Esperanza bajo el lodo en Masanasa: la pala de Jasma y los arroces de Neftalí
Una niña de 11 once años, vecina del municipio, trabaja como un voluntario más para limpiar sus calles. A pocos metros, un psicólogo prepara paella para 300 personas
Las lágrimas de impotencia de un policía
En Torrent sólo preguntan por Izan y Rubén, los dos niños desaparecidos
![Jasma, quitando lodo del parque de enfrente de su casa en Masanasa](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/11/11/DAMBin_20241111182647-ROyaOhSMTJ0eRswBxesKZJL-1200x840@diario_abc.jpg)
Continúa el trasiego de furgonetas y maquinaria pesada en Masanasa (Valencia). Acceder al municipio de 10.000 habitantes es casi una odisea. Colas, controles y paciencia. Pese a haber transcurrido casi dos semanas desde la riada, sus calles siguen repletas de barro y ... decenas de voluntarios se afanan en ayudar a los dueños de las plantas bajas anegadas. La cantidad de lodo acumulado multiplica el peso de cada objeto a retirar. Entre los adultos, con igual ahínco o incluso más, una niña que, a golpe de pala, retira el fango sin achantarse. Se llama Jasma y tiene 11 años. Su madre la vigila desde el balcón de un primer piso, al que, por suerte, no afectó la riada. Justo enfrente se ubica un espacio de distribución de alimentos. El local acogía -antes de la DANA- una horchatería. Ahora es un punto de avituallamiento, frente al que se forman largas colas. Sobre todo, cuando ofrecen café caliente.
Jasma es curiosa y tiene iniciativa. Ve a un grupo de ertzaintzas -no lo sabe, son voluntarios y no pueden vestir el escudo de sus respectivos Cuerpos- y allí se planta, a limpiar, como una más. A ellos se unen otros jóvenes con el único objetivo de ser útiles. La niña sonríe risueña y observa. Entre el trasiego de palas, en la calle Concepción Arenal, está la de la pequeña, que, sin preguntar, imita al resto. La tarea consiste en desplazar el barro desde sendas aceras hasta el centro de la calle. Primero en un sentido, y luego en otro, hasta formar un montículo que ocupa el centro. «¿De dónde venís?», desliza la niña. Cuando los agentes se lo explican -no sabe ubicar algunas de sus localidades de procedencia-, vuelve a sonreír. «¡También queréis ayudar!», proclama, después de explicar que se niega a quedarse en casa.
Sólo interrumpe su tarea para pedir un poco de agua. «Me da sed», balbucea, con la pala entre las manos. Y una sanitaria que recorre el municipio con un carro repleto de productos de primera necesidad le ofrece un zumo que Jasma acepta con gusto. Su madre le pide que suba, pero ella se niega. El que era su colegio, ahora sepultado por el fango, queda a sólo unos metros. Todos los vecinos conocen a la niña, y ella, con su sudadera de Mickey Mouse, sus botas de agua y su mascarilla, se para en los locales, para hablar y descansar un rato. La pausa no dura mucho, ya que cuando los trabajos acaban en Concepción Arenal ella sola trata de retirar el barro acumulado en el cercano parque infantil. El esfuerzo resulta inútil, igual que lo será el de las aceras despejadas, ya que poco después una de las máquinas lo esparce de nuevo al transitar por allí. La desesperación se extiende entre los voluntarios que quieren ayudar, pero constatan que poco pueden hacer. Jasma, en cambio, no desfallece.
Paella para comer
A sólo unos metros, en la calle Joan XXIII, empiezan a formarse colas. Pasado el mediodía, el equipo de Neftalí Tarín ultima las paellas que darán de comer a unas 300 personas. «Ayer estuvimos en Picaña y repartimos 200 raciones», explica a ABC. Evitar mantener la mirada más allá de unos segundos, porque los ojos se le llenan de lágrimas. No es momento de romperse, sino de seguir trabajando. Es su «humilde gesto» no sólo con los afectados, sino también con aquellos que se vuelcan en ayudarlos.
![Cola para recoger una ración de arroz de Neftalí](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/11/11/IMG_7660-U01242471831vtu-760x427@diario_abc.jpg)
A pocos metros, Laura llega a su casa. Los bajos, como todos, han quedado anegados tras las riada. Llega con un pack de aguas y varias barras de pan. Cuando se le ofrece ayuda para llegar hasta el último piso, acepta a regañadientes. «Vengo de pasar toda la mañana limpiando casas», cuenta cuando por fin accede a que le echen una mano con las bolsas.
Mientras, los voluntarios que aguardan en la cola para recoger su plato de arroz aplauden a la hilera de alumnos de la Escuela de Policía de Ávila que también se han unido a las tareas de limpieza en Masanasa. Lo hacen sin saber que en la misma fila hay policías sin uniforme que han cogido días de descanso para echar una mano.
Cruzar la mirada con un voluntario significa asumir el riesgo de romperse. Caras de agotamiento y desespero, y entonces aparece un chico malagueño que bromea con una octogenaria que lleva a un chihuahua en brazos y se produce el milagro: ella ríe y, antes de meterse de nuevo en su portal, lamenta lo mucho que echa en falta comerse unas magdalenas. Es la esperanza que emerge del lodo.
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