AL PUNTO
Por un bilingüismo amable
«En ningún momento de la consulta me sentí traumatizado, violentado, estresado, molesto, ni siquiera incómodo por cambiar de una a otra lengua. Lo hice con gusto y naturalidad»
Una niña de Valencia de catorce años suspende Geografía sólo por hacer el examen en castellano

La doctora que me atiende en consultas externas, único departamento que ha entrado en funcionamiento en el nuevo hospital de Ontinyent, que sigue sin estar acabado pese haber sido inaugurado por Ximo Puig poco antes de las elecciones autonómicas, me habla en castellano. Yo respondo a sus preguntas en la cervantina lengua.
Ni por un momento se me ocurrió pedirle que me hablase en valenciano. La enfermera, que siguiendo indicaciones de la doctora me facilita una cartilla con indicación de que vuelva a consulta dentro de un año, me habla en valenciano. Y yo le respondo en la misma lengua, la misma que hablaba y escribía el sabio dominico Luis Galiana (Ontinyent, 1740-1771) y con la que escribió su 'Rondalla de rondalles'.
Debo hacer constar que en ningún momento de la consulta me sentí traumatizado, violentado, estresado, molesto, ni siquiera incómodo por cambiar de una a otra lengua. Lo hice con gusto y naturalidad. Debe ser cosa de la buena educación familiar que recibí de mis mayores. En casa de los Torró eran cooficiales valenciano y castellano desde décadas antes de que lo fuesen por reconocimiento estatutario en estas tierras del Reino de Valencia, reconvertido en comunidad de vecinos, eso sí, numerosos por haber superado los cinco millones de habitantes. Y por no haber sido capaz de mantener su ancestral denominación.
Abro paréntesis: lo de renunciar a la histórica -además precisa y preciosa- denominación de Reino de Valencia es algo que nunca entendí. Y sigo sin entender. Me temo que sea por culpa de uno más de esos complejos que nos atosigan y que llegan al ninguneo de todo lo nuestro. De nuestra historia, lengua, cultura y personalidad. Cierro paréntesis.
En las vísperas de este 9 d'Octubre, escuchando a los quejicosos concejales capitalinos que manipulando la historia tratan de quitar sentido y legitimidad a la entrada de la Senyera en la catedral de Valencia y al Te Deum, decidí documentarme acerca de los antecedentes en que se sustenta una tradición más que centenaria iniciada por nuestro rey Jaime I.
Son una verdadera delicia los relatos que hace el notario y cronista Marco Antonio Ortí Ballester en su obra 'Siglo Quarto de la Conquista de Valencia', de la que tomo en préstamo el siguiente párrafo, y que con gusto dedico a Joan Ribó, Sandra Gómez y demás apóstatas de la verdadera tradición valenciana: «Por estar emplazados para las ocho de la mañana en la casa del Ayuntamiento el día de san Dionisio, el Justicia Criminal, los Jurados, Racional, Síndicos y los demás oficiales, para llevar y acompañar la vandera (sic) del Murciélago, que llaman en Valencia del Rat Penat, a la Iglesia mayor, y en ella asistir al Oficio y Sermón…».
El cronista da detallada cuenta de que los jurados vistieron «con sus togas carmesíes de damasco, con fajas y botones de oro. Los dos Síndicos, y los otros oficiales, acudieron muy galanes y costosamente vestidos«. Y menciona un lío protocolario por la indisposición de Pedro Josep Balaguera, caballero que aquel año, al que correspondía recibir la Senyera. Lamento no poder extenderme más sobre este incidente, ocurrido hace cuatro siglos, que no difiere en mucho de las disputas de concejales y otros mandamases por ocupar un puesto más preminente que otro en desfiles y procesiones.
A lo que iba, que hubo misa y sermón el 9 de octubre de 1238. Ofició el señor arzobispo y predicó el obispo de Orihuela «en lengua valenciana, porque desde el tiempo de la conquista se ha observado siempre los días de S. Dionisio y S. Jorge predicar en la lengua materna, y fuera muy justo que siempre se predicara así, tanto porque las excelencias, propiedades y energías de este idioma son más a propósito para la explicación de todo lo que se requiere para conseguir los fines que se solicitan por medio de la predicación; como porque participarán más de la doctrina evangélica los que siendo meramente valencianos no pueden entender todas las frases castellana. Bien que con ser esto así, nace de acuerdo muy justo la permisión de que se predique comúnmente en lengua castellana porque siendo como es Valencia patria general de todas las naciones, es necesario ajustarse en cosa tan importante a la inteligencia de todas ellas, porque no se ha de predicar solamente para los valencianos, demás de que en Valencia está tan introducida la lengua Castellana, que se habla comúnmente y apenas hay quien no la entienda, pero esto no desacredita la estimación que deben hacer los valencianos por su lengua».
El cronista de cuanto sucedió hace cuatro siglos lamenta no haber podido incorporar el texto del sermón porque por más que se le pidió al predicador, éste, don Juan García de Artes, contestase «que no lo tenía escrito, porque solo predicó lo que Dios le había inspirado». Mucha debió ser la inspiración para que estuviese hablando durante una hora en valenciano.
Digo yo que si nuestros mayores apostaron por el bilingüismo amable que refleja la crónica, no veo razón para seguir peleándonos por hacemos imposiciones, vetos, denuestos, elogios, disglosias, en valenciano o castellano. A la pau de Déu.
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