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AL PUNTO

Todo sea por el Falcon

Los portavoces de ERC y Junts han coincidido en dejar bien claro desde la tribuna y pasillos, que tienen agarrado a Sánchez por donde más duele y que a poco que no cumpla, dejará de contar con su apoyo

La vuelta del Un, dos, tres

José Luis Torró

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Madrugas y te pones a leer a primera hora, antes incluso de que amanezca, el listado de quienes en España son contrarios a la ley de amnistía, y se te hace la hora del almuerzo. ¿Y con qué te encuentras cuando te sientas a la mesa? Con que tus amigos con los que compartes ese reparador momento de alma y cuerpo que es el esmorsaret, siguen comentando lo que ya dijeron en el anterior encuentro. Insisten en que no, que no es posible que quienes delinquieron sean los que redacten la ley que les exime de toda culpa.

Que aquellos que pusieron en repetidas ocasiones patas arriba a Cataluña, se salgan de rositas porque la aritmética parlamentaria les ha convertido en siete peldaños, los mismos que tiene la escalerilla de aluminio del Falcon que necesita Sánchez para volver a subirse en él. Por sus propios méritos, persuadido como está del buen concepto que tiene de sí mismo, a los que une perspicacia, astucia, clarividencia, sagacidad, agudeza, conocimiento, sapiencia, intuición. Virtudes que está convencido le son innatas, un regalo de la naturaleza añadido a su juncal figura. Y los suyos, que saben el valor que Sánchez da a la lisonja, incrementan la lista de cualidades con la que halagarle el oído cada vez más necesitado de alabanzas y cobas.

Y según crece la reclamación y protesta de cientos de miles de manifestantes, que de modo simultaneo se han dado cita en todas y cada una de las capitales de provincia de España, mayores son los halagos de quienes elevan la voz tratando de contrarrestar el clamor de aquellos ciudadanos que no entienden que sea tanta la osadía, desparpajo, ambición, cinismo, desvergüenza, felonía, impudicia, desfachatez, perfidia, ignominia, deshonor y vileza de quien a despecho de sus propias palabras, y a la vista de que el resultado de las elecciones generales del 23 de julio se lo permitía, hacer hasta entonces un imposible sudoku. Y lo ha hecho.

Cual Pascual, criado leal de las historietas de Pulgarcito, Félix Bolaños, ministro que verá incrementadas sus atribuciones en el nuevo gobierno sanchista, se desvive por convencernos que la razón está de parte de Pedro Sánchez. Que la ley de amnistía –que al final sólo lleva la firma del portavoz socialista Patxi López (otro Pascual) en el registro de entrada en el Congreso de los Diputados-- mejorará la convivencia cuando hasta el más lerdo sabrá hacer la pertinente lectura y dirá que es conveniencia (la de Sánchez) y no convivencia la verdadera razón de la sinrazón de esa ley.

En la sesión de investidura del miércoles 15, al candidato Pedro Sánchez parecía costarle hablar de la amnistía, cuando era, sin duda, el asunto capital más importante de la sesión. Lo hizo al fin para justificar su concesión a todos los implicados en el procés del 1 de octubre de 2017. Antes de tratar de justificarse, diciendo eso de que lo hacía por el bien de España, buena parte de su intervención la dedicó a arremeter contra el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, al que ni siquiera felicitó por ser ese mismo día la festividad de San Alberto Magno.

No sólo no lo felicitó, sino que arremetió contra él de modo desaforado, dejando clara su vocación frentista que nos aleja de cualquier posible –y por lo demás necesario—acuerdo de estado entre los dos partidos mayoritarios. Los mutuos reproches, que fueron continuos, vaticinan una legislatura de lo más complicada y bronca. Una legislatura cuya duración será una incógnita permanente si nos atenemos a lo dicho por Gabriel Rufián y Miriam Nogueras. Los portavoces de ERC y Junts han coincidido en dejar bien claro desde la tribuna y pasillos, que tienen agarrado a Sánchez por donde más duele y que a poco que no cumpla, dejará de contar con su apoyo.

Por cierto, habiendo sido tantos los anuncios que hizo, por innumerables e irrealizables que sean, el candidato Pedro Sánchez Pérez-Castejón nos sorprendió por no incluir en su sarta de promesas una muy concreta, que él y nadie más que él, iba a ser quien terminase las obras del nuevo Mestalla.

A propósito de la amnistía, tantas veces negadas por Pedro Sánchez, Félix Bolaños, Carmen Calvo, Salvador Illa, Miquel Iceta –éste, además, con grititos-- entre otros ministros y altos cargos del PSOE, que se desgañitaron diciendo que «ni amnistía ni tu tía» convendrá recordar a Winston Churchill cuando en 1938 defendió en el Parlamento británico la postura contraria a Chamberlain, partidario de contentar a Hitler cediendo los Sudestes de Checoslovaquia a la Alemania nazi, porque creía que así se evitaría la guerra. «Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y el vigor marcial, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos (…) Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra».

Un buen entendedor extraerá las lecciones pertinentes de lo que ocurre cuando se cede y concede tanto como ha regalado Sánchez echando mano de nuestra chequera, lo que ayer le permitió reengancharse como presidente del Gobierno de España, pero sin garantía alguna de que todas sus onerosas y desquiciadas cesiones sean suficiente para saciar la insaciable glotonería separatista de esa caterva separatista que ha dicho, no sin recochineo, que «ho tornarem a fer». Para más desvergüenza, Carles Puigdemont i Casamajor (siempre conviene conocer el apellido de la madre y más si le gusta la fruta) ya ha reclamado a España custodia policial para su persona. Y Sánchez, a renglón seguido, ha dicho que sí, que se tiene que atender su petición. Faltaría más. Pues eso, todo sea por el Falcon.

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