinaciones provocan que no veas al otro como quien es, tu progenitor, sino de cualquier otra manera, y además algo te incite a acabar con él», explica Paz Velasco.

El diagnóstico será clave para decidir si Muñiz es imputable o no. En caso de no serlo, cumpliría una medida de seguridad en un psiquiátrico penitenciario en lugar de ingresar en prisión.

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