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LA GOTA FRÍA

Diario de la riada (I)

«Que nadie olvide que miles de personas saben lo que vieron, recuerdan lo que pasó, ven lo que sucede y saben perfectamente lo que hay. Ningún relato se va a imponer a la verdad»

Labores de limpieza en Massanassa, 25 días después de la DANA EFE
Ferran Garrido

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La riada, la barrancada, el desastre, nos ha cambiado a todos. No dudo de que esto va a marcar a varias generaciones de valencianos durante mucho tiempo. Porque los valencianos no vamos a olvidar y una catástrofe como esta va a pasar a formar parte de nuestra memoria colectiva para siempre. Yo espero que sea así. Es más deseo que sea así para que no caiga en el olvido. Por mi parte voy a hacer todo lo posible para que la gota fría del 29 de octubre de 2024 no se olvide.

Han pasado dos años desde que escribí mi última columna en este diario. Aquella 'Pica en Flandes' que duró tantos años, duerme en las hemerotecas con vocación literaria, pero el agua y el barro me han traído hasta esta 'Gota fría' que a partir de hoy me va a dar la oportunidad de contar muchas cosas en torno a esta nueva vida embarrada que llevamos. Además, mi periódico de toda la vida me ofrece la oportunidad de contarlas con ustedes. Junto a ustedes. De compartir sus historias, sus cosas, sus problemas, sus tristezas y desgracias y, espero que algún día, también algunas alegrías.

Esta columna nace con la vocación de dar voz a los que no la tienen. Ya sé que a lo mejor no es una columna periodística el sitio adecuado, pero tal vez esta 'Gota fría' no va a ser exactamente una columna. Así que les propongo un trato. Yo les dejo aquí un correo electrónico y ustedes me cuentan sus cosas. Así que tomen nota: valencia@abc.es. Ya saben que les ofrezco una ventana abierta que iré gestionando como pueda.

En situaciones de emergencia la gente que vale es la que presta su ayuda sin que nadie se la pida. Han sido miles los voluntarios que han venido sin pedir nada a cambio. Gracias. También creo que, superada la primera fase del sálvese quien pueda y del todos a una, cada cual ha de ayudar en lo que pueda, en lo que mejor sepa hacer. He tardado 25 días en ponerme al teclado porque estaba entre el barro, pero a partir de ahora me pongo manos a la obra en una tarea que me he impuesto como un deber ineludible. Evitar el olvido y mantener el foco puesto en nuestros pueblos y en nuestra gente. Por justicia. Por necesidad. Para que todo esto no se olvide.

Les decía que esta inundación nos ha cambiado a todos. Cuando aquella noche el agua se llevó por delante nuestra vida y nuestra realidad, cada uno de nosotros lo vivió de una manera y en unas circunstancias diferentes, pero todos vimos, vivimos, oímos y sentimos lo mismo. Y eso no va a cambiar por mucho tiempo que pase o por mucho que ese tiempo vaya creando un manto de olvido.

Hay una verdad indiscutible. Aquí sabemos lo que pasó, cómo pasó, lo que sucedió en los días posteriores. Sabemos que las alertas llegaron tarde o no llegaron. Sabemos que no es fácil distinguir entre avisos y alertas, porque esas cosas se entienden muy bien en las alturas, pero en la calle lo que importa es que lleguen. Sabemos que en L'Horta Sud y en La Ribera no llovía. Como mucho cuatro gotas. También sabemos que arriba sí llovía. Muchos litros por metro cuadrado. Los de las comarcas de abajo sabemos que arriba lo pasaron fatal. Que hay pueblos arrasados por el agua del Magro, y por barrancos como el del Poyo o el de Chiva. Y también sabemos que el agua subió de golpe, en minutos, sin dar tiempo a que mucha gente pudiera reaccionar.

Por encima de todo hay algo que no vamos a olvidar. Los muertos. Y son muchos. Una sola vida perdida sería suficiente para que permaneciera para siempre en nuestra memoria. Pero son muchas las personas que han muerto. Y no son simplemente un número de una lista de bajas. Tienen nombre y apellidos. Y familias. Y tenían una vida. Por eso merecen un respeto. Porque el dolor merece un respeto. Porque la ausencia no se puede habitar con el desprecio ni con la estulticia.

Le he dado muchas vueltas a todo esto entre dolores de estómago, ataques de ansiedad, noches sin dormir y taquicardias. Y sé que estamos todos igual, caminando entre el horror, el asombro, el dolor y la indignación mientras guiamos nuestros pasos sobre el barro. A pesar de todo no puedo evitar una viscosa sensación de abandono. Por mucho que nos quieran convencer de lo contrario, los valencianos nos sentimos solos. Y es curioso saber que sentimos esa soledad antes, durante y después.

De la de antes nos dimos cuenta después, porque mientras todo es normal, las cosas funcionan al tran tran y parece como que van solas, pero cuando uno está con el agua al cuello se echa de menos que alguien esté al timón de la Generalitat. Y nos sentimos solos.

De la de después nos damos cuenta cada día cuando vemos que faltan manos, que faltan máquinas, que faltan medios y que falta voluntad. Y esto nos espanta porque por mucho que nos cuenten, por mucho que nos den cifras e informes y por mucho que desde el Gobierno de España intenten convencernos, es imposible luchar contra los sentimientos. Aunque cuando se lo digamos pierdan los papeles y se pongan nerviosos, los valencianos nos sentimos solos.

Mucha didáctica van a tener que hacer los responsables políticos para salir del fango mientras nosotros salimos del barro. No hay peor mentira que las verdades a medias y, aquí, en los pueblos arrasados por la gota fría, la gente sabe que está en medio de una vergonzante lucha política que no conduce a ningún sitio más allá de las moquetas limpias de los salones del poder, mientras aquí se camina sobre un barro muy resbaladizo y que huele fatal. Apesta.

Puestos a recordar, que nadie olvide que miles de personas saben lo que vieron, recuerdan lo que pasó, ven lo que sucede y saben perfectamente lo que hay. Ningún relato se va a imponer a la verdad.

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