Regreso al infierno de Bejís con los bomberos heridos: «Nos salvamos de morir abrasados»
ABC recoge el testimonio de los efectivos que se vieron sorprendidos por un cambio de viento que los envolvió en una columna de fuego mientras intentaban sofocar el incendio forestal más importante en una década en la Comunidad Valenciana
Andrés Villajos cree que si fuera un gato ya hubiera utilizado una de sus siete vidas. Es jueves. Vuelve junto a sus compañeros por primera vez al lugar del que huyeron envueltos en llamas en el incendio forestal declarado en el municipio castellonense de ... Bejís, el peor en una década en la Comunidad Valenciana. Entre un paisaje negro y el olor a tierra mojada, señala el punto en el que un cambio brusco de viento les hizo soltar rápido las mangueras, cuyos restos siguen sobre el terreno, sin ni siquiera haber podido echar agua sobre un fuego que quemó 19.000 hectáreas en una semana.
«De la que nos hemos librado, chaval», le dice a su compañero José David Pérez. «Subimos rápido al camión, pero el mismo calor que les provocó las quemaduras a ellos, hizo reventar las ruedas y salimos corriendo. Eso nos salvó de morir abrasados, porque el vehículo ya estaba ardiendo y no lo sabíamos», cuenta a ABC.
«La luna irradiaba un calor que traspasaba los guantes de protección», comenta José David, al volante del mismo, mientras muestra imágenes de su paso por el hospital con la cara vendada. «Parezco una momia», bromea. Él y Pablo, otro efectivo, fueron los peor parados porque estaban más cerca de la ventana y les impactó más la radiación. «En ese momento hay que tener la cabeza fría. José David, mientras el camión ardía, dijo: 'Madre mía, ¿Y nos vamos a morir aquí?' Pero Pelayo y yo dijimos: 'De esta salimos. Salid y corred'», relata Andrés.
De lo que queda de él en una estrecha carretera cercana a Torás, la localidad que querían salvar del fuego, el joven de 27 años se lleva un trozo de la bomba de agua como recuerdo. De las cenizas, sacan también una suela de hierro, como las que llevan sus botas de protección. «Esto lo pondremos en la vitrina», comenta Roberto Carot, jefe del parque del Alto Palancia, ubicado en Segorbe. Él fue quien salió a buscarlos y los encontró: «El camión ni lo vi. Tengo la conciencia tranquila porque vine a buscarles con el coche».
Cuando este periódico visita la zona con los supervivientes de lo que podría haber sido una tragedia, el incendio está estabilizado, pero no controlado, algo que ocurrirá dos días después.
Andrés pudo seguir trabajando unas horas más después del incidente hasta que la intoxicación por el humo le llevó al hospital. Con un lustro de experiencia como bombero voluntario en Onda –su localidad natal- y un año como interino en el parque de Segorbe del Consorcio Provincial de Castellón, no había vivido nada igual. «Tuve un susto con Roberto en un incendio en Gátova, porque las llamas me saltaron por encima en un camino», recuerda. «Pero siempre lo puede contar», añade su superior.
Este verano ya habían trabajado en los incendios de Les Useres y Caudiel, que no fue grande en extensión, pero sí complicado porque afectaba al pueblo y había que proteger muchas casas.
Del de Bejís recibieron el primer aviso sin saber lo que les venía encima, con los efectivos justos -entre las bajas y el turno que entra el día siguiente- para una catástrofe «imprevisible». Eran las cuatro menos cuatro minutos de la tarde del lunes 15 de agosto.
«La primera llamada la recibí yo. Nos dijeron: 'Hay un incendio en Bejís y tira muchas llamas, id para allá'. Y justo cuando salimos, ocurre un accidente de circulación que teníamos que atender primero porque había que excarcelar a gente», cuenta Toni, otro de los efectivos del parque de Segorbe. «Yo tenía que haber estado en el atrapamiento del camión, pero Andrés me pidió el cambio. Por la mañana le dije: 'Menudo cambio me has hecho, que llevo toda la noche sin dormir y luego lo agradecí», bromean entre ellos.
Normalmente acostumbran a realizar guardia de 24 horas, tras lo cual descansan varios días. Esas jornadas de 15 horas de trabajo, de media en los primeros días del incendio, no las olvidarán en mucho tiempo. «Te impresiona. El fuego genera un microclima. Da mucha impotencia hacer algo y ver que no había servido para nada por los cambios del viento», lamenta, al tiempo que recuerda el sonido del estallido por sorpresa de proyectiles de la Guerra Civil que todavía hay en la zona.
«Eso es peligroso, porque lleva metralla», apunta Germán, que ejerce como cabo en este equipo. «He estado en cuatro o cinco incendios de este calibre. Y siempre es lo mismo. La historia se repite. La impotencia es la misma», subraya. «Al ser tan grande, superó las capacidades de todo. Si hubiéramos tenido mil personas, mil que hubieran estado trabajando. Se han puesto todos los medios que teníamos, y aún así llegamos a pensar que no lo apagábamos». «Todos han dado lo mejor de sí mismos», señala Germán, con haciendo un gesto cómplice hacia sus compañeros.
«Comíamos a deshora y dormíamos en el parque porque ganábamos tiempo de descanso antes de hacer el relevo», explica Andrés, el miembro más joven del grupo. «No teníamos miedo a no controlarlo, pero sí a no contarlo», señala. «Creo que, a nivel psicológico, nos hacemos insensibles. El primer accidente de tráfico con víctimas, te impacta. El que hace veinte, ya no».
«Personalmente, para el riesgo que supone, no estamos bien pagados. Igual no pasa nada en un año, que te ves dentro de una catástrofe como esta. Aunque lo hacemos también por vocación», matiza. Ahora, el objetivo es sacarse «como sea» la plaza fija. «Tenemos que estar siempre estudiando y entrenando porque en cualquier momento puede salir la oposición. No podemos bajar la guardia», zanja.
Mientras relatan sus vivencias, un señor que circula por la estrecha carretera en dirección a Torás, detiene su moto y se dirige a los bomberos, emocionado: «Gracias. Estos pueblos vamos a estaros agradecidos siempre».
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